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Leticia Mena
Domingo, 9 de octubre 2016, 12:13
Cien años después de su nacimiento, Gabino Cachón aún vive solo, lee sin gafas, come de todo y sólo toma una pastilla para el reuma. «Para llegar a esta edad lo único que hay que hacer es no ir al médico», asegura cada vez que ... le preguntan por su secreto. Hoy, 9 de octubre, cumple un siglo de vida.
Don Gabino, que así es como le han llamado siempre sus alumnos, sigue siendo maestro aunque se jubilara en 1983. Él sigue enseñando y motivando a sus siete hijos, a sus siete nietos y a sus dos bisnietos, porque cree que la vida hay que exprimirla hasta el final. Si a uno le duele algo, dice, «no lo pienses y se te pasa». Él ha vivido así, y el resultado es que se ha convertido en uno de los 241 centenarios que hay en Cantabria, según los últimos datos publicados por el Icane a principios de año, y de los que se desprende que 210 son mujeres y 31, hombres.
Don Gabino fue profesor de la escuela de Camargo durante diez años en los sesenta. Durante los diez siguientes fue director del Marqués de Estella (Peñacastillo) «Allí di clases con Rosa Róiz, la madre de Revilla, que era una buena maestra», y los últimos cuatro de su vida laboral trabajó en el Manuel Llano (Santander). Se jubiló a los 67 años porque «ya no se podía estirar más», pero él hubiera seguido otros tantos.
Le encanta leer y no es raro verle cada dos por tres en el Centro Cívico de la calle Alta cogiendo libros y devolviendo los que ya ha leído. Le apasiona la historia y devora todo lo que encuentra en cualquier estantería sobre la Guerra Civil española porque él la vivió en primera persona. Su único pero es que su ojo izquierdo está fuera de juego. Le operaron de cataratas y «fue peor el remedio que la enfermedad», pero por el derecho ve perfectamente y no necesita gafas. Lleva audífonos «a los cien años algo tenía que tener»-, pero ningún achaque más que el reuma.
Hasta hace cuatro días iba andando a diario desde su casa en el calle Alta hasta la de una de sus hijas en El Sardinero, pero un resbalón le hizo coger miedo a caminar solo por la calle. En su casa hace de todo. Una chica le ayuda, pero él hace la compra y siempre está pendiente de sus hijos y sus nietos. Le encanta que vayan todos a comer allí, y cuando se despistan está dando un repaso con la fregona al baño o a la cocina.
Nunca cogió una baja
Cuando era maestro le gustaba tanto su trabajo que nunca cogió una baja: «Las gripes, como venían, se iban». Y hace décadas que no fuma: «Todas las mañanas iba andando de Santander al colegio de Peñacastillo y un día me atropelló un coche por el camino. Me dio fuerte, pero al levantarme y ver que estaba entero fui a trabajar como si nada. Por la noche empezó a dolerme mucho un costado, fui a Valdecilla y vieron que tenía varias costillas rotas. Me costaba tanto respirar que no podía ni fumar, y lo dejé». Tampoco bebe «algún día puedo tomar un poco de vino, pero no suelo», y eso que es de tierra de vinos.
Una vida llena de anécdotas
Gabino Cachón García nació en 1916 en Villalobos (Zamora). Recuerda su infancia como una etapa feliz, "sin tantos inventos como tienen ahora los niños". Su padre era el practicante del pueblo, también asistía partos y hacía las veces de barbero y dentista. Gabino iba con sus hermanos a la escuela donde, en los años veinte, "la finalidad era que los niños aprendieran a leer, escribir y cuatro reglas básicas".
Su maestro comentó a sus padres que era un chaval espabilado que destacaba entre los casi cien niños con los que compartía pupitre. Barajaron la posibilidad de mandarle interno a un colegio de Madrid, donde un tío cura podía echarles un cable. Antes debía ir a León a hacer el llamado 'examen de ingreso' a la Escuela Normal de Magisterio y el de 'primer año'. Los superó con éxito y recuerda que tuvieron que hacer una "trampa": "No admitían a menores de 14 años y a mí me faltaban unos meses para cumplirlos. Siempre recordaré a aquel hombre que, al rellenar mi ficha y ver mi edad, dijo: "Bueno, vamos a hacer la vista gorda y ponemos que has nacido en 1915"". Y funcionó. Su solicitud se mandó a Madrid, le admitieron y para allá se fue.
Cine sonoro
"Llegué con pantalón corto, como íbamos por el pueblo, y la ciudad me maravilló", comenta como estuviera hablando del pasado verano. "Hasta entonces solo había visto películas mudas y allí ya empezaba el cine sonoro. ¡Era una maravilla!". Su colegio mayor era de curas y, cuando empezó la República, alguno le increpó por la calle pensando que él también lo era. Pero Gabino era un joven ajeno a la política. Él quería estudiar y, de vez en cuando, iba con sus amigos al Teatro Alcázar a ver un espectáculo. Se licenció en 1934 con 18 años, y todavía guarda el recorte de la página del diario ABC en la que se publicó la foto de su promoción.
"Mi colegio mayor era católico y durante la República no dejaban que los frailes ejercieran como profesores porque no tenían título, así que los que nos acabábamos de licenciar encontramos trabajo fácilmente". Empezó a ejercer en las Escuelas Pías de San Fernando, cerca de Embajadores y, como era normal en aquella época, todos sus alumnos eran chicos. Las maestras se encargaban de dar clase a las chicas. A día de hoy, don Gabino no sabe si es bueno o no para los alumnos que la educación esté diferenciada por sexos. A lo largo de su carrera ha visto cómo las aulas han evolucionado y ha tenido alumnos y alumnas brillantes. "Para mí lo importante era formar personas, y el que vale, vale", dice tajante.
El tren que nunca cogió
Los días tranquilos duraron poco y las revueltas comenzaron a ser continuas. Don Gabino recuerda que en julio de 1936 se produjo en Madrid la sublevación militar contra el gobierno de la Segunda República que había salido de las elecciones de febrero. Durante esos meses vio cómo se sucedían los desórdenes callejeros, las huelgas, y le impresionó sobremanera ver arder un convento porque "aquello se escapaba de cualquier raciocinio".
Antes de comenzar las vacaciones escribió una carta a sus padres diciéndoles que iba a ir al pueblo a pasar el verano y les pidió que fueran a esperarle a la estación. El día que, con la maleta a cuestas, se dirigía a la Estación del Norte cortaron el tráfico ferroviario delante de sus narices y no encontró manera de avisar a su casa de lo que estaba ocurriendo. Durante casi tres años, sus padres no supieron qué había sido de él. No sabían si estaba vivo o no, ni cuál era su paradero porque las cartas que Gabino les enviaba nunca llegaron. Tampoco pudo hacer las oposiciones que tanto se había preparado. El país se rompía por todos lados.
Don Gabino pasó aquella época escondido junto a otros hombres en la peluquería que unos familiares tenían en la Carrera de San Jerónimo. Él no quería luchar en ningún bando, "solo quería ser maestro". "Dormíamos en colchones en el suelo, sufríamos la escasez de todo y el dinero no valía nada", recuerda compungido. "El comercio desapareció porque los que entraban con un fusil a una tienda pedían que les hicieran un pagaré, y allí nadie volvía a pagar. Aquello fue terrible. Si querías algo tenías que cambiarlo por otra cosa que tuvieras". Recuerda que la primera Nochevieja que pasó en esas condiciones escuchó como doce cañonazos hicieron la vez de campanadas para anunciar la llegada del Año Nuevo.
Los chuscos de Miaja
Llegó un momento que Gabino Cachón decidió presentarse en un cuartel porque aquello no era vida. "Me tomaron afiliación y al decir que era maestro me destinaron al centro de transmisiones. Estuve a las órdenes del general Miaja -uno de los militares más destacados del bando republicano-. Al menos me daban un 'chusco' de pan para comer". Durante los meses que estuvo destinado en el mando de Manzanares El Real las pasó canutas porque "había días en los que oía balas por todos lados y las bombas levantaban hoyos enormes delante nuestro".
Gabino recuerda que en su puesto de Transmisiones escuchaban todo lo que se hablaba por radio y al saber que la guerra estaba dando sus últimos coletazos volvió a Madrid junto a varios compañeros. "Al entrar a la ciudad vimos cómo los coches ligeros paseaban con banderas nacionales".
Lo primero que hizo fue volver a la peluquería. "Allí estaba mi primo carnal al que mi padre había mandado a buscarme. Verle fue una alegría y además me dio 50 pesetas que le había dado mi padre. Poco después entró en la peluquería el hijo del médico de mi pueblo, que era teniente de la Falange, y me pidió que le acompañara a un puesto de mando porque sabía que quería volver a Villalobos. Me puso un capote y me hice pasar por uno de su unidad. Así pude volver con los míos".
No sabe quién le vio llegar pero sí que todo el pueblo estaba en misa. Alguien se acercó a su madre y le susurró al oído: "¡Que viene Gabino! ¡Que viene Gabino!". Todos los vecinos salieron de la iglesia para recibirle y para preguntarle de todo, porque allí nadie tenía ningún tipo de información. Era abril de 1939.
De la guerra a la mili
Cuando terminó la Guerra Civil, tal y como recuerda hoy el centenario Gabino Cachón, "Franco dijo que todos los que hubiéramos militado en la zona roja teníamos que servir tres años en el bando Nacional. A mí me entraba la risa por no llorar. Después de tanta guerra, ¡tenía que hacer la mili! Y me incorporé al cuartel de Zamora".
Por si Gabino y los ciudadanos de aquella España no tenían poco, estalló la Segunda Guerra Mundial y aunque oficialmente la postura española fue de 'neutralidad' o 'no beligerancia activa', en ambos bandos participaron soldados españoles. Franco quería tomar Gibraltar y negoció con Hitler su conquista, pero la operación nunca llegó a realizarse. Aun así, hasta allí tuvo que ir Gabino con centenares de compañeros del cuartel de Zamora. "Nos metieron en un tren de mercancías como si fuéramos animales. No había ni asientos y tardamos casi tres días en llegar".
Una vez allí comprobaron que "si en España se pasaba hambre, en Andalucía la situación era mucho peor". Sin tiempo para recuperarse de los zarpazos la contienda civil, los soldados españoles tuvieron que hacer trincheras por toda la costa y esperar. "Cuando terminó todo no sabía ni disparar un fusil", confiesa aliviado porque nunca se vio en la necesidad de dar ni un tiro al aire. "El peor día de esos años en La Línea de la Concepción fue cuando recibí un telegrama en el que me informaban de que mi padre había muerto". Le dieron permiso para volver con los suyos.
Maestro con plaza por oposición
Superó como pudo aquella pérdida y volvió a Madrid a preparar las oposiciones que había dejado a medias. Era una época complicada para su profesión porque "enchufaban a cualquiera para maestro aunque no tuvieran la titulación". Pero Gabino sacó su plaza y marchó a ejercer a escuelas de Galicia, Segovia y Trefacio, un pueblo cerca de Sanabria donde conoció a varios maquis que estaban escondidos por los montes de la zona. Él quería vivir tranquilo, lejos de gente que tuviera ideas políticas tan marcadas y que entraban en espiral sin remedio.
En un verano de vacaciones volvió a Villalobos y allí vio a Trinidad, una joven de 28 años que conocía desde cría porque sus familias eran vecinas de toda la vida. Gabino reconoce que siempre ha ligado mucho. "Tenía una novia en cada puerto", bromea, pero Trinidad le enamoró. Recuerda como en 1951 la cortejó durante un baile en una cuadra. "Antes no había otra forma de divertirnos que ellas tocando la pandereta y los chicos el tamboril. Hacíamos leña y alrededor del fuego cantábamos y bailábamos".
Cuando se casaron, Gabino tenía ya 36 años, "un poco mayor para el matrimonio, me decían, porque antes se hacía todo muy pronto". Pero la edad no fue obstáculo para nada. Tuvieron siete hijos: tres de ellos son maestros como él, otro es médico, otro trabajó en Banco Santander y ya está prejubilado, otra en Jcdecaux, y el último, al que llaman el 'bohemio', vive en República Dominicana.
"Antes sin comer que sin estudiar"
Gabino recuerda que él y su mujer tenían un lema que aplicaban a sus hijos y que rezaba "Antes sin comer que sin estudiar". "No nos importaba lo que fueran a ser pero sabíamos que con cultura iban a poder defenderse en la vida".
Precisamente por la importancia que le daban a la educación de sus hijos, pensaron que la escuela de Villalobos no era suficiente, así que Gabino y Trinidad decidieron irse a vivir a una ciudad. Gabino tuvo la posibilidad de venir a trabajar a la escuela de Camargo y además le ofrecían la vivienda familiar que estaba justo encima del colegio. No lo dudaron. Durante aquella época don Gabino hizo piña con don Rodrigo -el boticario- y don José, -el cura-, y recuerda como los tres pasaban largas tardes echando la partida en El Tocinero.
Gabino exigía a sus hijos mucho más que a sus alumnos. Asegura que no era un profesor de poner muchos deberes pero sí cree que para que la enseñanza sea efectiva hay que motivar a los niños para que tengan interés. "Si un niño no quiere estudiar, ya puedes predicar, que si no está motivado, no hay nada que hacer". Don Gabino cree que los deberes son necesarios para que todos los niños vayan al mismo ritmo y que la familia debe ayudarles en lo que ven que más les cuesta, pero sin agobiarse.
Tras diez años en Camargo, don Gabino Cachón fue nombrado director del colegio Marqués de Estella de Peñacastillo, de donde guarda muy gratos recuerdos. "Allí di clases con la madre de Revilla, que era maestra. Se llamaba Rosa Roiz, la recuerdo perfectamente". Lo mismo que los cuatro años que trabajó en el Manuel Llano, el colegio de Santander en el que terminó su carrera profesional en 1983. De aquella última época recuerda que solo tenía veintitantos alumnos, una cuarta parte de los que llegó a tener en otros centros muchos años antes.
La Educación ha cambiado mientras Gabino ha ido cumpliendo años y convirtiéndose en sabio. No está nada contento con cómo salen ahora los niños del colegio. "Les preguntas una tabla de multiplicar o una raíz cuadrada y no saben. Les preguntas algo de Geografía o de Historia o de Gramática y me da mal". Lo mismo que cuando les ve jugando con maquinitas. "Por ahí no van bien". "Siempre he pensado que los padres de ahora tienen más formación que los antiguos pero los antiguos teníamos más sentido común". Un sentido común con el que ha llegado a los 100 años.
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