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El cuerpo de 'Gisela' apareció en la yeguada que hay casi medio kilómetro más abajo. La arrastró la riada. «Todas tienen nombre porque hay que registrarlo, pero luego de alguno ni te acuerdas. De esta sí, porque era una pillina, un trasto que se ... pasaba el día fastidiando a las mayores». Lo cuenta Alison Jane Boyden junto al cadáver de un pequeño animal con el pelo blanco. No le gusta que le hablen de mascotas. Es otra cosa. «Nosotros no les disfrazamos ni les ponemos gorritos. Nuestro trato es el del respeto a la dignidad del animal. Les conocíamos, con sus diferencias entre unos y otros porque en la manada hay mucha diversidad. No les achuchas ni les sobas, pero a más de uno le he sacado yo al mundo y te has levantado a las cinco de la mañana para darles el primer biberón. Tienes máximo respeto por ellos y, claro, cariño. Y ver cómo se les lleva la corriente...». Justo lo que ocurrió.
La pasada semana perdió 16 de sus alpacas con las inundaciones. El agua se las llevó y, con ellas, también su proyecto de vida. «Llevo diez años criando y no es el dinero. Es el tiempo. No tengo diez años más para volver a empezar. Aún no sé qué vamos a hacer».
30.000 euros es lo que calcula que ha perdido entre animales e infraestructura. Las compañías no aseguraban las alpacas.
El paseo es desolador. Por el prado de Quijano (Piélagos) donde pastaban los animales quedan los restos de una preciosa idea. Todo el vallado está caído, una de las casetas que había en pie está casi boca abajo y, enredados en las mallas, los carroñeros han empezado a hacer su trabajo en los cuerpos de dos de las alpacas muertas. Dos crías. Los once adultos, los más grandes, aún no han aparecido. «Supongo que acabarán en la playa de Liencres o por ahí».
«Mira, un superviviente», dice Alison al escuchar como maúlla un gato con las patas manchadas de barro. Ella habla mientras camina. Cuenta que aún no ha retirado los restos para que la Guardia Civil pueda documentar la pérdida. Cuenta qué ocurrió. «Empezó el miércoles pasado». Ya había zonas inundadas. A la espalda de la finca corre un riachuelo. Normalmente es un hilo. Pero ese día ya ocupaba buena parte de la zona de pasto. Lo vieron desde la carretera porque el camino para acceder al recinto estaba ya imposible. En una «isla» -los desniveles del terreno- veían a unas veinte alpacas. «Y los machos estaban sueltos, algo más lejos, en otra zona alta».
Hasta ese momento tenían a todos contabilizados. De lejos, pero a salvo. Llamaron a la Guardia Civil y ellos trasladaron el asunto a Protección Civil. Acabó viniendo una dotación de la Cruz Roja, con lanchas neumáticas. Observaron, evaluaron... «Pero empezaba a anochecer y pensaron que era tarde para hacer algo sin poner en riesgo la vida de los operarios». Alison comprende que no era cuestión de asumir riesgos, pero no puede olvidar que «algún iluminado decía que la pleamar había pasado, que el nivel no iba a subir más y que los animales no corrían peligro». Que llamara a primera hora, con tiempo para actuar.
A las ocho y media del jueves, en cuanto amaneció, ya andaba cerca. Pero la carretera estaba cortada a la altura del cruce de Puente Arce, mucho antes de poder llegar. «Dimos una vuelta tremenda». Todo, antes de encontrarse con una postal trágica. Al desbordamiento del riachuelo se unió el del Pas. Ya no había islas en las zonas altas. Todo era agua y corrientes. «A unos les llegaba el agua por la barriga, otros estaban casi ya nadando y con los prismáticos, en las casetas, veíamos a otros que seguían vivos pero pasándolo ya muy mal». Imposible acercarse.
En el 112, con Cantabria sumergida, les dijeron que todos los equipos estaban ocupados con la catástrofe ayudando a la gente. Alison fue a la Guardia Civil a preguntar «si había algo a título privado». Nada. Empezó una carrera desesperada tirando de amigos, familia, conocidos... Fueron a Raos, a Renedo... Acabó llamándoles el amigo de un amigo de Argoños. Un buzo profesional que vino con otro compañero y con una canoa. Con la maleza y los restos del agua, pensar en un motor no era efectivo. Ellos -«unos profesionales como la copa de un pino»- se pusieron manos a la obra.
Alison señala el punto en el que montaron el «campamento base» y cuenta cómo ya habían perdido de vista a los machos y a los que se quedaron en las casetas. Al final, después de intentar varias cosas, ataron una cuerda a un árbol e hicieron una línea de más de cien metros. Esa fue la solución. Uno tiraba, otro sujetaba al animal que llevaban a bordo para no volcar y el resto preparaba otra línea de cuerda para traerles de vuelta tirando desde la zona de reunión. Un viaje, otro... «Y así, antes de que se hiciera de noche, sacamos nueve animales». Tuvieron que dejarlo con cinco aún a la vista. Demasiada oscuridad, demasiada corriente. Demasiado riesgo. «Uno de los de la caseta se fue con las hembras en vez de con los machos y se salvó. Y a esos cinco les veíamos fuertes después de 48 horas luchando. No podía pedirles más a esos chicos. Así que volvimos a la mañana siguiente cruzando los dedos y el nivel había bajado». Salvados.
Se emociona al hablar de agradecimiento, aunque la rabia le salió de dentro al escuchar por la radio a un coordinador de emergencias que enumeraba las prioridades a la hora de rescatar. «Primero, la integridad personal. Luego, salvaguardar suministros, infraestructuras... Lógico. Las personas y todo lo que tiene que ver con que no falte lo básico: agua, carreteras... Pero después metía los bienes y, lo último, el ganado. ¿Por qué un coche inundado o un frigorífico que ya no tiene remedio está por delante de los activos que son mi medio de vida y, además, seres vivos? Un puñetero coche ya inservible o un frigo. Con todo mi respeto, lo sentí como una ofensa propia. A mí y a todos los ganaderos de Cantabria. Se nos llena la boca hablando del sector primario, pero somos los últimos de la cadena. Somos pocos y electoralmente no interesamos».
Ahora tiene en qué pensar. Los seguros no cubren unos daños que valora en 30.000 euros. «No tienen estudios, baremos, cálculos de riesgos para alpacas. Por eso ni los agroseguros ni los seguros convencionales quisieron asegurarnos». Ha perdido a los machos que eran el eje de su programa de cría. Los elegidos. Los que tenían las características que quería transmitir. El trabajo de diez años. Y también a las crías, teniendo en cuenta que la fibra -el pelo, porque esto no es lana- del primer corte es la más valiosa. Y aún le queda por saber si las crías de las hembras preñadas saldrán adelante y si el estrés por lo ocurrido les provocará alguna enfermedad.
«No sé. Vamos a tomarnos un tiempo de reflexión en base a lo que nos queda, a lo que podemos hacer, a nuestra edad... Si fuera en caliente estaría todo vendido. Tengo muchos años ya...». A Quijano dice que no va a volver, no tiene fuerzas ni ganas para levantar otra vez todo el vallado. Alison lo cuenta desde Penagos. En el terreno de su socio, al que llevó a las alpacas supervivientes. Las llama silbando, con un cubo lleno de comida entre las manos. Y, poco a poco, van acercándose. Da gusto verlas.
-Vas a seguir con esto seguro.
-No sé. Ahora cuento todo esto y bien. Pero cuando llego a casa y lo pienso, me derrumbo.
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