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Cerca de 34.000 extranjeros han llegado a Cantabria durante los últimos diez años, una aportación que ha permitido que la población de la Comunidad esté experimentando un crecimiento –discreto– a pesar de la diferencia negativa entre nacimientos y defunciones. Desde 2013 a noviembre de ... 2022, la región ha recibido exactamente 33.633 inmigrantes de otros países, 3.808 de ellos durante el último año.
La pandemia provocó un frenazo en este flujo que aún no se ha recuperado: en 2018 llegaron 4.614 extranjeros, una cifra que aumentó hasta los 5.461 en 2019. En los años siguientes a la crisis del covid, el número de inmigrantes extranjeros no ha llegado a los 4.000.
Pese a la constante llegada a Cantabria de ciudadanos del exterior, la población extranjera se mantiene bastante estable: en 2022 era de 37.203 individuos, por debajo de los 38.530 que se contaban en 2013, una cifra que no se ha vuelto a alcanzar en esta década.
589.765 habitantes
tenía Cantabria a 1 de julio. En 2012, el año del récord, contaba con 593.861
37.203 extranjeros
vivían en Cantabria en 2012. en 2012 había más: 38.530
En lo que se refiere a nacimientos y defunciones, el saldo viene siendo negativo desde 2010, cuando los alumbramientos superaron en 109 a las muertes. Desde entonces, la diferencia entre ambos fenómenos se ha ido ampliando de manera progresiva y constante: en 2013 el resultado era de -772; en 2017, -1.840; en 2020, -3.060. El año pasado, coincidiendo con un nuevo récord en el descenso de la natalidad, se estableció otro en el registro de defunciones, con el resultado de que estas duplicaron a aquellas: fueron 7.044 frente a 3.274.
A pesar de estos datos (obtenidos de INE e Icane) y de la pérdida natural de población, lo cierto es que el número de habitantes de Cantabria ha empezado a crecer ligeramente desde hace un lustro, rondando en la actualidad los 590.000 residentes, aunque aún sin llegar a los 593.861 que registraba en 2012. Fue a partir de entonces cuando inició su declive, con una pérdida de habitantes que tocó suelo en 2018, cuando el número de cántabros fue de 580.229.
La población regional a 1 de julio de 2023 era de 589.765 habitantes, con un incremento de 787 personas desde abril, consecuencia, sobre todo, del crecimiento del número de extranjeros residentes, principalmente colombianos y peruanos.
Ante las escasas probabilidades de que la natalidad experimente un súbito ascenso en Cantabria, la llegada de emigrantes, y su mayor fecundidad, parece la única vía para frenar el envejecimiento de la población y ahuyentar ese 'invierno demográfico'.
Según Rafael Puyol, catedrático de Geografía Humana y reconocido experto en demografía, la inmigración funciona como «factor corrector» de los movimientos naturales de población. «Si no fuera por ella la población cántabra estaría en declive demográfico. Como ocurre en el resto de España, ese factor es el que permite un crecimiento, aunque no sea muy fuerte».
En Cantabria, no obstante, el porcentaje de población inmigrante es bastante inferior a la media española –está por encima del 11% en el conjunto del país y aquí no llega al 7%–. «Se trata de un factor fundamental en la demografía de todo el país, y particularmente en las regiones con balances negativos».
En opinión de Puyol, miembro de la asociación Foramontanos Siglo XXI, que reivindica el papel de la sociedad civil y trata de impulsar el desarrollo de Cantabria, «hay un discurso a veces hostil frente a la inmigración que no tiene demasiado fundamento: una cosa es la inmigración legal y otra distinta el intento de muchos inmigrantes de entrar en el territorio nacional por la fuerza. Estoy de acuerdo con favorecer la inmigración legal que, a mi juicio, viene a resolver dos problemas importantes: uno, relacionado con el mercado laboral, porque se trata de gente que viene a ocupar puestos que la población española ya no desempeña. Y también tiene un papel demográfico significativo porque no sólo vienen y evitan pérdidas absolutas de población, sino que contribuyen a la mejora de la natalidad. El nivel de fecundidad de las extranjeras es mejor, y por eso tienen una aportación demográfica significativa. Por estas dos circunstancias no se puede negar el papel tan beneficioso que la inmigración juega en la demografía del país, y particularmente en algunas regiones. Otra cosa es que sea necesario regularla, favorecer la legal sobre la ilegal y articular políticas y medidas».
Rafael Puyol se muestra partidario de combinar esas políticas que permitan encauzar la llegada de extranjeros con otras tendentes a recuperar talento por la marcha de nacionales. «Una cosa es favorecer la inmigración de otras partes, de España y del extranjero, pero, complementariamente, se debería evitar que la población se fuera: muchas veces la libertad pasa por quedarse donde uno quiere y no tener que irse». Apunta que comunidades como Galicia han puesto en marcha medidas con este objetivo, «con alicientes fiscales, compartiendo inversiones para la creación de nuevos negocios... Son medidas que están resultando eficaces para evitar que la población se deteriore y muy particularmente para frenar la pérdida de talento, de esa población formada, universitaria, que a veces no encuentra acomodo en la actividad de la región».
Pilar Santamaría, secretaria de Igualdad y Protección Social de UGT en Cantabria, coincide en destacar la importante función de la inmigración. «Es incuestionable que nuestro país no podría entenderse sin los movimientos migratorios, que permiten el crecimiento vegetativo de la población, su rejuvenecimiento y, en el ámbito laboral, el aumento de la población activa y de los ingresos por cotizaciones en la Seguridad Social. La gran mayoría de las personas que viene a nuestro país es para trabajar y ganarse la vida dignamente y las estadísticas oficiales confirman que se concentran en sectores económicos con peores salarios y condiciones de trabajo y, además, sufren elevadas tasas de pobreza y de exclusión social muy por encima de la media nacional. Se quiera o no, la historia y el presente de nuestro país están ligados a unos flujos migratorios que implican un compromiso obligado con la igualdad de trato y oportunidades en el trabajo y en la sociedad de esta población migrante; así como la lucha contra la precariedad, la explotación laboral, la trata de seres humanos y el trabajo forzoso».
Santamaría afirma que «el crecimiento del propio mercado de trabajo y de la economía necesita de los inmigrantes», aunque, lamenta, «en su gran mayoría están predestinados a empleos precarios que la población autóctona rechaza; están vinculados a empleos de sectores que solicitan personal extranjero para puestos de difícil cobertura».
«La cuestión es por qué existen esos puestos mal llamados de difícil cobertura, por qué en su gran mayoría están ocupados por personas extranjeras y por qué son descartados de antemano por la población española». Se trata, a juicio de la representante sindical, de un eufemismo. «La realidad es que no existen puestos de difícil cobertura; lo que hay son puestos con condiciones laborales indignas, con jornadas de trabajo maratonianas, horarios incompatibles con una mínima conciliación de la vida laboral y familiar y salarios muy bajos con los que llegar a final de mes es toda una odisea. Si no tuvieran estas condiciones, dejarían de llamarse de difícil cobertura. Lo justo es que si la población extranjera que viene a nuestro país contribuye al crecimiento de la población y de la economía y al sostenimiento del Estado de Bienestar, lo haga en las mismas condiciones y sin una precariedad que es inaceptable para cualquier persona trabajadora, sea de nacionalidad española o extranjera«.
Guillermo Quevedo |Argentina
Guillermo Quevedo llegó a Cantabria en 2001 acompañando a su pareja, contratada en Torrelavega por el equipo de voleibol. Argentino, de la provincia de San Juan, también estaba vinculado al mundo del deporte, y se integró como entrenador en el club de la Universidad de Cantabria. Con el paso del tiempo obtuvo la residencia –también la europea, por su ascendencia italiana–. Hoy tiene 71 años y ahora no se le pasa por la cabeza irse a vivir de nuevo a su país.
«Estoy enamorado de Cantabria, es un paraíso para vivir: en estos tiempos en que la temperatura del mundo ha aumentado tanto se está muy bien aquí. Tampoco he tenido ningún problema para ganarme la vida. Si me preguntan, creo que el cántabro a veces no se da cuenta del valor que tiene todo esto: es una provincia privilegiada por la naturaleza y da gusto vivir acá», asegura.
«Mucha gente está viniendo de Argentina a conocer todo esto alentada por mí, porque yo soy un loco por Cantabria, por Santander: a mí me conquistó. Después llegaron mis hijos, que también vivían en San Juan, y ya cada uno se puso a estudiar, a trabajar... Lo de volver a Argentina está ya superado con mis hijos, mi nieta... se está muy bien acá. Sí extraño a mis amigos, alguna familia, pero con esto de que vienen a visitarme estoy feliz. Tengo la casa llena todo el día».
«Me llevo muy bien con el espíritu de Cantabria: de hecho, me apellido Quevedo, un apellido que creo que tiene su origen en Arenas de Iguña. Mi segundo apellido es Mendoza, que es vasco, de Vizcaya. La verdad es que estoy muy bien acá y no pienso en volver».
Julio Ingaruca | Perú
Fue uno de los hijos de Julio Ingaruca el primero de la familia en emigrar desde Perú a España. «Él vino porque la novia estuvo aquí. Le invitó, vino, empezó a trabajar y le gustó. Formalizaron su vida, tuvieron su matrimonio y luego él nos invitó a venir a nosotros. Mi mujer necesitaba estar con su hijo, y, si no venimos los dos, no viene ninguno».
Llegó a Santander en 2006, ya jubilado de las Fuerzas Armadas de su país. «'Véngase a pasear por aquí', me dijo mi hijo. Pero ya estando aquí las cosas cambiaron un poco: yo le dije que si no trabajo no vivo, necesito moverme».
El primer año no pudo emplearse al llegar por reagrupación familiar; después tampoco resultó fácil por su edad. «Me dicen que no represento los años que tengo –73–: llevo una vida tranquila, no voy a vicios, me mantengo haciendo gimnasia... pero los documentos hablan».
Afortunadamente, por mediación de la Cocina Económica, logró encontrar trabajo como acompañante de personas mayores. «A mí no se me caen los anillos: mientras se trabaje honestamente, bienvenido sea, ¿no? Empecé ese tipo de trabajo y hasta hoy día, que sigo trabajando y estoy con un señor». Su mujer tuvo más suerte, y enseguida logró colocarse como empleada del hogar, una ocupación que sigue desarrollando.
«La vida aquí es mucho más tranquila que en mi país: en América Latina la situación es de mucha más inseguridad. Aquí hay otro tipo de aires, la sociedad... Además, hoy en día está toda mi familia aquí: cuatro hijos y nueve nietos, y seis de ellos nacidos aquí. ¿No dicen que España se está llenando de viejos?».
Leia Suteu | Rumanía
Leia Suteu explica que, hace veinte años, ganarse la vida en Rumanía resultaba francamente difícil, incluso teniendo estudios y formación. Por eso marchó a Portugal, sola pero confiada en poder mejorar su situación. Fue allí donde conoció a Alejandro, compatriota suyo, con quien se casó. Luego tomaron la decisión de ir a España, y llegaron a Cantabria en 2008. «Nos enamoró toda la zona. Vinimos a ver y nos quedamos aquí».
«Esperábamos encontrar trabajo, simplemente, y lo que hemos encontrado es nuestro sueño hecho realidad: hemos conseguido levantar un negocio que va fenomenal –Grupo de la Vega, dedicado a trabajos de fontanería, con cinco empleados–; hemos podido comprar una casa y pagarla, tener hijos y ofrecerles una excelente educación. Ahora podemos disfrutar de Cantabria, de la buena vida, de salir un fin de semana, como cualquiera, disfrutar de una buena comida, del mar, de la montaña... Esto es un lujo. Y también poder ayudar a otros necesitados, que es lo más grande que podemos hacer».
Está tan a gusto en la región que no se plantea volver a su país. «En Bucovina, una región situada al norte de Rumanía, es donde tengo mis raíces, familiares y una casita de vacaciones, pero por ahora no pienso en volver; en este momento sería injusto porque dejaría a mis hijos en la mitad del camino: quiero que terminen sus estudios y que después encaucen su porvenir. Luego, si llego a la vejez, ya veré, pero creo que volveré a Rumanía de vacaciones y me quedaré a disfrutar de esta tierra. Aquí estoy feliz, a gusto, integrada. Me siento llena, me siento parte de esta tierra».
Cristina Daza | Ecuador
Como otros compatriotas suyos, Cristina Daza emigró a España desde Ecuador en busca de una vida mejor. Cantabria fue su punto de llegada: una amiga de su madre que trabajaba aquí volvió a su país a pasar las vacaciones de Navidad y accedió a echarle una mano. «Así tenía donde llegar».
«Vine en el 97 como turista. Tenía dinero para pasar unos días, con la idea de buscar después trabajo. Era empezar de cero: tenía veinte años y esto suponía irse a otro lado sin familia ni amigos».
Encontrar un empleo no fue tan fácil como había imaginado, siendo joven y sin experiencia. «La gente en las casas no te quería, pero unos con otros, con las compatriotas aquí, unas que se iban de vacaciones, otras que enfermaban, pude ir poco a poco trabajando».
Contrajo matrimonio con un ciudadano español, con quien formó una familia: bromea diciendo que con los cuatro hijos que tienen han contribuido a dar un impulso a la población de la región. «Ahora tengo estabilidad y tengo todo: mis hijos, mi vida... todo lo tengo aquí, en Cantabria».
«Me he adaptado muy bien porque, además, cuando nació mi hija también pudieron venir mi madre y mis hermanos: teniendo una parte de mi familia aquí, ya no extraño tanto mi país. Al final uno se acostumbra».
Durante todos estos años ha vuelto en cuatro ocasiones a Ecuador de vacaciones. Reconoce que mudarse de nuevo allí no sería tan sencillo. «La situación del país tiene que mejorar mucho, que haya una estabilidad económica y de todo. La posibilidad de volver en un futuro... tendría que vivir entre ir y venir: yo me vine sola a España, y ahora me sucedería lo mismo y tendría que irme con todos los míos».
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