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«Todos tenemos la necesidad de encajar, por muy distintos que seamos no queremos sentirnos excluidos», afirma la primera. «Mi discapacidad es algo más de la vida, no me preocupa en mi día a día. Me preocupa más mi futuro laboral», dice otro. Alrededor de un 9% de las personas que residen en Cantabria viven con alguna limitación física, intelectual o mental y, dentro de esta categoría, entran tantas discapacidades como nombres y apellidos tienen quienes llevan esa etiqueta diferenciadora. El sector que defiende sus intereses y que les hace más fácil la vida –un entramado de asociaciones de muy diversa índole– lleva años luchando para que la marca de la discapacidad no sepulte a la persona. Precisamente porque son miles, también, quienes cargan con denominaciones que ellos consideran que no se corresponde con su realidad, con los estereotipos: entre la gente con discapacidad, muchos trabajan, van y vienen de forma autónoma aunque no lo parezca y contribuyen socialmente. Y podrían hacerlo en mucha mayor medida si se abordaran cambios –«pequeños, en infinidad de ocasiones»– que no les sumen barreras. «No queremos dar pena, queremos soluciones para vivir como los demás», apunta una tercera. Y otro más, lamenta sin tono de queja: «Lo peor es que hay mucho desconocimiento. No queremos pensarlo pero, cuando nacemos, la discapacidad también está en el bombo y le puede tocar a cualquiera». Por el Día Internacional de la Discapacidad, que se celebra hoy, hemos hablado con cuatro personas con limitaciones. Y al tiempo, ilimitadas.
Arianna Gómez Abogada y profesora
Abogada tributaria en su Venezuela natal, Arianna Gómez Gil empezó una vida «de cero» en Cantabria a los 42 años (hoy tiene 51). Aquí llegó desde Caracas tras un problema de seguridad por la especial circunstancia del país y allí quedó una infancia muy feliz (hija de un empresario español casado con una venezolana) que tampoco se truncó cuando, a los ocho años, le diagnosticaron una enfermedad degenerativa de retina que le dejó con muy escasa visión. Esto no le impidió llegar a la facultad de Derecho, ni especializarse en impuestos porque contó con el arrope emocional y económico de su familia.
Ella, desde luego, pocas barreras se ha puesto y eso que no tuvo en su país el apoyo de una organización como la ONCE, para la que trabaja desde 2019 en Santander. En su lugar, tuvo una madre con la que repasaba las lecciones por medio de casettes grabadas. Ahora le da la risa al recordarlo. «A tientas, y sin saber, tiramos para adelante con todo», comenta con «un agradecimiento inmenso» por la familia.
Arianna insiste en «la fortuna» de contar con una organización como la ONCE porque a ella le deslumbró al llegar. «Siempre digo que es el Disney de los ciegos. Me ayudaron con todo: con moverme en el mundo digital, a orientarme en la ciudad, con el manejo de las monedas»... En la actualidad, lleva en la entidad los programas de voluntariado y es formadora de braille. En Venezuela, si primero trabajó en el ámbito de los seguros fue porque un conocido «me dio un voto de confianza», y si de ahí pudo pasar a asesora jurídica de un Ayuntamiento fue porque «demostré mi eficacia. Me vieron como abogada válida y mi discapacidad quedó en segundo plano». Hoy está asentada en Villaescusa y es muy consciente de todo lo que queda por recorrer. Pero también cree que su discapacidad está trasmitiendo a sus dos hijos (de 19 y 16 años) «unos valores que no tienen precio: ellos viven desde casa con total normalidad que hay gente distinta, con necesidades diferentes, sin más. Y también es un motor para mí que ellos vean que yo no me limito. Que, a veces, los obstáculos nos los ponemos nosotros mismos».
Beatriz González Aficionada a las redes
Si usted se ha cruzado con Beatriz por la calle, quizá solo se haya fijado en su silla. En sus piernas, en realidad. Beatriz González Briz ha vivido 43 años con la limitación de una parálisis cerebral, pero ni de lejos tan limitada como pensaría cualquiera que no la haya tratado: tiene reducidas la movilidad y la capacidad de expresión, «pero no las ganas de salir ni de hacer. Ni de divertirme. La gente se cree que ni sentimos, ni padecemos. Pero somos exactamente igual que los demás: tenemos días malos y días buenos y, sobre todo, queremos los mismos derechos».
Ella ejerce los suyos bajo el paraguas de Aspace. Es una más en su centro de día y vive en la pequeña residencia de la asociación desde hace dos años, momento en que falleció su madre. Y en la entidad la animan de continuo a ser todo lo autónoma que pueda, que es mucho, y a implicarse en todo lo que le apetezca. «Ha desarrollado muchas habilidades y estrategias y, quitando que en los centros de Aspace hay unos horarios que tiene que respetar, el resto de lo que hace al cabo del día es cosa suya», sostiene Patricia Carrión, directora de los centros de día.
Beatriz cuenta con orgullo que, el sábado pasado, cogió sola un autobús hasta el centro de Santander y, desde la estación de FEVE, el tren a Bezana, donde su hermano le había invitado a pasar el día en familia. Iba, como cualquier otra persona, armada con su móvil, que usa perfectamente para comunicarse, y en el que había buscado los horarios del transporte. Siempre que le cuadra, los sábados sale a excursiones de montaña en un grupo de arrastra sillas. Es, además, una entusiasta de las redes sociales: sube a ellas historias de sus aficiones y cuenta con una red de seguidores («ni muchos ni pocos», explica) que le comentan cada foto. En X (antes Twitter) su perfil dice esto:Soy de Santander, tengo Parálisis Cerebral. Me gusta Camela, me gusta pintar Mandala y escribir poesías...
También es activista pro-discapacidad: acude a colegios a contar su experiencia. No solo le encantan los niños. Además, está convencida de que «hay que trabajar mucho por derribar las barreras mentales de la sociedad».
Adrián Hinojosa Trabajador y deportista
Se maneja «perfectamente», avisan desde Ampros, la asociación que ha dado apoyo en distintas etapas a Adrián Hinojosa, trabajador en una tienda de Valle Real y deportista. Y, sí, se desenvuelve tan bien que uno llega a dudar de si este joven de 29 años –que aparenta muchos menos– tiene de verdad una discapacidad intelectual. Él, de entrada, le resta toda importancia. «Es algo más de la vida, no me preocupo por ello. Me preocupa más mi puesto de trabajo y, en el día a día, hacer todo lo que quiero». Con esta misma naturalidad, Adrián cuenta su infancia en un Centro de Menores del Alto de Maliaño, a donde llegó tras haber pasado por el colegio Fernando de los Ríos de Torrelavega. En el centro –donde afirma que sufrió «muchísimo» y luchó por defenderse– también vivían sus hermanos mayores (por parte de madre, matiza), de los que nunca se desvinculó y con quienes vive en la actualidad en Peñacastillo, tras haber pasado un tiempo en una vivienda tutelada por la citada asociación.
Adrián resume su historia vital del tirón. Tiene prisa por llegar a donde quiere: a hablar de sus ganas de independizarse «y buscar una mejor calidad de vida». Se declara «muy contento» en su actual empleo, una conocida firma de ropa deportiva de mujer: «Aprendo muchísimo y quiero seguir mejorando de cara al próximo trabajo que tenga».
Fuera de esa dedicación laboral –«de fijo a media jornada»– que logró por medio de la organización Plena Inclusión (que convenia con empresas los contratos con personas con discapacidad) está volcado con el deporte, en el que empezó a los cinco años. «Esta ha sido mi vía de escape a los problemas y la vida que he tenido», relata. De ahí su ayer de atleta, en el que llegó a convertirse «en campeón de España en 3.000 metros en categoría adaptada en Santa Marta de Tormes, Salamanca», ilustra de corrido. También se organizó un reto para hacer el Camino Lebaniego en cuatro etapas y consiguió los patrocinadores por su cuenta (el Gobierno regional y varios ayuntamientos por los que pasó).
Pero esto ya es agua pasada. Ahora su ilusión está centrada en el Racing, donde forma parte del equipo de personas con discapacidad que participa en la Liga Genuine. Con el Racing se le capta entusiasmado, por «el colectivo y el estar con los compañeros». Por cierto, le han encantado las dos entregas de Campeones (Campeones y Campeonex, especifica), de Javier Fesser.
Óscar Sáiz Ingeniero informático y actor
«Hay gente que a mí me ha mirado como si fuera un extraterrestre... Y hay que acostumbrarse. Entiendo que los demás no se fijan en mí con maldad. Es, simplemente, que muchos no habrán visto nunca a una persona como yo. He sido siempre 'el diferente', para lo bueno y para lo malo. Lo primero de todo, con una discapacidad, es aceptarlo, y esto no siempre es fácil».
Así lo cuenta Óscar Sáiz, a quien una poliartritis reumatoide que empezó deformando sus muñecas y luego se fue cebando con el resto de sus articulaciones desde los tres años, dejó con un cuerpo más pequeño de lo habitual. Y trajo una infancia y adolescencia llenas de dolores.
«Físicos y de los otros», ilustra muy sonriente este ingeniero informático y actor, quitándole importancia a lo que le ha marcado la existencia. Óscar ha llegado a sus 42 años de hoy después de pasar por «muchas fases» en su relación amor-odio con su discapacidad. Por un lado, tiene muy presente que ha habido etapas en que ha sabido manejar «en mi beneficio» la diferencia. «Es el egoísmo del enfermo, que quiere que todo gire en torno a él, que siempre busca el protagonismo», confiesa.
También es consciente de que durante muchos años no quiso reconocer lo mucho que le condicionaba su físico, sobre todo en sus primeros años de juventud, «cuando te importa tanto ser como los demás». Asegura que nunca le faltaron amigos y amigas, porque «siempre, hacia afuera, mantuve una fachada construida para poder sobrevivir. Todos nos contamos una película de cómo somos y a mí me tocó lidiar sobre la marcha con todo esto, sin recursos (psicológicos, quiere decir) para enfrentarlo».
Ahora lo ve todo más claro porque está en una terapia que le está ayudando a desprenderse de un yo «tirano con los más cercanos». «Intento desprenderme de ese Óscar para el que todo ha sido cómodo. Por ejemplo, iba a clases de canto porque canto muy bien. Descubrí, sin embargo, que lo hacía, de nuevo, para tener un reconocimiento fuera, para ser aplaudido. Y es uno de los aprendizajes: que esta necesidad de cantar tiene que venir de dentro, que sea una afición solo para divertirme».
También es actor y alumno de la escuela de Javier Cifrián. Le encantaría dar el salto a la actuación, en la que empezó por probar –y que le ha dado la oportunidad de participar en una gran producción ('Escape', de Rodrigo Cortés)– pero «la informática paga las facturas».
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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