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Los cuerpos de sus vecinos permanecieron durante días tapados con unas mantas delante del monumento a los caídos en la Segunda Guerra Mundial, en Irpín, una de las ciudades bombardeadas por el ejército ruso. Cerca de allí vive Sergiy Larionov (Crimea, 1992), un joven ucraniano que cada día sale de su casa a las cinco de la mañana para recorrer los 20 kilómetros que separan su lugar de trabajo, en Kiev, de su casa. El 24 de febrero hizo ese recorrido por última vez. «Salí pronto y comencé a caminar. Entonces, oí el sonido de los misiles y los cazas rusos. Tuve que echar a correr», relata.
Larionov se expresa en un perfecto castellano, con ese claro acento de Europa del Este que corta el sonido natural de las palabras. Lo aprendió en Tanos, en Torrelavega, donde veraneó durante 12 años cuando fue niño. En aquella época había un programa de cooperación conocido como 'Un hijo más' que consistía fundamentalmente en que familias españolas acogían a niños ucranianos durante los meses estivales. Tres grupos de menores se podían beneficiar de aquella iniciativa: los que se vieron expuestos a la radiación nuclear de Chernóbil; los huérfanos; y aquellos que hubieran perdido a uno de sus progenitores. Sergiy perteneció a este último grupo. En 1995 su padre murió de un cáncer fulminante en la sangre. «Mi madre se quedó en una situación difícil, con dos hijos y sin casa en propiedad. Mi hermana tenía que empezar la universidad, así que aquel verano, tras la muerte de mi padre, fui a Cantabria».
«Tener miedo a lo que está ocurriendo en mi país es una reacción lógica porque estamos viviendo una guerra y fuera está muriendo gente, se están destruyendo casas, pero hay que tener las emociones bajo control». Larionov habla desde la incómoda experiencia de quien ha perdido dos casas y sufrido dos guerras. En 2014 perdió su hogar en Donetsk por las mismas circunstancias.
Desde que el pasado febrero las tropas rusas comenzaron a atacar Ucrania, Sergiy se encuentra en el Hotel Opera, ubicado en el centro de Kiev, donde trabaja como responsable de catering. Allí tiene un papel fundamental, seguir atendiendo a los huéspedes que no han podido huir de las bombas. De su equipo, de 25 personas, solo quedan cuatro. El resto se han marchado.
-¿Por qué no has huido de Kiev?
-Mi madre, mi hermana y mis sobrinos ya están de camino a pueblos de las afueras de Ucrania. Con ellas a salvo, lo primero que pensé es en mi seguridad, salvar la vida cuando fuera están explotando bombas, pero es difícil organizarse cuando estás en medio de una guerra. Además, tengo que quedarme en el hotel y ayudar en todo lo que pueda.
-¿Crees que lo peor del conflicto está por llegar?
-Lo peor ya está pasando, es un acto de agresión y un crimen de guerra, un crimen contra la humanidad. Es fascismo. Mueren civiles, niños, se destruyen casas e infraestructura civil. Dos millones de ucranianos ya han tenido que salir del país. La pregunta es: ¿Cuánto va a durar esta tragedia? No es solo una guerra entre Ucrania y Rusia. Es una guerra entre el bien y el mal.
Aunque es incapaz de acostumbrarse a escuchar las sirenas que le obligan a refugiarse dos veces al día, Larionov descarta abandonar del país. Tampoco buscará acogida con su familia de Tanos, «los hombres de 18 a 60 años no podemos salir de Ucrania. Tenemos que permanecer aquí, por si en algún momento se nos necesita».
Si dobla el codo y pone el puño izquierdo sobre su hombro derecho, la bandera que tiene tatuada en el antebrazo nota el latido de su corazón. El dibujo, en amarillo y rojo y con el toro de Osborne, está al margen del prurito ideológico que se mueve detrás de ese símbolo. Es un sentimiento mucho más sólido, el del «gran amor» que siente por España y por «la tierruca»: «Es un homenaje al país, a su cultura y a su idioma. A toda esa gente que estuvo cerca mío cada verano, dándome amor y cariño. Este tatuaje es la forma de mantener esa conexión que tengo tan fuerte con Cantabria. Con los amigos con los que andaba en bicicleta por Torrelavega, con la familia que me enseñó a hacer la tortilla de patata, que me llevó al zoo, al Palacio de la Magdalena, por la bahía de Santander... ». No ha acabado de enumerar sus recuerdos. La alarma de ataque aéreo ha sonado en Kiev. Sergiy se despide.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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