Adiós al confinamiento municipal
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Cantabria prorroga un mes más el cierre de sus límites y el toque de queda, que mantiene el horario de 22.00 a 06.00Jueves, 11 de febrero 2021, 07:08
Tras dos semanas de existencia aún más encorsetada de lo habitual en Laredo, Colindres, Santa María de Cayón y Polanco, sus datos epidemiológicos han mejorado «sustancialmente» y su situación sanitaria evoluciona «muy positivamente», como señalaron el consejero de Sanidad, Miguel Rodríguez, y el director general ... de Salud Pública, Reinhard Wallmann, al anunciar el levantamiento de las restricciones extra impuestas: desde la pasada medianoche estos municipios ya no están sujetos al cierre perimetral ni a las demás limitaciones que condicionaban la vida de sus vecinos, como la reducción del tamaño de los grupos y la suspensión de toda actividad considerada no esencial. Desde ese momento, regresan al régimen que afecta a toda la región, que aún está muy lejos de llevar una vida normal.
Sanidad ya anunció su intención de proponer al presidente, Miguel Ángel Revilla, por cuestión de competencias, una prórroga, por un mes más, desde el 15 de febrero, del blindaje de las fronteras de Cantabria y del actual horario del toque de queda, que mantiene encerrada a la población en sus domicilios entre las diez de la noche y las seis de la mañana.
La región lleva confinada desde el pasado 30 de octubre, aunque durante el periodo de Navidad se suavizó la medida al permitir los viajes de familiares y allegados para participar en las celebraciones. En cuanto al toque de queda, tras la declaración del estado de alarma por parte del Gobierno central, el 26 de octubre, se concedió a las comunidades autónomas un pequeño margen de maniobra para que adelantasen o atrasaran una hora su inicio, en principio fijado de 23.00 a 06.00. Inicialmente, Cantabria optó por la fórmula más relajada, con lo que se prohibía permanecer en la vía pública a partir de la medianoche. Pero el 14 de noviembre, con la intención de forzar una mejora de los índices de la pandemia con vistas a la Navidad, eligió la más dura: desde las diez de la noche, todo el mundo en casa. Y así sigue.
Hubo incluso intención de adelantarlo a las 20.00 horas, una idea secundada por la mayor parte de los presidentes regionales, incluido el cántabro, pero que se topó con la negativa del entonces ministro de Sanidad y hoy candidato a la Generalitat, Salvador Illa, al considerar que las comunidades no habían agotado todas las posibilidades que les brindaban sus atribuciones.
A pesar de que la tercera ola no ha golpeado a Cantabria con la misma fuerza que al resto del país –ha mantenido los índices menos malos de la España peninsular–, las autoridades sanitarias dieron otra vuelta de tuerca a las restricciones. Es posible que en la decisión pesara el relevo al frente de la Dirección General de Salud Pública: Reinhard Wallmann siempre se ha mostrado más partidario de incidir en las causas que de batallar con las consecuencias.
Quizás la medida más llamativa de todo ese paquete que se viene aplicando desde el 16 de enero sea el cierre de las grandes superficies comerciales durante los fines de semana y festivos, que tiene como evidente objetivo evitar las aglomeraciones de gente y reducir la interacción social, aun a costa de hacer estragos en la campaña de rebajas. Al tiempo, deja a la hostelería sin uno de sus principales argumentos para denunciar que sufre un agravio comparativo respecto a otros sectores.
Este cierre de grandes superficies tiene, como casi cualquier norma anticovid, su parte incomprensible: al definir como tales a todo establecimiento con más de 400 metros cuadrados de superficie, afecta no solo a los centros comerciales, sino también a mueblerías, tiendas de electrodomésticos o concesionarios de coches, a pesar de lo infrecuente que resulta ver en ellos largas colas de clientes.
En cuanto a la hostelería, todo sigue igual: a sus trabajadores les será difícil recordar cuándo fue la última vez que atendieron una mesa en el interior de sus locales. Los que pueden, intentan reducir pérdidas trabajando con las terrazas, por raquíticas e incómodas que estas sean. Mientras tanto, los casinos, salones recreativos y salas de apuestas siguen con la persiana bajada.
Las condiciones han llegado también a otros centros de trabajo: las empresas deben mantener cerradas sus áreas de descanso, limitar en la medida de lo posible el uso de comedores y salas de reuniones o, en caso contrario, reducir a un tercio su aforo. En los vestuarios se permite hasta un 50%. Bibliotecas, museos, cines, teatros y demás equipamientos culturales tienen reducida a una tercera parte su capacidad de acoger público.
También el deporte ve recortadas sus opciones. En las instalaciones deportivas está prohibida la utilización de vestuarios y duchas, con la única excepción de las piscinas. Ahora, muchos usuarios de los gimnasios se visten y desvisten en las salas de entrenamiento. La práctica del deporte base solo está consentida en exteriores y con grupos de seis personas como máximo. La asistencia de público a competiciones, entrenamientos o cualquier actividad que se celebre en una instalación deportiva queda vetada.
La celebración de cualquier tipo de acto multitudinario deberá esperar: no están permitidas las concentraciones de más de trescientas personas. Incluso para aquellas que no aspiren a reunir tantos participantes, tendrán que someterse a una evaluación de riesgos si se prevé que pueden atraer más de treinta asistentes, y además deberán solicitar una autorización de la Dirección General de Salud Pública.
Los ciudadanos seguirán soportando las manifestaciones a motor que tanto se han popularizado en las ciudades en los últimos tiempos: las de formato clásico han de contar con el visto bueno de la Delegación de Gobierno, que previamente consultará con Salud Pública, que denegará el permiso siempre que se supere esa cifra de trescientos participantes.
Nada de bodas con cientos de invitados: los novios pueden darse el 'sí, quiero', pero solo ser testigos de ese momento veinte personas, si es al aire libre, y diez si tiene lugar en un espacio cerrado, y siempre sin superar un tercio del aforo. En otras reuniones sociales más tristes, como los velatorios y los funerales, la norma no varía. Pueden desarrollarse en instalaciones públicas y privadas con un límite de veinte personas en espacios al aire libre o de diez cuando son cerrados, sean o no convivientes, sin superar nunca un tercio de aforo. Las comitivas de enterramiento o cremación se restringen de la misma manera a un máximo de veinte personas al aire libre y diez en espacios cerrados, entre familiares y allegados, además del ministro de culto o persona asimilada.
Los espacios al aire libre también ven regulado su uso, y así se mantiene la prohibición de realizar actividades tanto en los parques como en las playas desde las 20.00 hasta las 08.00 horas.
Laredo
El cierre perimetral que ha sufrido Laredo durante los últimos catorce días ha dejado las calles vacías, sin vida. Ayer, en el último día de confinamiento, todavía se podía palpar esa apatía. A mediodía apenas se podía ver a algún vecino haciendo sus compras o de camino hacia su casa.
Esta melancólica estampa hoy cambiará ya que los laredanos ponen fin a ese encierro que vino motivado por la alta incidencia de casos de coronavirus. Algunos creen que el cierre ha servido para mejorar la situación sanitaria de la villa, mientras que otros piensan que esa mejoría se debe a la tendencia general, una vez que se empiezan a superar las consecuencias de las Navidades.
En un municipio meramente turístico como Laredo, los hosteleros y comerciantes son uno de los principales motores económicos y, a pesar de que hoy vuelven a retomar su actividad, se muestran «frustrados» y «apáticos» ante la imposibilidad de poder ofrecer algo más a sus clientes. Al menos en lo que respecta a los hosteleros, que siguen reclamando que les dejen atender dentro de sus locales.
En el Restaurante Orio ayer se afanaban en limpiar y desinfectar sillas, mesas, cristaleras. Raulín, uno de los empleados, reconocía que «las medidas que se han tomado eran necesarias», aunque eso haya supuesto que tuviese que quedarse sin trabajar y dedicarse únicamente a «pasear». «Las situación aquí estaba muy mal y nosotros hemos ido tirando poco a poco, como hemos podido».
Este camarero estaba deseando de que llegase el día de hoy, aunque se resigna ante la imposibilidad de no poder atender a clientes dentro del restaurante. «Tengo ganas de empezar».
A unos metros de este establecimiento, en la Cafetería Pigalle, los ánimos también estaban muy bajos al sentirse «señalados» por las autoridades. «Ahora están pensando en la Semana Santa. Es vergonzoso e ilógico. Parece que quieren hacer como verano: abrir todo y luego cerrarnos a partir de septiembre. ¿No hemos aprendido nada?», afirmaba muy molesto el gerente de este negocio, Rolando Lirón.
«Lo que tiene que mirar el consejero de Sanidad es cuántos camareros hay infectados en toda Cantabria, ya no hablo de Laredo, donde ha habido un chaval que ha estado fastidiado. Espero que algún día nos pidan perdón».
Rolando no solo lamenta que no les dejen trabajar en el interior de su local, sino la repercusión que tiene para su negocio el toque de queda. «No puedes vender comida, no puedes vender cenas... Y eso que la hostelería cumple con todos los requisitos sanitarios», afirma, al tiempo que una empleada añade que «si las noches ya habían perdido antes de la pandemia, ahora no te digo nada».
Junto a los hosteleros, ayer también había varios comercios no esenciales que se preparaban para la reapertura de hoy. Es el caso de Sheila Santamaría, de la Peluquería Fusión, que estaba colocando todo el material de su negocio. «Tengo clientes para tres o cuatro días», confesaba con la esperanza de que no se vuelva a repetir un nuevo confinamiento como el que ha tenido que vivir la villa. «Espero que todo esto haya servido de algo, aunque también creo que en Navidades no ha habido mucho desmadre por parte de la gente. Otra cosa es que alguno a escondidas lo haya hecho mal».
En la Boutique Papos, Guadalupe y Ángel, que perdieron a un familiar en abril del pasado año a consecuencia del covid, lamentaban que este «parón» de quince días les ha «partido» en dos las rebajas. «Ahora la gente ya están pensando en la temporada de primavera».
Estos dos conocidos laredanos, él ha sido carrocista durante muchos años, creen que la alta incidencia de la villa viene como consecuencia de las Navidades. «Ha habido varios contagios en diversas familias. Conozco algún caso de hasta ocho miembros contagiados», apuntaba Ángel mientras su mujer desea que «todo vaya bien».
Santa María de Cayón
Un nuevo comienzo, eso es lo que representa el día de hoy para Santa María de Cayón, que finalmente puede salir del domingo prolongado que estaba instaurado desde que se decretara su confinamiento hace dos semanas. «Estos días me asomaba a la puerta del negocio y daban ganas de llorar, estaba el pueblo muerto», reconoce Cristina Ruiz, de la carnicería Hnos. Mora, situada en pleno centro de Sarón.
Es una sensación compartida al preguntar en la calle tanto a vecinos como a comerciantes: este confinamiento «ha sido diferente, muy duro», al afectar sólo a cuatro municipios de la región y, por ello, dejarlos totalmente aislados. Pero la incidencia acumulada de casos de covid ha mejorado, y ha llegado el momento de pisar el embrague, poner primera y arrancar una vez más con el objetivo de no tener que frenar de nuevo. «Esperemos que al menos haya servido de algo», dice en el estanco Dolores Mazorra.
Los últimos 14 días en Santa María de Cayón han transcurrido de forma pausada, con las persianas de los negocios echadas, las sillas de las terrazas apiladas y con un inocuo movimiento en las calles. «La gente se ha portado bien, pero es que no había posibilidad de que no lo hiciera porque no se podía hacer nada», valora Ildefonso Marín, vecino de Sarón. Él es uno de tantos que no confía en las medidas que han recaído sobre ellos estos días:«Es un parche más, además es el segundo confinamiento a nivel municipal que tenemos, y dicen que no hay dos sin tres», comenta al tiempo que hace hincapié en su hartazgo. «Yo cumplo con las medidas y por unos pocos que no lo hacen estamos pagando la inmensa mayoría», apunta.
Así que las restricciones apagaron Cayón por completo estas semanas. «Todos los de los municipios colindantes que hacen sus recados aquí han pasado de largo, hemos estado muy tranquilos», explica desde su estanco Dolores Mazorra. Mientras, en el local aledaño, la carnicería Hnos. Mora, apuntan en la misma dirección:«El mes de febrero de por sí siempre es flojo, pero esto ha sido imposible», valora Cristina Ruiz. Y eso que en su caso han podido mantenerse abiertos al considerarse comercio esencial, pero «al estar casi todo cerrado nos perjudica igualmente, porque esto es una cadena en la que si a uno le va mal, al resto también», resume la carnicera.
Sarón, el centro neurálgico del municipio, ayer, a horas del fin del cierre perimetral, comenzaba a despertar de su letargo gracias a que la actividad alboreaba con los preparativos para la reapertura de los negocios cerrados. Por ejemplo, algunos camareros limpiaban las mesas de las terrazas. También en la floristería Layma, que abren justo para recoger los pedidos de San Valentín, aprovechaban para una puesta a punto y para retirar un espejo antiguo. «Tras 14 días cerrados hay que limpiar, y aunque vengas a regar las plantas algunas se te mueren y hay que retirarlas», explicaba María Hazas, que intentaba ver el lado bueno de la situación al decir que «al menos la gente está apoyando más al comercio local».
También hoy afrontan el regreso los hosteleros, haciendo frente a los perjuicios generados por el cierre. «Se nos avisó de un día para otro, y no es sólo lo que dejas de ingresar, también todo el género perdido y que no hay ninguna compensación», explica Mónica Tejera desde el bar El Zapato Rojo. Por su parte, su socia, Alexandra Boja, no disimula su enfado por «la arbitrariedad de las restricciones» porque, tal y como argumenta, «hay municipios con más incidencia que no han sido confinados». También critican las medidas. «No somos biólogas, y no sabemos cuál es la solución, pero sí que tiene que ser consecuente; no puede ser que vayas al médico y nadie desinfecte la silla y aquí estemos continuamente pasando la bayeta para que luego nos cierren». Y apostillan que «además este local está más ventilado que un centro comercial». Pese a las piedras en el camino, las hosteleras sacan todo el pecho que pueden y aseguran que «vamos a intentar aguantar contra viento y marea».
Colindres
Comerciantes, hosteleros y vecinos de Colindres, repiten la misma frase ante el fin del confinamiento del municipio, que ha tenido la actividad no esencial cerrada a cal y canto durante dos semanas. Todos ellos estaban «deseando que se volviera a abrir», porque los negocios, y en especial la hostelería, venía de atravesar un 'annus horribilis', y los ciudadanos coinciden en que el pueblo ha estado desangelado con sus negocios clausurados.
Hoy, el sol vuelve a salir para unos y otros, que se han vuelto a reencontrar en las tiendas y los bares y también pueden recibir a los ciudadanos de los municipios vecinos. Estas dos semanas «han sido muy duras», para Andrea Hernando, que inauguró Original Nails, hace escasamente un año y el 2020 fue para ella «muy complicado», aunque en verano funcionó bien. En un sector que tiene que ser más escrupuloso si cabe con la limpieza por la cercanía y el contacto con su clientes, se convive con el virus «con respeto», pero Andrea contesta con una sonrisa que no veía el momento de volver a trabajar.
«Mucha impotencia» es lo que ha sentido Elia Hoyos, durante el último confinamiento. En las horas previas a la apertura de La Mar se ha esmerado en la desinfección del local, pero cree que la gente «va a seguir con el miedo metido en el cuerpo y no vamos a levantar cabeza fácilmente». No se trata solo de las dos últimas semanas, sino que desde el pasado marzo el sector ha tenido que asumir los gastos que supone abrir las puertas de los negocios con la clientela y los ingresos mermados por las restricciones. «Hemos estado muy vigilados y muy machacados, vamos a seguir estando igual y habrá quien pueda aguantar y quien no». Para ella es «injusto» que se culpe a la hostelería, porque, tal y como ella lo ve, «somos los que más rigurosamente llevamos la desinfección y las medidas que nos imponen por nosotros mismos, que estamos de cara al público».
Detrás de la barra de El Paladar, Juan José Falcón, reconoce que ve las expectativas de la apertura «complicadas» por la climatología y las restricciones en el interior de los bares, que obligan a los hosteleros a depender de las terrazas. Una situación que en Cantabria, con tiempo lluvioso recurrente, ahoga al sector, y a su entender, habría que intentar buscar alguna fórmula para que los clientes puedan consumir en el interior. Falcón opina que «los bares en España damos mucha vida a los pueblos» y que la lluvia y el mal tiempo echan para atrás a mucha gente mayor a la hora de salir y tomarse algo en los bares, pero después de estos 14 días «tenemos ganas de volver a empezar y procuraremos que la gente se anime a salir».
Otros sectores comerciales se han enfrentado en Colindres al segundo cierre total, como es el caso de Juan Pérez, con su tienda Modas Margot. «De entrada las rebajas las han partido por la mitad», dice, rechazando que el comercio minoritario «tenga la culpa», cuando entran dos o tres personas y cumpliendo «todo lo que nos han exigido». Juan ve un futuro poco esperanzador para el comercio del pueblo «y la prueba es todos los locales que están cerrados». Otro tema, apunta, es que «ayudas ni una», aunque se anima a «seguir luchando hasta que se pueda».
Por su parte los vecinos reciben hoy con los brazos abiertos la apertura de sus comercios y sus bares. «Esto ha hecho mucho daño a los comercios, así que teníamos ganas de que volvieran a abrir», dice Valentín Peña. Colindres, «parecía un pueblo fantasma» estos días y «no se podía ir a ningún sitio», señala José Manuel Ortíz, que ahora podrá volver a comentar en el bar cómo va el Racing, del que presume ser socio.
Respecto a los servicios municipales, el alcalde, Javier Incera, indicó que volverán abrir en las condiciones de hace 14 días, por lo que el Ayuntamiento mantiene las restricciones que ya se impuso antes del cierre. Asimismo, «si la evolución es la misma», el 19 de febrero reabrirá el mercadillo con una ocupación máxima del 45%.
Polanco
Polanco puso fin ayer a dos semanas de cierre perimetral y de las actividades no ensenciales por los altos niveles de contagio de coronavirus. Éstos han bajado de forma notable y eso permite suavizar las restricciones, pero siempre con precaución porque la pandemia no ha terminado.
«La gente ha cumplido bastante bien y lo avalan los resultados, pero ahora no nos podemos relajar», decía ayer la alcaldesa, Rosa Díaz. «Aunque la incidencia ha bajado –explica–, seguimos teniendo bastantes casos activos. Por eso incido mucho en las medidas de autoprotección. La mascarilla y la distancia social son fundamentales. No nos podemos relajar ni siquiera con allegados y familiares, porque es ahí donde se producen la mayoría de los contagios».
En el bar Sotileza, el único que permanece activo en la capital del municipio, se preparaban para la reapertura. «Llevamos dos semanas completamente cerrados y seis meses maltrabajando», se quejaba Gonzalo, uno de los dos trabajadores que quedan en plantilla. Su jefa alquiló el negocio el pasado mes de julio, en plena pandemia, y desde entonces «no hemos dejado de luchar», dice Gonzalo, cansado del «maltrato» al que está siendo sometido el sector. Él es de los que piensa que la reciente sentencia del Tribunal Superior de Justicia del País Vasco les ha venido a dar la razón, al confirmar que «no está demostrado que la hostelería sea el principal foco de contagio». Mientras habla con nosotros, el trabajador atiende a los proveedores y prepara la terraza, que podrá abrir al 50%. «A ver si hay algo de consumo para poder salir a flote, porque no queda otra que seguir luchando y que salga el sol por donde quiera», concluye Gonzalo.
A pocos metros del bar se encuentra un pequeño negocio de alimentación, que sí ha podido trabajar por ser un sector esencial. Se trata de la tienda Rechupete, la única que vende golosinas en el pueblo. Su propietaria, Paz, recuerda que en estos 14 días bajó mucho la clientela, sobre todo por las tardes, por lo que optó por abrir sólo en horario de mañana. «Estoy deseando que esto acabe porque, en caso contrario, no sé lo que aguantaremos», reconoce.
Verónica, que regenta una frutería en la misma zona, es más optimista: «Hay que mirar el lado positivo, es cuestión de cuidarse y resistir». Ella también notó que «bajó la venta» durante este último confinamiento y cree que el miedo en algunos clientes ha podido influir: «Tuve que encerrarme en casa 10 días por tener contacto directo con un positivo. Abrí la frutería el mismo día que cerraron el municipio». Verónica también ha observado cansancio en la gente porque «esto va para largo», pero replica con otra frase: «Paciencia, que no hay otra ciencia».
En Requejada, una de las localidades más importantes del municipio, más de lo mismo. Muchos negocios cerrados, sobre todo peluquerías y academias de estudio. En la lavandería Colada Rápida estaban Gema, su padre, Nicanor, y la chica que les ayuda en casa, Marisa, que mostraba su tristeza porque «apenas se ve gente por la calle». «Este pueblo está muerto, se viene a dormir y pasear», lamentaba un joven que pasaba por la acera con su hija en un carrito de bebé.
También ha echado en falta clientes durante el confinamiento Fernando, que regenta la ferretería Suministros Requejada. No obstante, cree que lo peor ha pasado y explica por qué: «Ha llegado la vacuna y no tenemos la ignorancia del principio, estamos mejor preparados».
Javi, del restaurante Palacios, se preparaba para la reapertura ultimando la terraza, desinfectando, pintando..., todo con ayuda de su hermana Sonia. «Estamos deseando volver –señalaba–, aunque sea a la normalidad anterior, pero por lo menos podrá venir la gente a tomar un café, un vino, una caña... Estas dos semanas hemos trabajado muy poco, sólo con el servicio de comida a domicilio». Él también se quejaba del trato a la hostelería: «Somos los primeros que queremos trabajar seguros para que nadie se contagie. La sentencia en el País Vasco hace justicia».
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