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Álvaro Machín
Jueves, 2 de marzo 2017, 07:06
Lo apunta como "una intuición". Más allá de un análisis científico para el que no tiene datos. "Que cuatro elementos de los que la gente era consciente, en los que se habían fijado y tenían nombre, hayan desaparecido en escasos quince años, en menos de una generación, puede que nos esté indicando algo". La reflexión, a título personal, es de Gustavo Gutiérrez, coordinador de desarrollo estratégico en el Parque Geológico de Costa Quebrada. Habla de la "intensidad de la erosión costera", de que "los acantilados retroceden más de lo que pensamos"... Y de esos "cuatro elementos". Porque la Aguja de las Gaviotas, en el entorno de los Urros de Liencres cierra un cuarteto de pérdidas simbólicas a golpe de ola y de marea en una línea de unos veinte kilómetros de costa. La roca se vino abajo como en su día lo hicieron La Horadada, el Puente del Diablo o el Arco de Covachos. "El mar nos lo dio y el mar nos lo quitó". Eso comentaba ayer un habitual de Costa Quebrada.
el apunte
Antonio Cendrero deja en manos de la sociedad el debate sobre estos elementos "afectivos". Sobre si actuar o dejar que la naturaleza siga su cauce de crear y destruir. Pero hay otro factor que saca de este debate. "Los efectos de estos procesos a lo largo del litoral en puntos en los que representa un peligro para las viviendas, para las edificaciones. Ahí sí que hay que replantearse la situación. Conviene identificar las zonas con menor estabilidad, en las que se produce un retroceso rápido y saber, en este sentido, cuáles pueden suponer un peligro". Puntos en los que plantearse medidas concretas, actuaciones para "prevenir antes de lamentarse". Y, a bote pronto, el experto habla de La Arnía o de Oyambre.
La secuencia del antes y el después es un catálogo de los procesos. Con La Horadada se montó tal polémica que hasta un grupo de sabios valoró la posibilidad de la reconstrucción y se manejaron presupuestos y fechas para adjudicar una obra que finalmente no se hizo. Ese lugar ligado a la leyenda de San Emeterio y San Celedonio y que Simón Cabarga llega a calificar por ello como la peña de los mártires dejó de ser un arco natural en enero de 2005. La postal del Santander más familiar para los que entraban a puerto a bordo se deshizo. "El Puente del Diablo se caerá seguro, como La Horadada". Dijo en 2007 Antonio Cendrero, catedrático de Geodinámica de la Universidad de Cantabria (UC) y Académico Numerario de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. Y se cayó (a finales de 2010). Como lo hizo en 2009 el pequeño Arco de Covachos y, esta semana, la Aguja de las Gaviotas. "Se ha perdido un elemento espectacular, aunque hay muchos elementos espectaculares en Costa Quebrada.
Ganamos un excelente ejemplo para ver cómo evoluciona y cambia el litoral. Para explicar que los procesos geológicos pueden ser muy activos frente a la idea que tenemos asociada a millones de años y casi, exagerando, podemos ver cosas en el día a día", decía ayer mismo el profesor Cendrero, un gran conocedor de un paraje el de Costa Quebrada que abarca desde La Magdalena, en Santander, hasta los arenales de Liencres. "En algunos casos proseguía, la sociedad debe plantearse no tanto si se trata de procesos naturales, de la evolución natural de unos procesos que provocan desapariciones y apariciones. Eso es indudable. Lo que debe plantearse es si desea que esos elementos destacados, con valor afectivo, permanezcan, lo mismo que ocurre con una catedral que debe rehabilitarse, por ejemplo. Porque en algunos casos sí que es posible una actuación preventiva, como en el Puente del Diablo. Algo que ya se había propuesto en una tesis doctoral en el año 2007".
Allí sí se propusieron remedios. Pero en el caso de la Aguja "era más difícil, con una solución compleja y más que discutible". Prevenir, reconstruir... "No soy ni partidario ni opuesto. Depende de cada caso y de lo que la sociedad aprecie. El que esté o no esté no es ni bueno ni malo para la naturaleza, es un debate social". Algo que compara con un tema de actualidad como el del Palacio de Chiloeches, en Santoña. "¿Merece la pena conservarlo? La sociedad lo decidirá, y no digo a través de qué mecanismos, si le interesa hacerlo, si le merece la pena".
Cendrero hablaba desde el escenario al que ayer se dirigieron muchas personas. Con unas condiciones más favorables (sin lluvia, con menos viento), la subida desde Portio hasta el acantilado para ver los urros y los restos de la Aguja de las Gaviotas estaba tan al alcance de la mano como siempre. "Subimos a verlo el mismo martes y nada más subir la cuesta ya notabas que no estaba, porque era lo primero que veías, lo primero que asomaba, con las gaviotas en la cima. Notamos algo así como una ausencia a nivel anímico", explicaba Gustavo Gutiérrez. La gente que ha trabajado durante años para que se reconociera el valor del parque geológico siente mucho esta parte de la costa.
"Ilustrativo"
Aún así, el coordinador de desarrollo estratégico de Costa Quebrada, trataba de buscarle un aspecto positivo a lo sucedido. Aprovecharlo. "El elemento en sí tenía un importante valor visual y para los que practican deportes. Un valor estético. La suerte es que es parte de un conjunto y el conjunto no se pierde. Por eso, más que de una pérdida, que lo es, queremos verlo como un ejemplo de cómo funcionan este tipo de procesos". Su grupo lleva años invitando a participar en itinerarios interpretativos por la costa. Para explicar cómo era, cómo ha evolucionado, cómo cambia... En los Urros, en este lugar entre La Arnía y Portio, muchos han sabio, por ejemplo, que las agujas son una antigua frontera. Los restos de una segunda línea de costa formada por estratos sedimentarios (de materiales con noventa millones de años) de procedencia continental en caliza muy resistente. Cosas como esas son las que explican en una costa "viva", que se mueve.
Aprendizaje y reflexión
"Lo de la aguja prosigue Gutiérrez era esperable. En otoño ya lo estuvimos viendo y no sabíamos si iba a pasar del invierno. Pero pensamos que el observar cómo actúa este proceso es algo valioso, ver la fuerza del oleaje. Algo que servirá como aprendizaje para todos los usuarios que vengan". Y ahí deja otra reflexión interesante. Más allá de la caída de los cuatro símbolos incluidos en una franja de unos veinte kilómetros de costa y en un plazo de menos de quince años. "La intensidad de la erosión costera. Porque pensamos que estos elementos están ahí y estarán siempre. Esos en los que nos hemos fijado (como la Aguja o el Puente del Diablo, conocido en la toponimia local como Puente Jorao), y otros tantos que no son tan conocidos y que también han podido desaparecer. Pero la erosión es intensa y podemos ver que los acantilados retroceden más de lo que pensamos".
Tanto, que un observador de la costa como él, reconoce los puntos donde resulta evidente. "En La Arnía, en los acantilados o en la plataforma, se ve claramente en los últimos cinco años". A pocos metros de lo que queda de la Aguja de las Gaviotas.
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