Modos y medios
Los ciudadanos se negarán a sufragar una autonomía hipertrofiada y de baja productividad
Juan Luis Fernández
Lunes, 20 de febrero 2017, 07:52
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Juan Luis Fernández
Lunes, 20 de febrero 2017, 07:52
No sé si los romanos calculaban el Producto Interior Bruto (ya saben, el valor de lo producido para consumo final, no nos metamos en tecnicismos), pero no hay duda de que el gobierno imperial calculaba los ingresos y gastos. Octavio Augusto implantó una reforma fiscal ... en que cobraba a los itálicos solo impuestos indirectos, a las provincias impuestos directos según su censo de población (cuando se fueron a censar San José y María, era posiblemente para que Roma supiera cuánto podía recaudar en Judea), y el rico Egipto agrario se lo quedó él mismo, para forrarse y hacer electoralismo con pan gratis y juegos de circo. Más o menos como ahora: ingreso mínimo y mucho fútbol. Pablo Iglesias y Javier Tebas sostienen el imperio hispánico. (Si usted cree que lo digo en broma, es que no me he explicado bien).
Uno de los más antiguos tratados económicos lo escribió el historiador y militar griego Jenofonte, aconsejando lo que Atenas, su ciudad, tenía que hacer para recuperar sus finanzas después del colapso de mediados del siglo IV a. C. Modos y medios se titulaba el ensayo, que supongo es conocido por los economistas de Syriza que ahora obedecen a los telefonazos desde el Parque de los Animales de Berlín, donde acampa la famosa domadora Frau Merkel. Es Jenofonte un noble precedente para que consideremos las finanzas de la autonomía de Cantabria del periodo 2012-2016, tal como estaban en cada tercer trimestre, es decir, al finalizar los veranos.
En cuanto a nuestros recursos no financieros (es decir, olvidando al banco), han pasado de un 15,5% del PIB hace cuatro años a un 12,7%. No han llegado a caer tres puntos, pero casi. Por su parte, los gastos no financieros han pasado de casi el 17% del PIB cántabro a un 13,7%. Es decir, han caído algo más que los ingresos.
Recordemos que, año arriba, año abajo, un punto del PIB cántabro son unos 125 millones de euros, así que estamos diciendo que a ingresos menguantes en unos 350 millones hemos respondido con un recorte de gasto de unos 400 millones. ¿Mala cosecha en Egipto? Reparemos menos acueductos.
Sin embargo, la parte de gastos destinada a la remuneración del personal no cae, sino crece: estaba en el 5,99% del PIB y ahora en el 6,09%. El piloto que lleva el globo suelta lastre, pero él sigue engordando. Antes, las nóminas enero-septiembre suponían un 35% de los usos no financieros, pero ahora son ya un 44%. Invita la Consejería, paga el contribuyente.
Lógicamente, el ingresar menos de lo que se gasta conduce a la necesidad de tapar el agujero. Este era del 1,4% del PIB en septiembre de hace cuatro años, y ha pasado a algo más de un 1%, rompiendo la senda de control del déficit. En romano o en ateniense, diremos, pues, que el déficit está creciendo por el gasto pertinaz en salarios públicos. Si hubiera más mesura, a iguales ingresos podría incluso no haber déficit (ni por tanto necesidad de subir impuestos, aumentar la deuda, limitar programas sociales o suprimir acueductos).
¿A dónde voy a parar con Jenofonte? A que necesitamos una buena planificación de los empleados que realmente se necesitan. El Parlamento debería crear una comisión de estudio. Los ciudadanos se negarán a sufragar una autonomía hipertrofiada y de baja productividad, y acabarán tomando la Bastilla (los mayores) o las de Villadiego (los jóvenes). La mejor medicina es preventiva; la mejor política, también.
Por alguna extraña razón, a muchos políticos les encanta el papel de médicos de urgencia de los males sociales. Ven demasiada tele. La primera línea del tratado de Jenofonte es, si se me permite traducir libremente del griego como homenaje a mi IES Besaya: «Según sean los líderes ('hoi prostátai'), así se desarrolla la comunidad ('tás politeías')». La historia es la suma de errores de los que han mandado. Esto es más interesante que lo de Marx, que creía que el obrero redimido sería infalible, como el Papa. Más cándido que el de Voltaire.
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