Las alas de Ícaro

Cuesta distinguir una misión de la NASA de la ciencia ficción. Este verano la agencia espacial ha resucitado el mito de Ícaro para su próximo espectáculo: se propone tocar el sol, esquivando los efectos de su moraleja. La ambición por subir a lo más alto nos puede estrellar contra el suelo. Alguno que lo ha pretendido últimamente se quemó las alas intentando alcanzar la gloria política. Poco duró el éxtasis contemplador de su propio reflejo en la bahía.

Tampoco hemos podido desafiar el poder de Zeus sobre las nubes. Afortunadamente agosto discurre plácidamente, sin más lluvias que las de Perseidas, para secar las lágrimas de julio por los turistas ausentes. Un drama económico, ante la escasa astucia innovadora. Exceptuando el arrebato emprendedor de adulterar sobaos con arándanos, caso aislado de sacrilegio pasiego, somos bastante cívicos. La mayoría de los cántabros –desvela una estadística– recogeríamos un papel del suelo aunque no fuese nuestro. Ojalá hubiese idéntica determinación política para recoger náufragos del Mediterráneo, ahora que algunos imprudentes lo cuestionan y al tiempo se santiguan ante la creciente ultraderecha.

La semana pasada bombas saudíes mataron a 40 niños en Yemen. Apenas nos inmutó, aunque muchas armas se fabrican en España y salen desde el puerto de Santander hacia Arabia Saudí. Dicen que las compran para consumo interno y nuestros gobiernos les siguen la corriente.

Pase sólo si trae la solución a su problema, reza un cartel en la puerta del alcalde de Marina de Cudeyo. Sublimando este mantra de José Mota, aquí crean el problema y después aplican paños calientes. Queda retratada su doctrina moral con vitriólico cinismo. Primero les venden un arsenal de armas y después organizan homenajes a las víctimas que provocan.