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Uno de los Urros (Piélagos). Lo llaman la Puerta del Mar.
Los símbolos que resisten al mar
El legado de la erosión

Los símbolos que resisten al mar

El derrumbe de la Aguja de las Gaviotas pone el foco sobre el tesoro geológico superviviente

Álvaro Machín

Domingo, 5 de marzo 2017, 07:45

Es una costa viva. Se lo han repetido a todos los que han ido desde el martes en peregrinación a ver lo que queda de la Aguja de las Gaviotas, entre La Arnía y Portio. La última víctima geológica de un temporal. Como en su día hicieron con La Horadada, el Puente del Diablo o el Arco de Covachos. Cuatro pérdidas en menos de quince años y en una franja costera de unos veinte kilómetros cuadrados. Desde La Magdalena hasta pasados los arenales de Liencres. El Parque Geológico de Costa Quebrada. Los que se ocupan de este tesoro litoral ven en lo sucedido, más allá de esa sensación de ausencia por el adiós de un referente del paisaje, una oportunidad para entender muchas cosas. Los procesos de erosión, la formación del mundo en que vivimos... Y también su interacción con las personas. Porque la Aguja o La Horadada eran símbolos, formaciones bautizadas, reconocidas. Pero en esa misma porción de terreno y en toda Cantabria quedan otras muchas que sobreviven. Ligadas a la biografía de sus vecinos.

Hay historias fantásticas. Las Muelas son dos pináculos que hay en San Román. En la punta del mismo nombre, junto al vertedero. A esta zona algunos la llamaban la Playa del Nando porque un vecino de la zona tuvo durante años el empeño de convertir la zona en una playa. Ponía, quitaba, movía... Traía arena. El caso es que los pináculos y las rocas del entorno son de arenisca, pero de una arena particular, de granos redondos. Los más viejos del lugar recuerdan que de allí extraían esa arena que luego bajaban a vender a Santander para que en las casas fregaran las vajillas o las planchas de las cocinas. De ahí les viene a los lugareños el sobrenombre de areneros. Lo cuenta Gustavo Gutiérrez, coordinador de desarrollo estratégico en el Parque Geológico de Costa Quebrada. Él y su gente escudriñan el paisaje, pero también la toponimia y los detalles.

Itinerarios por un lugar llamado Costa Quebrada

  • para conocerlo

  • Toda la costa cántabra está llena de elementos vivos. Humanizados. Cargados de simbolismos. El anticlinal de Ubiarco sobre el que hay una ermita (como el molino del Bolao, sobre los acantilados), las rocas bautizadas de Trengandín (Noja), la Ballena de Sonabia o el Arco de Berellín. Son ejemplos. Lo curioso es que los cuatro elementos conocidos que cayeron y muchos otros están en la llamada Costa Quebrada, convertida en Parque Geológico organizado y objeto de itinerarios (hay diez rutas en otoño que en verano se harán a demanda de los turistas), trabajos de volanturiado o de divulgación entre chavales y distintos colectivos. Trabajan con los ayuntamientos, el Gobierno y la Universidad para mostrar la geología y «ligar también el tejido económico a la conservación». Un entorno privilegiado con ángeles de la guarda.

Son símbolos más o menos conocidos. El Camello, por ejemplo, es una postal de Santander. No necesita muchas explicaciones. La forma. Si acaso, las anécdotas. Que, si se cuentan las jorobas, sería más dromedario que camello. Y que en una ocasión estuvo a punto de entrar en la lista de derrumbes (junto a La Horadada, el Puente del Diablo...). El caso es que circularon unas fotos en los que a la roca animal le faltaba la cabeza. Corrió el rumor, pero con tiempo las redes sociales aún no existían se pudo comprobar que marea y perspectiva unieron fuerzas para crear un efecto óptico llamativo. La cabeza sigue ahí. Igual que el otro símbolo de la playa. La peña que hace años perdió a su Neptuno Niño (la escultura que había en las alturas). Según la toponimia local, el elemento es conocido como la Peña Vieja. Pero según la ciencia es mucho más. La prueba de un mundo muy distinto, de un paisaje diferente en el que hace unos 110 millones de años una gran playa se extendía desde lo que hoy es Santander hasta un lugar que estaría ubicado en Comillas. La roca es la arena fosilizada de esa playa, a la que llegaron otros muchos restos. Por ejemplo, el carbón de los incendios de los bosques que rodeaban estos lugares y hasta el ámbar de la resina de los árboles. Un ámbar que sería según explican en Costa Quebrada contemporáneo al que apareció en El Soplao.

El vínculo con la intrahistoria local de los elementos es tal que hasta en la lista de los supervivientes se puede incluir a uno de los desaparecidos. Ya no hay Puente del Diablo, pero el Puente Jorao (horadado, es su nombre original), el topónimo, permanece vigente para la zona como Somocuevas o el propio Covachos, aunque ya no existan los elementos que dieron lugar a las denominaciones. Bien cerca está el Panteón del Inglés. La construcción está en una zona geológica de interés. Un lapiaz, un karst en torres. Pináculos en disolución. Para entenderse, sería como un azucarillo enorme al que se echa agua por encima. El resultado en miniatura, en este caso de un proceso similar al de parajes icónicos como el de la bahía de Ha Long, en Vietnam.

Esos ejemplos siempre invitan a que alguno piense que se exagera. Al que lo crea se le puede mandar a consultar la web de la Encyclopaedia Britannica. Para ilustrar en esa publicación el significado de tómbolo a nivel mundial utilizan la llamativa lengua de arena que une la isla (El Castro) con el acantilado en Covachos. Es el tómbolo perfecto. Un lugar, en Santa Cruz de Bezana, que para muchos es conocido como la playa del Triángulo por su forma cuando sube la marea. Su estratégica situación hace que la ola entre por cada costado y que su golpe sea de refilón a esa porción de terreno tan característica. Una joya.

Está El Castro y está El Castruco, que forma parte del conjunto que hay en La Arnía y que es un tramo de terreno muy conocido para los que cazan la visión idílica del atardecer. Aquí hay mucho. Puede que El Mofle sea una de las agujas más famosas, más populares, de las que quedan en pie tras la desaparición de la de Las Gaviotas. Entre agujas e islotes en esta zona se pueden citar a La Derrangada, El Cantón, La Plana, Piedra Mayor o Piedra Menor. A la hilera de agujas donde se encontraba la roca que cayó esta semana se le llama La Baselga. "Ese topónimo significa basílica, y seguramente hace referencia a los majestuosos pilares que forman la (ya no) aguja de las gaviotas y las demás". La propia plataforma de abrasión de La Arnía es un ejemplo interesante, con su aspecto pulido y llano con la marea baja.

Las tradiciones

Del Pozo Salsero, de entrada, llama la atención el nombre. Tendrá unos dos metros de diámetro y como metro y medio de profundidad, según explican los amantes del Parque Geológico. Cuentan que existía el hábito de vaciarlo una vez al año de todo lo que caía dentro en su día (se habla de un pasado de centollos, alguna nécora o peces de roca...) para cocinar un gran caldo que se consumía entre todos los vecinos. Que está en una zona de costumbres está claro. San Juan de la Canal. En la propia playa, El Peñón acoge los rituales asociados al solsticio de verano y la noche de San Juan. "Existen leyendas locales en las que, como tónica general, las gentes de la mar se sentían atraídas para recalar en este punto por algún ser marino (que cambia según las versiones) para morir ahogados entre las pozas que lo rodean". Muy curioso.

Allí mismo a mano derecha está El Jortín (esto, bien leído, es con ese acento que incluye una hache aspirada en vez de la jota). Sería una traducción de El Fortín, lo que podría revelar un pasado con cierta importancia militar. Hay, de hecho, dos rocas cercanas bautizadas como Castillo Alto y Castillo Bajo. "Además, en la cueva del mismo nombre durante siglos estuvo uno de los pocos viveros de marisco naturales de Cantabria, de donde viene el nombre de El Langostero", relata Gutiérrez acompañado por Javier Álvaro, responsable de Educación en Costa Quebrada.

La tradición, la costumbre no se puede dejar de citar a la propia isla de La Virgen del Mar, con su ermita, se mezcla en este recorrido con las novedades, con los nuevos tiempos. Se actualiza. Sucede con los nombres y hay un caso curioso en Monte (Santander). Allí hay un arco natural conocido de siempre como Ojerada u Ojareda, pero que de unos años a esta parte ha sido rebautizado como El Elefante por su parecido con la trompa del animal. Va de animales porque este lugar es ahora mucho más conocido que antes gracias al mundo del surf y a la masiva competición de La Vaca Gigante, que ha llevado allí a miles de personas. Modernidad y cariños ancestrales. Los vecinos de ese lugar mantienen su cariño a un pequeño islote en El Bocal pegado al acantilado con forma de cúpula entre hendiduras muy profundas. Se llama El Ruco y entre las demandas de cada barrio contra la obra inicial de la senda costera entre Cabo Mayor y la Virgen del Mar, aquí estaba que los miradores previstos distorsionarían el horizonte. La vista de su isla.

Sin salir de Monte queda La Mesa y el Uñal del Cuervo, próximos a La Maruca. Lo primero es la pequeña meseta labrada por la mar en las rocas arenosas horizontales. Lo segundo es lo que tiene por debajo. Raro porque permite ver el efecto de la erosión provocada por el viento (menos habitual en estos casos que la de las olas) y porque el resultado es el de unas formaciones que recuerdan a las pequeñas estatuas que hay en los pórticos de las catedrales. El cielo, en este caso, y el infierno, en otros. Lo del Puente del Diablo no es una excepción. A mitad del Rostrío, en San Román, un poco antes de donde sale el antiguo emisario están Los Ojos del Diablo, unos arcos naturales con un ojo de unos tres o cuatro metros de altura y entre ocho y diez de anchura. "Parte del techo de una cueva en la que todo fue cayendo".

Lo más imponente

Aún le queda al demonio un reducto, aunque al Canto del Diablo suelan llamarle también La Puerta del Mar. Puede ser lo más espectacular del recorrido. Es un arco enorme, uno de los Urros de Liencres, en Piélagos. "Viene de la raíz Urr-, partícula prerromana que significa piedra maciza o canto, y se conserva, por ejemplo, en el Picu Urriellu, el macizo de los urrieles o la denominación cazurros, que los asturianos emplean para referirse a los leoneses, que son los astures del sur de las montañas". Es imponente, en mitad de la nada porque ha desaparecido todo lo que había a su alrededor. Un superviviente nato entre las aguas que marca el punto de la primera frontera que se encontró la acción marina. El símbolo de resistencia frente a la acción salvaje de los océanos muy cerca de su última víctima (la Aguja de las Gaviotas).

Una lección de geología viva. Lo mismo que el Soplao de Pedrondo, un embudo de enormes dimensiones "que se empleó como ojode mar (el uso tradicional es tirar reses muertas...) y que ejemplifica muy bien cómo evoluciona en sus fases iniciales la erosión en esta costa". El soplao es el principio y algo como la plataforma de La Arnía (justo al lado) su evolución posterior. Hay también un soplao, aunque mucho más pequeño, en la ensenada (o playa) de El Madero, en Pedruquíos. Los responsables del Parque Geológico hacen hincapié en el valor estético de este entorno. "Allí, en un único sitio, se ve toda la evolución de la costa. Es un punto espectacular también para ver los temporales, los golpes de las olas y la iluminación en los atardeceres". El nombre le viene, posiblemente, de los troncos que llegarían hasta allí arrastrados por las corrientes (el sitio más cercano a Liencres desde el que bajar a coger madera). Un motivo que es probable que no diste mucho al que provocó que a la playa de Umbreda (por lo sombrío) le pusieran de Los Caballos. Algún animal muerto debió aparecer para alumbrar la idea. Teorías, hipótesis... "Los acantilados, de materiales muy blandos, son un antiguo delta fluvial que emergió con el levantamiento de la Cordillera Cantábrica. Lo relevante aquí están en Miengo es la belleza de la erosión de los acantilados, que muestran cárcavas o barrancos, más propios de los climas secos que de los acantilados marinos".

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