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Fue, y todavía lo es, la cara y la voz de la pandemia, un símbolo de la crisis sanitaria y una estrella de la televisión -ya en el ocaso, para su suerte- piropeada y vilipendiada a la par. Y es, y lo va a seguir ... siendo, director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias del Ministerio de Sanidad, el CCAES, que es como Fernando Simón (Zaragoza, 1963), se presentó ayer en Santander a un acto organizado por la UGT curado de las heridas de aquel «España no va a tener, como mucho, más allá de algún caso diagnosticado».
-¿Qué fue del doctor Simón?
-Bueno. Sigo haciendo mi trabajo tal y como que lo estaba haciendo antes de la pandemia, cumpliendo con las mismas funciones que ya tenía asignadas, pero sin la visibilidad de entonces porque ya no tiene sentido. Ni lo tiene ni yo tengo mayor interés porque lo tenga.
-¿Cómo es su nueva normalidad?
-A nivel laboral es la de siempre. Quizá sea un poco más intensa porque a raíz de la pandemia tenemos varios proyectos importantes que hemos conseguido que se empiecen a desarrollar. Y a nivel personal, pues, después de casi tres años en los que adquirí una enorme popularidad, poco a poco se va normalizando, algo que agradezco porque no soy una persona a la que le guste llamar la atención.
-No añora esa etapa, vaya.
-En absoluto. Ni la añoro ni me ha interesado nunca.
-Ha dicho que está inmerso en varios proyectos importantes.
-Así es.
-Proyectos para la salud pública que, según le he leído decir, «había que haber hecho hace algunos años».
-No es que hubiera que haberlos hecho hace algunos años. Hace algunos años se empezó a trabajar en estos proyectos. El problema, entendemos, es que, por múltiples razones, por cuestiones técnicas, políticas o de dificultad para llevarlos a cabo, todos esos proyectos han ido mucho más lentos de lo que a los profesionales nos hubiera gustado. Pero ahora mismo ya se están acelerando.
-¿Por ejemplo?
-Pues se están acelerando la creación de la Agencia de Salud Pública Nacional, la articulación de la Red Estatal de Salud Pública, o el desarrollo de los sistemas específicos de vigilancia epidemiológica que llevamos intentando alumbrar desde hace varios años y en los que ahora estamos invirtiendo mucho tiempo.
-Entiendo.
-Y para que estos proyectos cristalicen creo que es importante que la tensión sanitaria derivada del coronavirus se mantenga el tiempo suficiente.
-Y, en paralelo a esto anterior, continúa participando en publicaciones científicas.
-Correcto, sí.
-En una de las más recientes ('Lecciones de la vigilancia del covid-19. Necesidad urgente de una nueva vigilancia en salud pública') se recogen «los necesarios cambios profundos en la vigilancia en salud pública». ¿Esto es una manera de admitir que el modelo vigente no estuvo a la altura?
-Mire. Antes del coronavirus, el sistema de vigilancia español estaba considerado como uno de los mejores de Europa. Pero lo cierto es que ni el nuestro, ni el de ningún otro país del mundo, estaba preparado para canalizar el volumen de información que se tuvo que manejar durante la pandemia varias veces al día. Yo creo que tenemos que ser justos y reconocer el trabajo que se realizó con los medios que había y el conocimiento que se tenía y no sacar de su contexto cómo se funcionaba aquí, en España. En España se funcionaba bien. Cierto es, debo decirlo, que no al nivel que exigía la pandemia -en parte porque los sistemas a los que me he referido antes no estaban desarrollados como nos hubiera gustado-, pero es que al nivel que exigía la pandemia no estaba ningún sistema de ningún país.
-Sus apariciones públicas se limitan ahora a participaciones en foros, jornadas y seminarios. ¿Se siente mejor viviendo en un segundo plano?
-Sí. Mucho mejor.
-¿Mejor que en los zapatos de la estrella mediática en la que sin quererlo se convirtió?
-Sí. No es que me moleste salir en los medios de comunicación. Si tengo que hacerlo no voy a escurrir el bulto. Pero no es un tipo de vida que me guste.
-En los momentos iniciales, en los de mayor incertidumbre, fue la imagen de la esperanza de 46 millones de españoles.
-Para mí es un motivo de orgullo haberme dejado la piel en tratar de reducir el impacto de la pandemia en la población...
-...Según usted, más que dejarse la piel se la arrancaron a tiras.
-La gente lo ha pasado muy mal y yo entiendo que esa gente buscara a alguien a quien culpar. Forma parte de la naturaleza humana. Lo entiendo y lo acepto así. Pero lo acepto de esas personas, de las que lo han pasado muy mal. No así de quienes lo utilizaron como un arma para otras razones que no fueran mejorar la salud de la población.
-¿Qué le abrumaba más, la repercusión social que alcanzaba cada palabra suya o ver su cara en tazas, camisetas, gorras o bolsos de playa?
-Jajaja. Todo. Lo de las camisetas me hizo mucha gracia porque no esperaba llegar a ese nivel. Es verdad que resultaba muy chocante ir por la calle y ver a un señor con mi cara en su camiseta. Pero lo que en verdad me abrumaba era la repercusión que tenía cualquier cosa que dijera fuera ya del ámbito científico. No sé. Que hiciera un chiste malo...
-...como aquel de las enfermeras infecciosas....
-...Sí. Ese tipo de tonterías, ¿no? Que se hablara de cómo me vestía, aquel reportaje que decía 'Fernando y la nueva masculinidad', mi aparición en un periódico...
-...a lo James Dean, sí...
-...Podía entender que lo que dijera técnicamente sobre el covid llamara la atención a la gente, pero esas cosas...
-¿Qué le decían en casa?
-A mi familia tengo que agradecerla cómo me ha protegido y la paciencia que han tenido todos con la vida que hemos tenido que llevar en estos tres últimos años en los que algunos medios de comunicación han tratado incluso de exponer las vidas personales de mi mujer y mis hijos con prácticas indignas.
-¿Usted ha recibido amenazas?
-No dispongo de redes sociales, pero ha habido. Sí. Ha habido. Una de las que más mencionan los científicos son los ataques directos al prestigio profesional, para nosotros muy importante, y a mí me consta que contra el mío los ha habido.
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