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Arriba, Verónica Pérez, directora de la Escuela Infantil Chiquitín, en Valdenoja, y una de las trabajadoras juegan con un grupo de niños en una de las salas de la guardería. Abajo, las personas mayores de la residencia San Cipriano, en Santa Cruz de Bezana, esperan la hora de la comida separados en mesas y repartidos por grupos. ROBERTO RUIZ
Del «alivio» a las «ganas» de pincharse

Del «alivio» a las «ganas» de pincharse

Las vacunas permiten a residencias retomar actividades, mientras sigue la intranquilidad en las guarderías

Laura Fonquernie

Santander

Lunes, 26 de abril 2021, 16:03

A veces los cambios van más allá de lo que puede percibirse a simple vista. Quizá todo siga en su sitio y, aún así, haya diferencias que se perciben en el ambiente. Son las sensaciones de cada mañana. La crisis sanitaria trajo una preocupación constante y se encargó de dar un vuelco a las rutinas del día a día. Y ahora es la vacuna contra el covid la que juega el papel opuesto. Los pinchazos han ayudado a devolver cierta «tranquilidad» a la gente. Al menos a esos entornos que ya están inmunizados como las residencias de personas mayores y de discapacidad.

Aunque esa vida que se respiraba al entrar no se ha recuperado todavía, las dos dosis de Pfizer (fórmula administrada a profesionales y usuarios de estos centros) fueron el primer paso para avanzar hacia esa «normalidad» que quedó atrás hace un año, pero que «volverá», confía Poli Gutiérrez, director del centro San Cipriano, en Santa Cruz de Bezana. Ese es el «objetivo» ahora. Allí recibieron la segunda dosis en febrero y desde entonces viven «más aliviados». A pesar de que las medidas de seguridad y la precaución siguen formando parte de su organización. Pero ya se ven las sonrisas de los residentes que van sin mascarilla y ha vuelto el contacto.

No obstante, a la par que unos ven cada vez más cerca retomar parte de esas rutinas. Hay otras instalaciones donde las distancias impuestas por el bicho son un imposible y comparten espacio con esa intranquilidad de hace meses porque aún no les ha llegado el turno de vacunarse, como es el caso de las guarderías. Concretamente allí donde la convivencia es justo con los más pequeños esperan los pinchazos con ganas. ¿Qué supondría? «Trabajar con más tranquilidad», responde sin dudar Verónica Pérez, directora de la Escuela Infantil Chiquitín, en Valdenoja.

A la espera de la fecha

No tenían día para pincharse, pero al estar adscritos a la consejería de Educación, sabían que entraban en la rueda de AstraZeneca. Ese extremo ya estaba comunicado. No obstante, suspendida la vacunación con la fórmula de Oxford, se han quedado fuera de la planificación. Han consultado a la consejería de Sanidad cuándo les inocularán las dosis contra el covid, pero las numerosas preguntas enviadas no han obtenido la respuesta esperada. Aún no saben en qué grupo ni qué fármaco les corresponde por lo que les toca seguir a la espera de su hueco.

Mientras tanto mantienen todos los protocolos con los que arrancaron el pasado mes de septiembre y cuidan de los más pequeños con la mascarilla como uniforme. Aunque lo más seguro es que la vacuna no llegue acompañado de un cambio de protocolo y a pesar de que la transmisión en infantil ha tenido una incidencia muy baja, para las trabajadoras supondría un respiro trabajar con esa protección frente al covid.

Escuela Infantil Chiquitín

«Aquí no hay distancias, daría seguridad»

Verónica Pérez, directora de la Escuela Infantil Chiquitín, en Valdenoja, y una de las trabajadoras juegan con un grupo de niños en una de las salas de la guardería. ROBERTO RUIZ

A la incertidumbre que ya de por sí ha traído la crisis sanitaria del covid, se suman ahora las dudas sobre la campaña de vacunación. «No sabemos qué va a pasar», resume Verónica Pérez, directora de la Escuela Infantil Chiquitín, en Valdenoja. Desde que se paralizaran los pinchazos con AstraZeneca y decidiera administrarse sólo al grupo de edad de entre 60 y 69 años, han quedado en un limbo y sin turno en la lista. Antes tampoco tenían una fecha prevista, pero sabían que entraban en esa rueda de inyecciones como centro dependiente de Educación y considerado «esencial». Así que llevan varias semanas «llamando y preguntando» a las consejerías. Sin aclarar nada.

Allí donde trabajan cada día con los más pequeños –que no llevan mascarilla– guardar las distancias es «un imposible». Por eso, a pesar de que la plantilla sí tiene cubierta la cara, «el riesgo está en el día a día», explica la directora. Y ante todo, los pinchazos «darían tranquilidad», resume Pérez. Coincide en la sensación Paula Barros, educadora infantil de la escuela. «Estaríamos más seguras». Ellas y los niños. Sobre todo porque para trabajar con los críos «te tienes que acercar y agachar para que te entiendan».

«No sabemos qué pasará con nosotros desde que se paralizó AstraZeneca y el riesgo está en el día a día. Aunque ayuda ver que no está ocurriendo nada»

Verónica Pérez | Directora

Al menos el «miedo» con el que reabrieron en septiembre, pensando que los positivos no tardarían en saltar, se ha difuminado un poco al darse cuenta de que tras ocho meses de trabajo «no ha habido contagios». Y «ver que no está pasando nada nos da cierta tranquilidad», reconoce. Aunque recibir las dosis contra el covid sería ese extra de «seguridad» para acudir día a día a la guardería donde pasan horas con decenas de niños. Las profesionales han reducido su «vida social» para limitar el riesgo de contagio y de llevar al bicho a la guardería. Lo hacen por «responsabilidad», comentan las dos. Y también porque meter al bicho en el centro supone para ellas cerrar su trabajo. Así que esperan la vacuna con «muchas ganas».

Los protocolos son los mismos que cuando en septiembre. Los pequeños cruzan la puerta con sus padres que se quedan en la entrada y son las trabajadoras quienes van a buscarles para llevarles al aula. En la recepción hay «un taquillero» donde cada crío deja sus cosas y se descalza. Y, además, en la rutina de la clase se ha colado la desinfección constante de los juguetes cada vez que se utilizan. «Todo el material que sale, se limpia». Por eso el covid les ha obligado a dejar guardados los juegos que resulten más complicados de lavar. Y las mascarillas les han dificultado las actividades porque les impide jugar con la expresividad y hacer muecas por eso están «deseando» terminar con la pandemia.

Residencia San Cipriano

«Ha supuesto quitarse un peso de encima»

Las personas mayores de la residencia San Cipriano, en Santa Cruz de Bezana, esperan la hora de la comida separados en mesas y repartidos por grupos. ROBERTO RUIZ

Da igual si la pregunta se lanza a los profesionales o a las personas mayores de la residencia porque todos coinciden en la respuesta: «tranquilidad». El sentimiento diario es el cambio que más han notado tras la llegada de la vacuna contra el covid de Pfizer. Más allá de hacer actividades o haber recuperado el contacto, lo fundamental es el hecho de vivir con «alivio», explica Poli Gutiérrez, director de la residencia San Cipriano, en Santa Cruz de Bezana. Acompaña la palabra con un gesto, el de dejar caer los hombros, y un suspiro. Como si de pronto desapareciera la «presión» acumulada después de tantos meses. Algo así como «quitarse un peso de encima», añade.

Eso sí, también hay aspectos que no han cambiado porque la prevención y la preocupación a que el bicho cruce la puerta del centro no ha desaparecido. Ni lo hará pronto. «Siguen los grupos reducidos. Hemos habilitado cuatro comedores» de manera que cada burbuja come separada del resto. Una redistribución de la residencia que, por el momento, parece que ha llegado para quedarse. Siempre pendientes de que, si salta un positivo, no se extienda por la residencia. La «responsabilidad» de meter el virus en la residencia ha sido un acompañante diario de los profesionales que ahora «anímicamente están mejor», resume Gutiérrez.

¿Y las actividades? Nunca pararon del todo porque las personas mayores necesitaban continuar activas. Pero hace meses todo era con distancias, mascarillas y cierta «tensión». «Iba a sus habitaciones y si hacia falta, al gimnasio bajaban de uno en uno», explica Belén Pazos, fisioterapeuta del centro. Ahora ya han retomado la parte social del ejercicio y acuden en grupos. Los residentes «están más contentos», añade. Sobre todo porque han recuperado el contacto con las familias. «Lo que más echaban de menos».

«Ya no estamos con esa presión y poco a poco ha vuelto la alegría. Hay más tranquilidad aunque las medidas de seguridad y los grupos reducidos siguen»

Poli Gutiérrez | Director

También han vuelto las salidas. Toñi García aprovecha dos días a la semana para salir a pasear y acercarse al pueblo. «Empezaré a salir tres», comenta convencida. Ella coincide con los trabajadores y el director. ¿Qué ha cambiado tras la vacuna? «Yo estoy más tranquila», responde segura. Tanto es así que ahora ha trasladado toda su preocupación a la familia, a quienes agradece poder ver de nuevo.

Eso y volver a «respirar aire». Y cada vez son más los mayores que salen los fines de semana para ir a comer con sus familias. ¿Qué falta por recuperar? «Las visitas sin horario, la libertad de entrar y salir, de ir al bar, las excursiones...», enumera el director que afirma con seguridad «volverán» cuando la vacuna llegue a la población.

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