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El CEIP José Arce Bodega es un colegio público al pie de la calle Marqués de la Hermida, en Santander, que a esta hora la mañana rezuma alegría porque ha comenzado el recreo. Niñas y niños cruzan el vestíbulo entre risas y empujones, previsiblemente en ... dirección al patio. Decenas de banderas de todos los países coronan la estancia, una forma muy visual de enseñar geografía y también de representar la diversidad cultural que exhiben las aulas del centro. Este colegio de Infantil y Primaria tiene 374 alumnos, y algo más de la mitad (57%) tienen procedencia o cultura extranjeras. Hay hasta 30 nacionalidades diferentes en el José Arce Bodega, y esto es un incentivo. «Cada niño, cada alumno es una oportunidad para enriquecernos», dicen.
Como este colegio, el sistema educativo cántabro puede decir que es cada vez más diverso: tanto como 113 nacionalidades presentes en los centros escolares de la región. Y los últimos años han sido especialmente favorables para la formación de aulas multiculturales. Mientras que el número de alumnos matriculados en este curso baja en 600 respecto al 2017-18, el de estudiantado de nacionalidad extranjera ha crecido un 32% durante estos últimos cinco años escolares. De hecho, en el actual, el alumnado procedente de otros países asciende a 6.773. Un lustro atrás eran 5.134 de 96 nacionalidades diferentes, según las matriculaciones registradas por el Gobierno de Cantabria.
CEIP Arce Bodega (Santander)
Implicación y una comisión intercultural: En este colegio trabajan a fondo la fase de acogida del alumnado. «Es importantísima», dice Esther García-Lago, una de las dos coordinadoras de Interculturalidad del centro, figura clave para la integración socioeducativa. Adscrito al programa TEI, el centro también ha puesto en marcha este curso una Comisión Intercultural –con representantes por niveles y ciclos– que se asemeja a un pequeño parlamento y vela por la integración académica y emocional de niñas y niños. Las medidas se notan. La convivencia es «magnífica», alumnado y familias «están contentos» y eso contribuye a lograr las metas fijadas.
Colegio Mayer (Torrelavega)
La interculturalidad es «enriquecimiento»: En el Mayer, el alumnado está acostumbrado a acoger a compañeros nuevos. «Son muy empáticos», constata Lara Campo. Con 20 nacionalidades representadas en sus aulas –realidad que responde a la pluralidad sociocultural de La Inmobiliaria y al trabajo directo del CEIP con el Centro de Acogida de Cruz Roja–, la diversidad se ve aquí «como un enriquecimiento». El centro prepara a sus escolares para ser «buenos ciudadanos en una sociedad multicultural y plurilingüe» y para ello trabajan la educación emocional, el aprendizaje cooperativo y, gracias al programa PROA+, atienden necesidades «de manera más individual».
Además, no se aprecia una gran brecha distributiva entre los sistemas público y concertado. El reparto en las etapas obligatorias, Bachillerato y FP, es bastante equitativo. Teniendo en cuenta la proporción de alumnos matriculados en uno y otro –más abultado en la pública, dos tercios del total–, el estudiantado de nacionalidad extranjera supone un 8,1% del total en la red pública y el 7,1% en la concertada, aunque sí hay diferencias cuanto a las nacionalidades más presentes en cada una de ellos. Perú, Colombia, Rumanía, Moldavia y China son las procedencias con mayor peso en las aulas concertadas. En las públicas, Rumanía, Colombia, Perú, Moldavia y Marruecos son los países mayoritarios. «En Cantabria, la distribución es más equitativa y el reparto es más natural», al contrario de lo que pueda ocurrir en otras autonomías, constata en este sentido Mercedes García, directora general de Innovación e Inspección Educativa.
El Colegio Mayer, en el barrio La Inmobiliaria de Torrelavega, rompe con cualquier brecha en cuanto a la escolarización de alumnado extranjero. Organizado como una cooperativa de docentes, este centro concertado, que cumple este año medio siglo, cuenta con cerca de 160 alumnos matriculados y entre todos suman 20 nacionalidades: afgana, rumana, venezolana o marroquí, entre ellas. El Mayer ancla su formación en principios como el laicismo, la igualdad de oportunidades, la inclusión o la cooperación. «Aquí hay niños, puede que de diferentes países, que pueden tener otras vivencias, pero son niños y eso no se puede olvidar», expone Lara Campo, jefa de estudios del centro, cuyo principal objetivo es «que los alumnos vengan felices al colegio». Y se cumple: la mayoría tiene opción de cursar actividades por la tarde –gratuitas y atendidas por los maestros del centro– y el 90% se apunta.
Tanto en el José Arce Bodega como en el Mayer destacan que la convivencia escolar es buena y el éxito educativo de su alumnado, «similar» a los de cualquier otro centro. La idea de que la diversidad sociocultural acarrea dificultades o retrasos en estos aspectos no concuerda con su experiencia ni con las impresiones que reciben de los institutos de Secundaria a donde va a parar su alumnado. «Nuestra sociedad es mezcla y quien no quiera verlo, está confundido. Como estamos viendo, pueden sucederse los conflictos en el mundo y hacer que todo se vuelque. Y es importante que las generaciones que vienen tengan flexibilidad y permeabilidad ante los cambios», expone Campo.
Es cierto que las vivencias personales del alumnado y de las familias –dramáticas o estresantes, en algunos casos–, la escolarización previa en sistemas educativos diferentes al español, o la barrera en la que puede convertirse el idioma en primera instancia requieren trabajo extra y coordinado. Pero, la condición extranjera no implica necesariamente que el alumno tenga necesidades educativas especiales. Por eso, es básico trabajar caso a caso, y hacerlo con «flexibilidad y con la implicación de los claustros, que es vital», incide Campo.
Entre los recursos que dispone la Administración figuran las ADI (Aulas de Dinamización Cultural, que evalúan los casos y siguen la evolución del alumnado) o los ALO (Auxiliares de Lengua Extranjera –árabe, chino, moldavo, rumano o ruso–, que asisten en y fuera del aula al alumnado).
Siguiendo con los datos, si se abre la perspectiva al alumnado adulto aquí se ensancha la diferencia entre pública y concertada. El estudiantado mayor de edad y procedencia extranjera tiene un peso fundamental en el sistema educativo cántabro y se inscribe en la red pública. Este curso son 1.242 alumnos adultos de hasta 76 nacionalidades diferentes, entre las que destacan la colombiana, marroquí, ucraniana, brasileña y venezolana.
En añadidura, la escasa diferencia entre concertada y pública viene favorecida, sobre todo, por la gran importancia que tiene el alumnado extranjero que cursa FP. En este estadio, el estudiantado de nacionalidad extranjera representa el 15% en la concertada y el 12,5% en la pública. En el resto de etapas, es la enseñanza pública la que alberga mayor proporción de alumnado extranjero. En Infantil, son un 7% en el sistema público frente al 5% en la concertada; en enseñanzas de Primaria y ESO, un 8% y un 6% respectivamente; y en Bachillerato, un 6% y un 4%.
Las aulas vuelven a ser reflejo de la sociedad. «La sociedad ha cambiado mucho. Hablamos de globalización en el mundo y eso está en las aulas», indica García. En el Arce Bodega lo ven así. Con recursos para procurar una integración y un intercambio adecuados, la diversidad es una fortaleza. «Aquí podemos preparar a los alumnos para la sociedad actual: plurilingüe y multicultural».
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