Los abrazos vuelven al Seve
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Los acompañantes pueden entrar al aeropuerto tras meses de restricción por el covidA media mañana, un operario de limpieza estaba arrancando las pegatinas de las cristaleras. Las de color rojo con el mensaje 'prohibido el acceso de acompañantes'. Los de megafonía iban con retraso. Porque aún, a cada rato, salía esa voz enlatada que repite lo de ' ... vigilen sus pertenencias' recordando que sólo podían entrar los viajeros con billete. Pero no. Ayer el Seve Ballesteros –y todos los aeropuertos– volvían a estar abiertos al público en general.
–¿Sabía que hoy ya pueden entrar los acompañantes?
–Ah, claro. Andaba yo pendiente porque pensé que me iban a decir algo los de seguridad y no me decían nada.
Eso comentaba un joven que despedía a sus familiares cuando enfilaban el control de seguridad antes de viajar a Marruecos. Muchos, de hecho, desconocían que la restricción que se impuso por el covid dejaba ayer de estar vigente. Y lo de la megafonía y las pegatinas que aún quedaban por despegar tampoco ayudaba. «Yo había oído estos días que ya se podía y vine con mi hijo, pero al ver el cartel pensé: 'pues nada, si me tienen que echar, que me echen'». Joseba Elorrieta, de Bilbao, lo explicaba en la fila de Ryanair para facturar junto a Tasio, el chaval que se iba a subir al avión para escalar cumbres en el país africano.
Haber no es que hubiera mucha gente en estas primeras horas sin límite de acceso. «Realmente lo notaremos cuando haya carga de vuelos, cuando coincidan dos o tres juntos», comentaba Francisco Molleda, de la tienda del aeropuerto (la cafetería del fondo seguía cerrada). «Tal vez por la tarde –en las pantallas se anunciaban más salidas– se note más». Pero sí que el día fue distinto en el Seve. La curiosidad de ver a algunos entrando y saliendo para ver las actualizaciones del panel de llegadas (pensando que no se podían quedar) o los taxistas que accedían para comprar algo en las máquinas de venta y que ahora ya podían formar un corrillo allí mismo sin tener que volver a la calle.
Con todo, el momento clave, la escena para dejar claro que la norma ya había caído, tuvo que esperar un rato. Más que nada porque la hora estimada de aterrizaje del vuelo de Marrakech era las 12.10 horas y acabó llegando casi a las 12.45. La zona de llegadas, la de los reencuentros, se fue poblando poco a poco. Los que durante meses esperaron fuera, junto a la parada de autobús, en la acera de en frente o metidos en el coche, ahora ya podían ocupar uno de esos asientos en los que sí sobreviven los adhesivos de 'aquí sí' y 'aquí no' para mantener las distancias.
Una pareja, un hombre pendiente de un coche mal aparcado, otro que preguntaba por los coches de alquiler... Así, hasta la docena. Las personas que llegaron a sumarse esperando a que se abrieran las puertas. Y, a la primera, bingo. Hombre y mujer jóvenes con un niño pequeño y con una sonrisa de postal. Los abuelos –sin preguntar para no fastidiar el momento, todo indica que eran eso, los abuelos– con los ojos como platos. Puede que fuera el primer abrazo –al menos el primero respetando la norma– en mucho tiempo en el Seve Ballesteros. Y a todos les supo a gloria.
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