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Cuando la fiscal de Menores de Cantabria, Irene Ciriza, empezó hace unas semanas a realizar el balance de 2021, que será incluido en la memoria ... que anualmente presenta cada una de las fiscalías de las 17 comunidades autónomas, se encontró con un dato que le llamó especialmente la atención. Y es el incremento en un 47% de los casos de violencia filo-parental o violencia ascendente, es decir, la de hijos que agreden a sus padres. De los 36 casos registrados en 2020 se pasó a los 53 del pasado año. Una cifra al nivel de la prepandemia, teniendo en cuenta que en 2019 se contabilizaron 59 expedientes.
«La pandemia ha afectado mucho a la vida de las familias. Una vez que acabó el confinamiento surgieron unas cifras muy elevadas de violencia intrafamiliar, filo-parental. Y en 2021 ha sido parecido. Los menores han tenido que estar más tiempo en casa, bien porque ha habido cierres de los establecimientos hosteleros antes de lo habitual o porque han tenido que seguir confinamientos cuando se han contagiado», argumenta Ciriza.
Las familias han tenido que pasar más tiempo juntas durante la crisis sanitaria «y eso ha generado más situaciones de violencia. Este ha sido un factor determinante. Luego están las cuestiones que generan este tipo de violencia como son el consumo de drogas, el abandono de estudios, el uso excesivo de los dispositivos móviles...».
El veterano psicólogo Baltasar Rodero apunta que este tipo de agresiones «siempre han existido, comenzando su lento crecimiento desde los primeros años de este siglo». En su opinión, los modelos de familia, las grandes migraciones, y la transmisión de conocimientos y saberes desde los modelos «han cambiado», y con ello «han surgido grandes masas de movimiento juveniles, germen del desarrollo de la violencia, primero entre ellos, y después entre ellos y sus modelos».
Rodero señala como uno de los problemas el hecho de que las familias, en ocasiones, «no saben ofrecer la seguridad y amor que necesitan sus hijos». Además, considera que las actitudes educativas, en muchas ocasiones, son «inadecuadas, por lo permisivas que son o porque hay poca supervisión, negligentes, o sobreprotectoras». «Niños sin control o que son objeto de excesivo rigor, que comienzan pronto a consumir tóxicos, o que por su heredabilidad carecen de empatía y dificultad para controlar los impulsos, son capaces de ocasionar agresiones verbales, psicológicas y físicas ascendentes, especialmente a sus progenitores».
El catedrático y sociólogo de la Universidad de Cantabria, Juan Carlos Zubieta, coincide en que existe un «problema serio de socialización de los niños y jóvenes. Muchos padres carecen de criterios; no saben cómo educar a sus hijos, no son conscientes de que sus hijos necesitan que les orienten, que les pongan referencias y límites. Educar es, entre otras cosas, decir: 'Eso no se hace', 'ese comportamiento es incorrecto', 'estas son las normas que hay que cumplir y si no las cumples habrá consecuencias'».
Zubieta considera que si al niño y al joven se les consienten todos sus caprichos, si no aprende a asumir las frustraciones cotidianas, se convertirán en «inadaptados». Además, señala que estos niños y jóvenes caprichosos devendrán en «pequeños dictadores. Es sabido que si no se ha aprendido una respuesta positiva, la reacción a la frustración es la agresividad».
El niño, el adolescente y el joven maleducado «provocará problemas sociales y también los padecerá». El niño, el adolescente y el joven egocéntrico, egoísta, «hará sufrir y también sufrirá. El que no aprende a ser empático, el que no aprende a respetar las normas básicas de convivencia tendrá problemas de integración social», cree este sociólogo, que apunta a que esta sociedad «ha pasado de ser muy represiva a ser muy permisiva».
La Fiscalía de Cantabria registró el pasado año un total de diez casos de violencia de género entre menores que dieron lugar a dos órdenes de alejamiento cautelares.
La cifra es muy similar a la de 2020, cuando se produjeron once casos, y ligeramente superior a la de 2019, cuando se contabilizaron siete. «En estos casos se denuncia más por violencia psicológica que por una agresión física. Normalmente suele ocurrir una vez que han terminado la relación». Ciriza asegura que cuando denuncian, las víctimas relatan que sus exparejas ejercen «situaciones de control» sobre ellas. «Controlan su teléfono móvil, las redes sociales, la forma en la que se visten y con quién se relacionan... Es más ese tipo de violencia que la física, aunque también hay algún caso de este tipo».
Pero, según la fiscal de Menores de Cantabria, en los dos últimos años se han dado más episodios de violencia psicológica y «no hemos tenido ningún asunto con la gravedad como para que el menor agresor tenga que ingresar en un centro de internamiento».
La medida de protección más frecuente suele ser la orden de alejamiento. «En el caso de menores no ponemos los dispositivos telemáticos».
El protocolo que siguen las menores que son víctimas de violencia de género es el mismo que en el caso de los adultos, pero el camino de los menores agresores es diferente. «Las penas impuestas dependen de sus circunstancias personales y de la gravedad de los hechos», apunta la fiscal de Menores.
En los casos de violencia psicológica se impone la realización de tareas socioeducativas, encaminadas al desarrollo moral o la libertad vigilada con un educador. «Se trata de medidas de medio abierto, en los que el agresor no ingresa en ningún centro. Sigue en casa y tiene que cumplir con supervisión del Juzgado. Las otras penas pueden ser el internamiento o la convivencia en un grupo educativo».
En cualquier caso, considera que «no hay que dramatizar, porque la mayoría de los adolescentes y los jóvenes se comporta correctamente con sus padres, con sus profesores y con el resto de la sociedad».
Sin embargo, hay un porcentaje de menores que durante el pasado año tuvo que responder ante la justicia por agredir a sus padres. «Normalmente amenazan a sus progenitores, les gritan, les insultan, rompen cosas y eso desemboca en una agresión. De hecho, cuando los padres van a poner una denuncia es porque ya se ha producido la agresión física», apunta la fiscal de Menores.
¿Qué medidas se toman frente a estos menores agresores? «Si es una situación muy grave y están conviviendo, al menor hay que sacarlo del domicilio. Se acuerda como media cautelar que ingrese en un centro, y se hace por la vía de los Servicios Sociales y de la protección. Se les lleva al Centro de Atención a la Infancia, Adolescencia y Familia que ahora está ubicado en Cueto (Santander)», apunta Ciriza, que señala como otra medida alternativa al internamiento «la convivencia en grupo educativo».
Para evitar que los niños y adolescentes lleguen a este extremo, Zubieta da algunas claves sobre cómo deben responder los padres ante los comportamientos violentos de sus hijos. «Frente a la violencia en la familia, en los grupos y en la sociedad, la respuesta es educación y valores. La respuesta es no olvidar que los padres, la escuela y también el conjunto de la sociedad tienen la obligación de educar a las nuevas generaciones, deben darles criterios, deben ponerles normas, deben establecer límites. Al mismo tiempo, todos estos agentes socializadores deben indicar que el incumplimiento de las obligaciones y las normas tiene consecuencias», resalta.
En su opinión, la violencia, el maltrato al otro y los comportamientos y actitudes egoístas «también se aprenden». Algunos adolescentes y jóvenes observan modelos que se comportan de ese modo, y «esos personajes reales o de ficción son presentados en medios de comunicación y en juegos diversos como 'normales' sin la oportuna valoración crítica de esos comportamientos incívicos y/o violentos». Además, esa exposición masiva a imágenes, comportamientos, actitudes y formas de relacionarse propagadas por videojuegos y series de televisión «puede provocar que cueste diferenciar la realidad de la ficción».
Zubieta hace referencia a una reflexión del prestigioso psiquiatra Luis Rojas Marcos, quien considera que entre los 'antídotos contra la violencia' se encuentran «proporcionar a los hijos y a los estudiantes un hogar y un entorno escolar que haga que esos niños y jóvenes se sientan queridos, valorados; se sientan seguros. Unos ámbitos en los que perciban que existen criterios claros, normas claras. Estos entornos, estos ambientes de relación social positiva y cálida, contribuirán de forma muy importante a que crezcan con seguridad en sí mismos, que aprendan a escoger, a ser responsables, a no dejarse manipular, que aprendan a decir sí y a decir no; que adquieran la capacidad de ser empáticos y solidarios».
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