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Si Lupina pudiera leer estas líneas, comprobaría que los suyos siguen queriéndola tanto o más que antes de su marcha. Su hijo Paco y ... su nieta Alicia hablan de ella con devoción. Lo hacen de forma fluida, tranquila. En paz. Los recuerdos y vivencias se les amontonan en la cabeza. «Nos protegía sin que nos diéramos cuenta. Nos tenía a todos debajo de sus alas, como pequeños polluelos», explica Paco. Guadalupe Gómez Torre gastó sus energías en los demás. Falleció el pasado 25 de enero, a los 95 años de edad, víctima de covid. Una pérdida muy sentida en Las Presillas, la localidad donde vivía, ya que era muy conocida, querida y respetada.
Los padres de Lupina eran ganaderos y, nada más nacer ella, se mudaron a Vargas, al barrio del Llano. Después ella regresó de nuevo a Las Presillas. Allí fue feliz. Construyó una pequeña casa que con el paso de los años fue ampliando. Su pueblo era su zona de confort. Todo lo que le obligase a salir fuera la ponía nerviosa. La vida la golpeó desde bien joven. Vio como su hermano José fallecía prácticamente en la pubertad. «Eso le produjo una profunda depresión porque estaba muy unida a él», recuerda su hijo.
Lupina se casó en el año 1954. Lo hizo con Francisco Gandarillas. De viaje de novios, con el dinero que tenían ahorrado, se fueron a San Sebastián. Paquito y Lupina tuvieron dos hijos, a los que pusieron sus mismos nombres. Para evitar confusiones, al niño le llamaban Paco y a la niña, Lupita. Paquito 'padre' era obrero mixto. Combinaba su trabajo en una serrería con la atención de unas vacas y un huerto. «Para cuando él venía, mi madre ya había hecho las labores de casa, metido el verde y atendido el ganado. Lo único que no hacía era ordeñar, que era tarea de mi padre», recuerda su hijo. Su hija Lupita se casó en el año 1977 con Francisco Cicero. Después se mudaron a Las Presillas para vivir los cuatro juntos. Lupita y Francisco tuvieron tres hijos, pero el primero, Daniel, murió con apenas siete meses debido a una meningitis. La muerte de su primer nieto fue el segundo gran palo que la vida propinó a Lupina. Luego vendrían Sergio y Alicia. «Para mí y para mi hermano ha sido como una segunda madre. Muchas veces, para hacerme rabiar, me preguntaba que a cuál de las dos quería más. Yo le decía que no podía pedirme eso, que mi madre era mi madre y que ella era mi 'otra madre'», añade.
El destino ha sido injusto con esta familia. Lupina vio morir en apenas cinco años a su yerno y a su hija, los padres de Sergio y de Alicia. Francisco Cicero con 58 años y Lupita con 59. «Mi abuela afrontó con resignación las desgracias y, a la vez, con muchísima tristeza», recuerda su nieta. Los suyos decidieron –ella también lo aprobó– que ingresara en la residencia de Puente Viesgo. Lo hizo apenas dos meses antes de que su hija enfermara. Por si fueran pocas penas, también vio como fallecía nada más nacer otro nieto, Daniel. Era el primero de su hijo Paco. Después llegarían al mundo Laura y Diego. «Lo que en realidad le alegró la vida en estos últimos años fueron sus cuatro nietos y sus dos bisnietos. Mi madre rejuvenecía con ellos», cuenta su hijo Paco. Le brillaban los ojos cuando iban a verla –algo que hacían a menudo– . «Siempre nos insistía en que, si no podíamos, no pasaba nada», recuerda su nieta.
«Mi madre fue una persona callada, era difícil verla llorar», cuenta su hijo. «Sin embargo –apunta– siempre tenía una sonrisa en la boca, no se enfadaba nunca». Al lado de la casa de Lupina y Paquito vivían el hermano de este, Andrés, y su mujer, Yeya. «Jamás discutieron. Tenían una relación maravillosa. Para mi abuela su cuñada fue como una hermana», apunta Alicia. Por eso, cuando murió Yeya, Lupina «se quedó helada y conmocionada».
Acostumbrada a centrarse en los demás, sus mayores distracciones fueron ir a misa porque era muy religiosa y las flores. Tenía el jardín repleto. Como a los suyos, le gustaba colmarlas de atenciones.
Correo electrónico de contacto Si ha perdido a un ser querido y quiere contar su historia, puede escribir al correo: homenaje@eldiariomontanes.es
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Ana del Castillo
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