Uno de los acusados de la muerte del anciano implica a su hermano y éste niega su versión
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El primero asegura que fueron juntos al garaje de la víctima y al piso de su esposa y el segundo afirma que nunca estuvo allíNacho González Ucelay
Santander
Miércoles, 14 de octubre 2020, 07:09
El juicio por la muerte de un hombre de 81 años ocurrida el día 4 de febrero de 2017 dentro de un garaje de la calle Beato de Liébana de Santander, en el que fue abordado, golpeado, maniatado y amordazado por varias personas ... que luego acudieron a su domicilio particular para robarle la caja fuerte reteniendo allí mismo a su esposa, arrancó este martes con las declaraciones de los tres únicos acusados -dos hermanos residentes en Vizcaya y un vecino de Santander- y una monumental sorpresa que dejó descolocados a los miembros del jurado y, en especial, a las defensas. En un inesperado giro de los acontecimientos, que apuntaban a que los dos hermanos iban a reconocer los hechos insistiendo en que ellos nunca quisieron matar al anciano y a eximir de cualquier responsabilidad al tercer implicado, uno de los dos hermanos se salió de ese carril para asegurar que él tampoco había tenido que ver ni con el fallecimiento del hombre ni con el robo perpetrado luego en su vivienda contradiciendo, de tan sorpresiva manera, la versión que previamente había dado su allegado.
Primero en prestar declaración, Paulino G.L. admitió su participación en el suceso sin rodeos. «Sí, reconozco los hechos», dijo. «Pero yo nunca quise que ese hombre muriese», se apresuró a decir el procesado.
Según su versión, él y su hermano, Ricardo G.L., ambos residentes en el País Vasco, se presentaron en Santander el día anterior para vigilar a la víctima, de la que por una tercera persona que no llegó a identificar habían sabido que guardaba una enorme caja de caudales en su domicilio, ubicado en la calle Alcázar de Toledo.
PAULINO G.L.
Una vez en la capital cántabra, Paulino y Ricardo se citaron con el tercer acusado, Juan Carlos C., a quien el primero conocía desde hacía algún tiempo y al que previamente había informado de que se iba a acercar a Santander «porque íbamos a mirar unos presupuestos para realizar un trabajo de albañilería y pintura». De manera que, según Paulino, «Juan Carlos no sabía lo que íbamos a hacer».
Según él, en los hechos solamente participaron dos personas, él y su hermano Ricardo, quienes, el 4 de febrero de 2017, le pidieron al tercer procesado que les acercara en su vehículo hasta la calle Beato de Liébana y les esperara en los alrededores. Luego, los dos, él y su hermano, entraron al garaje de la víctima, la abordaron para que les entregara las llaves de la caja fuerte y, ante la resistencia del hombre, le golpearon, le maniataron y le amordazaron abandonando rápidamente el lugar con las llaves de su domicilio.
RICARDO G.L.
«Cuando nos marchamos estaba respirando», dijo Paulino, que admitió que él y su hermano se desplazaron después hasta el domicilio del fallecido, donde, tras amenazar, maniatar y amordazar a la mujer de la víctima, abrieron la caja fuerte, sustrajeron las joyas que había dentro y huyeron rumbo a la calle Alta. Allí, contó, esperaba Juan Carlos, que, según dijo y repitió, desconocía que los hermanos vinieran de cometer un robo.
En el tramo final de su declaración, Paulino precisó que él nunca quiso tan fatal desenlace. «Jamás pensé que esto pudiera pasar. Jamás. Lo siento mucho», aseguró al respecto el acusado, que también se atribuyó la autoría de la llamada que, al día siguiente, una persona anónima efectuó a Cruz Roja de Madrid informando de la presencia de un hombre maniatado y amordazado en un local de Santander, llamada que a la vuelta de un año de investigaciones policiales acabó por delatarle tras ser reconocida su voz.
«La hice yo sí. Porque estaba preocupado por ese hombre», admitió Paulino, que sospecha que «si no la hubiera hecho hoy no estaría aquí sentado».
JUAN CARLOS C
Lejos de corroborar esta versión, su hermano, Ricardo, que afirmó que este siempre le ha tratado «como a un drogadicto asqueroso», negó haber participado en los hechos que se le imputan y por los que las acusaciones solicitan para los tres una pena de 35 años de cárcel.
De acuerdo con la suya, su hermano, que vive en Vitoria, se acercó a Bilbao para recogerle y viajar a Santander «para hacer un trabajo de albañilería y pintura». Explicó que, una vez en la ciudad, «nos reunimos con un amigo de mi hermano», Juan Carlos, al que no identificó en el juicio, «y estuvimos toda la mañana dando vueltas por ahí».
Preguntado si participó en los hechos por los que se le juzga, Ricardo contestó que no, que él nunca estuvo allí, ni en el garaje de la calle Beato de Liébana ni en el domicilio de la víctima en la calle Alcázar de Toledo, y que únicamente estuvo en el coche que conducía el amigo de su hermano, al que no pudo reconocer porque iba en el asiento de atrás y solo le vio de espaldas.
Esta sorprendente declaración, que no coincidía con la prestada minutos antes por su hermano, lo cual generó no pocas dudas entre los miembros del jurado y las correspondientes defensas, dio lugar a un receso tras el cual fue llamado a prestar testimonio el último de los tres implicados: Juan Carlos C. Vecino de Santander y amigo del primero de los acusados, éste no hizo sino ratificar la versión que sobre su participación ofrecieron los dos hermanos, a los que tanto el representante del Ministerio Fiscal como el de la acusación particular -ejercida por la viuda del fallecido- estuvieron apretando durante sus interrogatorios a fin de demostrar la relevancia de su papel en estos hechos.
Exculpado por Paulino y Ricardo, Juan Carlos contó que el primero, con el que tenía trato, le llamó para decirle que ambos iban a desplazarse a Santander «para mirar algo de unos presupuestos para hacer una obra de albañilería».
El encausado, que reconoció que estuvo con los dos hermanos en los días anteriores al suceso y que la mañana de los hechos les llevó al lugar que le indicaron, aseguró que les dejó en la zona y se quedó esperando su regreso, momento en el que, según dijo, «les vi llegar con unas bolsas y empecé a sospechar que no venían de hacer ningún presupuesto sino de cometer un robo, aunque no de matar a nadie porque de eso se sale muy nervioso y yo les vi muy tranquilos».
La primera sesión del juicio, que continuará hoy con los testimonios de los agentes de la Policía Nacional y de la Ertzaintza que participaron en el curso de las investigaciones así como de diversos testigos, concluyó con la declaración de la viuda del anciano, que, entre sollozos, relató su vivencia en la casa matrimonial.
Según la mujer, que aseguró que en los días previos al suceso su marido recibió varias llamadas telefónicas concertando citas para ver un local de su propiedad, citas a las que él acudió pero el interesado en cambio no, en su domicilio se presentaron dos hombres.
«Estaba en la cocina haciendo la comida cuando entraron dos hombres vestidos de oscuro con pasamontañas y guantes. Uno de ellos me agarró por detrás, me tapó la boca con fuerza, me sacó de la cocina y me tiró en la cama de la habitación. Luego, el otro me llevó hasta la caja fuerte y me dijo que le diera la llave y que si era buena no me iba a pasar nada».
Encontrada la llave y abier- ta la caja, «uno se puso a gritar: 'No hay dinero, no hay dinero'», recordó con angustia la señora, que también se acordó de que los ladrones recibieron sendas llamadas telefónicas a las que respondieron diciendo 'bien, bien' y 'ya, ya' antes de irse dejándola en el sofá también maniatada y amordazada.
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