Secciones
Servicios
Destacamos
Las fórmulas son muchas. Está la clásica, la del piso de estudiantes. O la de la señora que vive sola y alquila una habitación a un chaval recién salido de su casa para estudiar la carrera o a un trabajador que viene del pueblo a ... ver qué sale. Pero hay muchas más y surgen otras nuevas. El matrimonio mayor que alquila una de las habitaciones de su casa para completar la pensión, el recién divorciado al que no le da para cogerse un apartamento, el que paga una hipoteca que se le ha disparado y comparte su vivienda porque no le alcanza con su sueldo, el de trabajadores con un salario que no llega para pagar un alquiler por más que buscan... Personas que comparten, familias que acogen y familias que directamente viven con otras familias. Dos y hasta tres bajo un mismo techo. Hay un dato del Instituto Cántabro de Estadística muy llamativo. Más de 15.000 hogares en Cantabria eran compartidos en 2021. Un 6,38% del censo de hogares de la región. Y eso, en 2021. No hace falta ser un visionario para asegurar que esas cifras son ahora mayores. Basta con poner algunos datos sobre la mesa.
Según los distintos portales inmobiliarios, el precio del metro cuadrado del alquiler ha subido entre un 12% y un 14% en sólo un año en la región. Lo que cada cántabro destina a la vivienda anda por el 40%. La vivienda en alquiler escasea y está por las nubes. Así que un porcentaje cada vez mayor de personas se ve obligado a compartir. Y eso afecta sobre todo, aunque no solo, a los más vulnerables.
693 hogares
en los que viven dos o más familias había en Cantabria en 2021, según el Icane.
350 euros
por alquilar una habitación en Santander, con fianzas y hasta con pagos extra.
«Al no haber oferta en el mercado, lo poco que hay está prohibitivo. Hablar de rentas de 800 o 1.000 euros ahora en Santander es algo normal en pisos que antes eran de 500 o 600 euros al mes. Y, ante esto, hay gente que tiene que buscar acompañamiento», resume José Andrés Cuevas, del Grupo Inmobiliario San Fernando, que apunta, no obstante, que la búsqueda de vivienda en este caso suele ir por cauces distintos a los negocios inmobiliarios convencionales. Se busca en portales de internet, en páginas web, en tablones de anuncios en empresas o centros de estudio. O directamente por redes de contactos entre particulares. «Fulanito alquila una habitación...».
En 2021 había, según el Icane (con datos del Censo de Población y Vivienda), casi 9.000 hogares «de una familia con otras personas no emparentadas» (el matrimonio que alquila una habitación, por ejemplo) y cerca de 6.000 «multipersonales que no forman familia» (el piso compartido). Pero tal vez el dato más llamativo es el de los 693 hogares en los que, directamente, convivían «dos o más familias». De ellos, 213 ubicados en Santander y otros 48 en Torrelavega. Con el aumento de la población (basado en los últimos años en la llegada de personas de otros países, como confirman las estadísticas) y la subida de los alquileres, estos datos «sólo han podido crecer», comentan los expertos en las estadísticas.
Adriana, Aitana y Alberto –su caso es uno de los ejemplos en este reportaje– son tres jóvenes que han venido a Santander desde otros puntos de España y de Cantabria para trabajar. Con estudios superiores, bien preparados y dando sus primeros pasos en el ámbito laboral (con beca o primeros contratos). Comparten (aunque cada uno tiene sus motivos) porque no saben el tiempo que permanecerán en Santander, pero sobre todo porque no les da para otras opciones. Su situación es la de otros muchos jóvenes y, con todo, no es la más dramática.
«Nosotros atendemos a la gente más vulnerable y con el tema de la vivienda nos encontramos muchas dificultades. Ya no para encontrar pisos. De eso ya ni hablamos. Las dificultades son para encontrar habitaciones. Ahora piden entre 300 y 350 euros por una habitación que no siempre está en buenas condiciones. Y reclaman un mes o dos de fianza», explica Olga Martínez, desde Cáritas. Ella habla, además, de un «negocio paralelo». Porque hay gente «que no empadrona», pero es que, además, algunos «están cobrando por empadronar».
«Hay gente –resume– con rentas mínimas de 400 o 500 euros a los que les cuesta muchísimo acceder a encontrar un techo».
Cheikh Diouf, senegalés afincado en Santander (el otro caso que refleja este reportaje), confirma los precios y las dificultades. A él le tocó en su día alquilar habitación en Santander. Pagaba 150 al mes que fueron 200 cuando empezó a compartir con otro compatriota que se incorporó como compañero de trabajo. Él, ya hace unos años, pudo conseguir un piso para vivir con su familia sin compartir, pero sabe que lo que se pide por esas mismas habitaciones «son unos 350 por mes y cada dos meses pagar 50 euros extra, más allá de uno o dos meses de fianza». Lo sabe porque está en contacto para echar un cable cuando le llaman de Cantabria Acoge.
Inma Ureña es trabajadora social en este colectivo y Marta Sánchez, la coordinadora. «Hay trabajadores que cobran poco más de 1.000 euros (el Salario Mínimo Interprofesional es actualmente de 1.134 ) y con eso no les da para un alquiler y para el resto de gastos, para vivir», explican como punto de partida genérico, con efectos en toda la población. «No hay vivienda –siguen–, lo que hay está encarecido y tampoco quieren empadronar en los domicilios. Se piden requisitos inasumibles incluso para alguien que trabaje. Eso aboca a compartir».
Entre las personas que acuden a ellos llegadas de otros países y en dificultades «es difícil encontrar una familia que viva sola». «Cuando alguien quiere reagrupar a su familia, por ejemplo, un requisito es contar con una vivienda. Hay gente que cumple con todo (trámites, papeles, empleo...), pero no encuentra esa vivienda. Antes, tener empleo era una garantía casi segura». Confirman –también lo dice Cheikh– que es «más fácil encontrar un trabajo que un alquiler» y que las dificultades y los requisitos nunca han sido tan grandes como ahora. Y, por supuesto, los precios. «Hay gente pagando 400 euros por una habitación compartida por tres personas».
Hay, en general, dificultades añadidas. Todas las personas que han participado en este reportaje destacan la cantidad de pisos o de habitaciones (especialmente en Santander) que restringen su alquiler de octubre a mayo, no en verano. «¿Qué haces con una familia en esos meses? ¿Se van a la calle hasta octubre?». Del mismo modo, todos señalan igualmente el temor que tienen muchas veces los propietarios de las viviendas ante posibles impagos o realquileres («también hay gente muy buena y muy solidaria que entiende las dificultades de los demás»). Es una pescadilla que se muerde la cola. Menos pisos disponibles, más caros, más vacíos o para el alquiler turístico...
Y, es una obviedad, que muchas de estas fórmulas para compartir hogar se basan, al final, en situaciones que están al margen de la legalidad. Alquileres B, contratos con un inquilino que a su vez negocia realquileres con otras personas, condiciones lamentables, acuerdos verbales... «Hay –y aquí el relato de los que conocen los casos más dramáticos se vuelve absolutamente desolador– situaciones de mujeres, que son las más vulnerables, que se ven acosadas y obligadas a hacer cosas que no quieren. Y esto se da más veces de lo que pensamos».
Aitana Avendaño, Adriana Barquín y Alberto González Idival y Valdecilla
Son cuatro, pero una de sus compañeras está de viaje. Los cuatro con un perfil similar. Jóvenes, con estudios, llegados de fuera de Santander y dando sus primeros pasos en el mercado laboral aquí. O sea, trabajando. Cada uno paga 325 euros por una habitación –su contrato es por habitación– en un piso en el que, además, se reparten los gastos de luz, agua y gas. «Una persona viene para el tema de la limpieza por cuenta del casero, que prefiere pagarlo y asegurarse de que está todo bien». Los tres que participan en el reportaje cuentan historias similares. Sólo uno se planteó buscar algo para él solo. «Lo más barato que podía permitirme no era muy agradable y suponía el 50% de mi sueldo». Inviable.
Lo cuenta Alberto González, de 27 años. El último en llegar al piso (en enero). De Málaga e investigador predoctoral en el Idival. Compartió piso durante la carrera en Sevilla y cuando hizo un máster en Granada. «Me dieron la beca para venir y, cómo tampoco sabía cómo iba a adaptarme, directamente busqué para compartir». Fue, además, en el confinamiento, así que «ni enseñaban los pisos». Pasó por dos y fue entonces cuando se planteó buscar uno para él solo. Imposible. «Llevo mudándome desde 2014 y siempre pagando más caro (que no mejor)».
Aitana Avendaño (de Barcelona, 26 años) comparte labor investigadora en el Idival. «Al venir aquí con una beca ni de lejos me planteé vivir sola. Me gusta el contacto con la gente, pero además, con el salario de una beca, directamente buscas una habitación en un piso compartido. Llevo dos años y aquí sigo». Y en su ciudad, dice, «ni compartiendo». «No te da», asegura.
Queda una historia. «Soy de Selaya y he empezado a trabajar como enfermera en Valdecilla. Vine a vivir para evitar el desplazamiento y el tema de aparcar. Ni me planteé vivir sola. Mi sueldo está bien, pero si quieres ahorrar algo, es inviable. Las cuentas salen apretadas, quería compartir esta experiencia y no sabía cómo iba a adaptarme, así que esta fue la opción más fácil», cuenta Adriana Barquín, de 25 años.
«Los precios no tienen nada que ver con hace uno o dos años», señalan. Todos buscaron en «portales de internet», con poco margen de tiempo («desde que te dan la beca hasta que empieza el contrato tienes menos de un mes») y añaden un dato decisivo en Santander: «Hay mucho alquiler que va de septiembre a junio». «Prácticamente todo nuestro entorno (gente joven, de fuera y trabajando) –coinciden– está así. Por el dinero y porque no sabes cuánto te vas a quedar».
Cheick 'Sergio' Diouf Cocinero
San Fermín. Pamplona. Él andaba vendiendo pañuelos rojos. Se puso a charlar en francés con un chico que al día siguiente se volvía a Santander porque tenía que trabajar. «¿Trabajar? Qué envidia...», respondió. «Si quieres trabajo, vente mañana conmigo», le propuso el chaval. Dicho y hecho. Desde entonces –2015– Cheikh Diouf, Sergio para todos, está empleado en la cocina de un restaurante (todo legal desde el primer día). Es senegalés (de Dakar), tiene 39 años y ya desde hace un tiempo vive en un piso con su familia. Ellos solos. Paga 475 euros al mes. Pero antes de eso ha visto de todo. «Casi siempre en pisos compartidos. Muchas veces dos o tres personas por habitación y gente que dormía en la sala. Para los que llegan ahora es más complicado encontrar vivienda que trabajo. No hay y por una habitación te piden el precio que antes pedían por un piso. Son 350 euros al mes y cada dos meses, 50 euros más. Y dos meses de fianza. Encontrar piso no es fácil. La mayoría comparte. Incluso familias enteras».
Sabe de lo que habla. Por lo vivido y porque acude habitualmente a Cantabria Acoge, más que para traducir, para «trasladar» a sus compatriotas cómo funcionan las cosas. Él vino a Europa con un visado para ir a Francia (en 2009). Pero no le gustó y cruzó la frontera. Granada, Almería, Valencia, Coruña, Murcia, Pamplona... Trabajando en la venta ambulante, en ferias, en la recogida de la naranja, del melocotón... Sin papeles, con ellos...
«El día que llegué a Santander contacté con un amigo que vivía en Astillero. Pasé una noche en su casa y al día siguiente hice lo que se hacía, busqué un anuncio en un locutorio y encontré una habitación. En el trabajo vieron que cumplía y me dijeron que si conocía a alguien más, que le daban empleo también. Vino un amigo y se quedó conmigo en la habitación. Yo pagaba 150 y al ser dos, pagábamos 200. Al poco me pidieron una tercera persona para trabajar. Tres ya no nos podíamos quedar en el piso. Así que, como trabajábamos, buscamos un piso con una habitación para cada uno». Y así hasta que pudo traer a su mujer y a su hijo de Senegal (ahora tiene tres hijos) y buscar un hogar para ellos solos.
«Es muy duro vivir con gente que no conoces. No sabes con quién estás, cada uno con su mentalidad, sus costumbres... En mi trabajo me va bien. Empecé fregando y limpiando pescado y ahora soy cocinero. Aunque no puedo ahorrar, me llega. Estamos contentos con el propietario y él con nosotros. No debo un céntimo y, como somos serios, hasta nos han ofrecido otros pisos. Para los extranjeros es todavía más difícil. La gente tiene miedo a que no le paguen o a que realquilen».
📲 Sigue el canal de El Diario Montañés en WhatsApp para no perderte las noticias más destacadas del día.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.