
«Hay que acercar a los niños a la naturaleza»
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CONVERSACIONES AL SOL ·
Ha heredado de su padre, además del amor por los animales y la naturaleza, el cariño por Cantabria, donde pasa parte del veranoCuando Odile Rodríguez de la Fuente (Madrid, 1973) era pequeña, al volver cada tarde a casa no era raro que se encontrara con un osezno, ... un cachorro de lobo, algún halcón o un ocelote: «No nos sorprendía. Entraban y salían todo tipo de animales con toda normalidad». El amor y respeto por su padre, Félix, y por su causa, se la transmite a sus hijos, de seis y diez años, «con los que hablo continuamente de su abuelo, para que se impregnen de él». Odile lleva algo más que los genes de este naturalista, que llegó a millones de españoles a través de los televisores con su programa 'El hombre y la tierra'. «He seguido mi camino, pero tomando como referente el suyo», cuanta. Por ello se hizo productora de televisión y bióloga.
-¿Cómo es su relación con Cantabria?
-Muy estrecha. Mi tía Mercedes, única hermana de mi padre, se casó con un cántabro y vive en Santander desde hace años. También mi abuela paterna vivía con mi tía, razón por la cual hemos visitado Cantabria todos los veranos y Navidades a lo largo de mi infancia. Ya como adulta, he continuado veraneando en Cantabria, a la que quiero y considero mi segunda casa.
-¿Dónde le gusta perderse cuando viene a Cantabria?
-La verdad es que por toda la región hay rincones maravillosos. Recientemente he visitado con asombro el valle de Valderredible.
-¿Cuál es su playa preferida?
-La de Langre, a la que voy desde que tengo uso de razón.
-¿Su padre estaría satisfecho con cómo está la situación medioambiental de Cantabria? Fue de los primeros en poner en valor lugares tan especiales como las Marismas de Santoña o las dunas de Liencres (donde había una cantera de arena) y los bosques del Saja (que en los años 70 se estaban talando).
-Creo que tanto en Cantabria, como en toda España, hemos avanzado mucho en la protección de espacios y especies por las que tanto luchó mi padre. Sin embargo, aún tenemos enormes retos por delante y un margen de maniobra cada vez más pequeño. Queda patente que muchas de las cosas sobre las que nos prevenía mi padre hace más de 40 años (hay un vídeo suyo sobre la contaminación y los plásticos que se ha hecho viral), se están haciendo realidad, lo que nos obliga a tomar medidas profundas y paradigmáticas y no meramente sintomáticas.
-¿Y con la gestión del lobo? En Cantabria hay una pelea continua entre los ganaderos por su control y los ecologistas que se oponen a ello.
-Este es un tema que me apena y preocupa muchísimo. Este conflicto se produce en Cantabria y en muchos otros lugares de España. Aquí se hace aún más doloroso porque hace unos años, la Fundación Félix Rodríguez de la Fuente participó en la redacción de un plan de gestión del lobo para la región, que firmamos y secundamos varias ONG, sindicatos agrarios y grupos de caza. En él se reflejaba el trabajo de consenso y esfuerzo de todos los participantes por proponer un modelo intermedio que pudiera ser aceptado por todas las partes. Este plan llegó a salir a información pública, pero, por razones políticas, se metió en un cajón.
-¿En qué consistía?
-El eje vertebrador eran cuatro puntos: aceptar el estatus de la especie como 'no especialmente protegida'; admitir su control científico inmediato por la guardería en casos de ataques reiterados; evitar la expansión de la especie hacia zonas medias y bajas de la cordillera y, por último, prescindir del estatus del lobo como especie cinegética. Este año hemos sido testigos, con preocupación, de un escenario muy triste que debiera haberse evitado. Ha habido una enorme cantidad de batidas en primavera (época de reproducción de la especie) que no han contribuido a minimizar los daños, que paradójicamente van al alza.
-En Cantabria coge fuerza el concepto de 'kilómetro cero' (compra a productores locales). ¿Ve realmente futuro en ello?
-Veo mucho futuro en ello. Lleva años cogiendo fuerza y expandiéndose por Europa y el mundo. Pero hay que recordar que no hace muchos años, esta práctica era la norma, tal y como lo era la agricultura ecológica. Con esto quiero decir que es de sentido común consumir productos locales y de temporada, práctica que beneficia nuestra salud y la del planeta. Pero aún queda mucho camino por andar. El mercado debería reflejar el coste real que hay detrás de cada producto. No tiene sentido que una manzana de Chile tenga un precio menor que una ecológica producida localmente, y esto es porque el coste ambiental y social, que sin embargo acabaremos asumiendo a medio y largo plazo, no están reflejados en el precio de venta de los productos.
-Usted también defiende la ganadería ecológica.
-A día de hoy el sistema premia las fórmulas industriales, deslocalizadas, de bajo coste y alto rendimiento, cuyos impactos ambientales y sociales son considerados externalidades y no reflejados en el precio de venta de los productos. Es sólo cuestión de tiempo que el sistema socioeconómico deduzca que es mucho más caro y complejo no apostar por este tipo de productores.
-La figura de su padre sigue aún muy actual. ¿Cómo es vivir con un apellido como el suyo? ¿Supone mucha responsabilidad?
-Por supuesto, pero por encima de ello, llevar el apellido de mi padre es un enorme privilegio y ha supuesto un regalo inconmensurable. No sólo por haber disfrutado de su presencia e influencia en mi infancia, sino por haberme convertido en receptora de la gratitud y el cariño de miles de personas que fueron tocadas por el mensaje de mi padre.
-La generación de los niños que crecieron viendo 'El Hombre y la Tierra' también veía dibujos animados donde los animales tenían un protagonismo especial. Ahora, casi no hay rastro de ellos. ¿Cree que ello pueda influir en el respeto de los jóvenes hacia los animales?
-Por supuesto que sí. Mi padre creía muchísimo en los niños y la importancia de su formación y sensibilización para cambiar la sociedad. Ahora, apenas hay programas en la televisión que acerquen la naturaleza a los niños. Hay que acercarles a ella. Es aún más preocupante el déficit de contacto con la naturaleza que muchos niños de las grandes ciudades sufren. Está demostrado que ello contribuye a un empobrecimiento intelectual y emocional de los niños y a que sean más proclives a sufrir enfermedades de índole psicológica en un futuro.
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