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En la UC, varios grupos y departamentos investigan los sectores agroalimentario y de la alimentación desde distintas perspectivas. «La sociedad está cada vez más concienciada de la importancia de la alimentación para la mejora de la salud y la calidad de vida, retos que ... se trasladan a la industria y a la universidad como fuente de conocimiento», indican Sonia Gómez Lavín y Ane Urtiaga, quienes, junto con las doctoras Nazely Diban, Raquel Ibáñez, Inmaculada Ortiz, Fresnedo San Roman y María Margallo manejan varias líneas de investigación sobre estos sectores. Lo hacen desde el Departamento de Ingenierías Química y Biomolecular y el Servicio de Cromatografía (Servicios Cientificotécnicos de Investigación).
¿Por qué investigar en este ámbito? «De acuerdo a los datos del anuario 2017 del INE, la actividad de producción de alimentos y bebidas supone el 25% del valor de la producción industrial de Cantabria, siendo el sector con mayor aporte a la producción industrial en la comunidad autónoma. La industria agroalimentaria se basa en operaciones y procesos equivalentes a los aplicados en la industria química. Es un sector industrial innovador y dinámico. Es un nicho de trabajo para los titulados (grado, máster y doctorado) en Ingeniería química: su formación está muy valorada por la industria alimentaria», indican G. Lavín y Uriarte.
En su caso tienen proyectos sobre ‘Calidad y seguridad agroalimentarias’. «En salud pública, un grupo importante de sustancias químicas son los COP (Compuestos Orgánicos Persistentes) entre los que destacan las dioxinas, furanos y los PCBs». Son bioacumulables y la gran vía de exposición humana es el consumo de alimentos, sobre todo animales. «El Sercrom está dotado de equipamiento de altas prestaciones: un cromatógrafos de gases acoplado a un espectrómetro de masas de alta resolución, de los que además hay pocas unidades en España, para el análisis de dioxinas, furanos, PCB y otros COP a niveles de ultrazas, es decir muy bajas concentraciones [...] Nuestro objetivo es analizar la presencia de estas sustancias químicas en los alimentos para llevar un control de las sustancias indeseadas en los alimentos y en el medio ambiente». El fin: proteger la salud humana.
También investigan el envasado, muy presente en la alimentación, y su objetivo es desarrollar procedimientos para «diagnosticar la migración de compuestos desde los materiales a los alimentos que están en contacto», y, por tanto, colaborar con las empresas para generar envases seguros. ¿Cómo? Las doctoras explican que han implantado «métodos, de acuerdo a la normativa vigente, para evaluar la migración total a partir de envases plásticos, trabajando con simulantes adaptados a los diferentes tipos de alimentos frescos y procesados. Trabajamos en colaboración con empresas y organismos en investigación sobre la migración de compuestos específicos a partir de materiales metálicos y embalajes de cartón. Los grupos de investigación del Departamento disponen de equipamiento para la medida de metales, ICP−MS, y de compuestos orgánicos, mediante cromatografía líquida y cromatografía de gases, en ambos casos acoplada a detección mediante espectrometría de masas [...]».
Más: en el campo de la ‘Química de los constituyentes de los alimentos’, trabajan con técnicas analíticas para «evaluar la presencia y concentración de sustancias de alto valor nutricional, que habitualmente se encuentran en concentraciones bajas en los alimentos: ácidos grasos omega 3 y omega 6, proteinas lácteas minoritarias con actividad farmacológica (lactoferrina), etc.», explican.
Trabajana además ‘Aspectos tecnológicos y ambientales de la producción agroalimentaria’. Aquí desarrollan procesos avanzados de separación aplicados a la producción alimentaria: tecnologías de membranas para la desalcoholización parcial de vinos con denominación de origen protegida; membranas de ultrafiltración para la separación de proteínas lácteas; procesos con membranas de nanofiltración para el aprovechamiento del suero lácteo...
En el Instituto de Biomedicina y Biotecnología, trabajan ahora en varios proyectos. Por un lado está el ‘Análisis del microbioma de los quesos azules de Cantabria y sus aplicaciones’, que maneja el Grupo de Intergenómica y sus investigadores Raúl Fernández , Raquel Gutiérrez y Fernando de la Cruz.
Explica Fernández: «Las fermentaciones son un proceso biotecnológico central en la producción de gran variedad de alimentos de consumo diario, tales como el chocolate, los encurtidos, los embutidos, los yogures o los quesos. En el proceso de elaboración de estos alimentos están implicados muchos microorganismos diferentes. Las reacciones químicas que desarrolla esta microflora son esenciales en la determinación del sabor, textura y calidad del producto final, además de llevar a cabo un papel protector frente a otros microbios perjudiciales para la salud o para la conservación del producto. En este proyecto utilizamos técnicas genómicas para caracterizar la flora microbiana característica de los quesos azules, un alimento fermentado complejo, en cuya elaboración participan diferentes bacterias y hongos». Con todo, el proyecto podrá catalogar el conjunto de microorganismos autóctonos y característicos de la denominación Bejes-Tresviso. «Conocer la microbiota que participa en la elaboración de este queso permitirá definir aquellas especies que son esenciales en el correcto desarrollo del producto, que le confieren características de sabor y olor particulares y que protegen al queso de la colonización por bacterias dañinas».
La industria agroalimentaria se presenta como un nicho de investigación al alza. Gómez Lavín y Uriarte indican que, además de un motor económico, desde la tecnología química se aport «conocimiento para la caracterización química de los constituyentes de los alimentos, y en particular de los compuestos minoritarios» −tanto de aquellos que aportan beneficiosos (ácidos grasos omega 3, omega−6, proteínas), como las sustancias indeseadas que pueden engarzarse en la cadena alimentaria−. Otro campo es el desarrollo de productos «a través de nueva tecnología, por ejemplo en la obtención de aromas naturales, o la desalcoholización parcial de vinos con DOP, sin pérdida aromática, mediante tecnologías avanzadas de separación». Las investigadoras detectan, además, que el estudio de la migración de las sustancias que componen los envases de plástico a los alimentos, un tema regulado por reglamentos europeos y normativas nacionales, resulta muy atractivo.
Moncalián destaca un gran impacto: «En agroalimentación siempre se ha innovado en mayor o menor medida, pero ahora hay más herramientas genéticas o moleculares que permiten realizar esa innovación a otro nivel. Es claramente un nicho de investigación en alza tanto en Cantabria como en el resto del mundo. Fernández, por su parte, indica que la industria de alimentos y bebidas «es el primer sector industrial del país y, junto con el sector agrario, representa casi el 10% del PIB. [...] es el nicho fundamental de aplicación de la biotecnología», además del ámbito biosanitario.
Se ha celebrado en la UC un foro para conectar al sector agroalimentario de la UC y las empresas. Moncalián indica que uno de los problemas de las investigaciones agroalimentarias es el poco conocimiento de las empresas sobre los grupos de investigación «que les puedan ayudar», y al revés: los grupos de investigación no conocen siempre las necesidades empresariales. «Este foro ha permitido contactar».
El instituto también trabaja en ‘Desarrollo de tecnología AMTI para el cultivo de algas en plantas de acuicultura convencionales’ y ‘Optimización de la purificación de catalasa’, proyectos del grupo Diseño e Ingeniería de Proteínas. Gabriel Moncalián y Raquel Gutiérrez se ocupan del primero, y Moncalián y Matilde Cabezas del segundo.
Moncalián explica que en el primer caso trabajan «en la identificación genética de las algas que crecen en los efluentes de las piscifactorías. Esto permite identificar las algas que mejor crecen en esos efluentes y que servirán para reducir la materia orgánica y por tanto, descontaminarlos». Y servirá «para valorar su posible uso como nutrientes de los propios peces criados en la piscifactoría o para la producción de compuestos de alto valor añadido como ácidos grasos omega−3, carbohidratos o carotenos». El segundo proyecto estudia «cómo mejorar la producción y purificación de diversas enzimas utilizadas en el ámbito agroalimentario como son la catalasa, la pepsina o la quimosina. Este estudio permitirá la obtención de enzimas de una mayor calidad».
El siguiente paso en el caso de las algas será, una vez identificadas las que mejor crecen, caracterizar «su composición para identificar los productos de alto valor añadido que puedan acumular». En enzimas, «se pasará al «escalado del proceso para su aplicación industrial». ¿Por qué esta investigación? «Debido a la alta oferta de productos agroalimentarios, las empresas del sector necesitan de una ventaja frente a sus competidores». Investigar puede ayudar a buscar ese «elemento diferenciador».
Hay otro punto de vista en la UC: el cambio climático y su impacto en los cultivos. Rodrigo García Manzanas es uno de los investigadores del proyecto que lidera José Manuel Gutiérrez desde el IFCA, y que se realiza junto con la FAO (Programa ‘Mosaicc’). La FAO contactó con el Santander Meteorology Group −donde trabajan investigadores del IFCA (participado por el CSIC) y la UC−para acometer la fase que persigue el «análisis de los efectos del cambio climático en la agricultura y la evaluación de la vulnerabilidad alimenticia ligada a esos hechos», explica García Manzana. El proyecto ha trabajado sobre el terreno en Perú, Filipinas, Malawi o Marruecos. «Es un proyecto muy ambicioso», que busca una predicción de cambio climático regional que supere ‘vacíos’ numéricos y permita evaluar qué cultivos se adaptan a cada territorio. «Nuestras predicciones −temperatura y precipitación− son la base de la investigación».
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