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Jesús Flórez (Madrid, 1936) es dos veces doctor y también catedrático en Farmacología. Su trayectoria científica y docente está muy ligada a la Universidad de Cantabria (UC). Además de sus méritos académicos, los jurados que le premian no dejan de elogiar sus investigaciones sobre el ... síndrome de Down, que ha enriquecido durante décadas con trabajo de divulgación, asesoría, acompañamiento y atención al bienestar de personas con una discapacidad intelectual y su entorno. Al director de la Fundación Down21 la Lomloe, la denominada 'ley Celaá', le desilusiona. La clave, asegura, es la persona, el proyecto individualizado.
-¿Qué adjetivos usaría para definir la ley en lo que concierne a la educación especial?
-En lo que se refiere a la educación especial me basta uno: decepcionante.
-Una de las disposiciones establece que, en diez años, los centros ordinarios tendrán que dar cobertura al alumnado con necesidades especiales. ¿Se favorece así la educación inclusiva?
-El punto de mira no es si esto o aquello favorece a la educación inclusiva o a la educación no inclusiva, sino cuál es la modalidad educativa que, de manera concreta e individual, favorece a este 'niño-adolescente-joven' con discapacidad intelectual. Hemos creado dos espacios contrapuestos que los imaginamos irreconciliables. Grave error. La que llamamos educación inclusiva propone acoger en su espacio a todos los alumnos con discapacidad, sea del tipo que sea, con todos los apoyos que considere necesarios. La intención es buena en principio; pero está fallando en múltiples casos en algo que es sustancial con la discapacidad intelectual: la definición de un proyecto de vida, propio, que le sirva para prepararse en la vida, sin tantos tutores, ayudantes, profesores, saltos de curso. A ello hay que añadir la capacidad adaptativa del individuo que es más frágil y deficiente, que evoluciona con los años y es con frecuencia imprevisible. Lo que de positivo puede haber en el compromiso inclusivo -y en muchos casos resulta claramente beneficioso y yo personalmente la defiendo- en otros se convierte en un verdadero fracaso por muy dotado que esté el centro. La clave está, pues, en el diseño de un proyecto educativo, individualizado, y en la capacidad adaptativa que puede no encajar en la estructura 'inclusiva'. Por eso es decepcionante que se opte por suprimir una modalidad que para muchos casos individuales es claramente la mejor, en la que el alumno se va a sentir con mayor calidad de vida personal. Lo vemos todos los días.
-¿Cómo articular la educación de un alumno con necesidades especiales?
-Espacios y recursos, personales y materiales, son bien conocidos y no hace falta que los enumere. Hay muchísima experiencia. De nuevo la clave es la persona con sus necesidades concretas, con sus fortalezas y debilidades. En el ambiente más propicio. Hace años hicimos en el laboratorio un experimento clave con ratones modelo de síndrome de Down. Normalmente, en un ambiente más estimulado, bien acompañados, los ratoncitos mejoran su capacidad de responder, de actuar, de aprender. Pero en los ratoncitos modelo de síndrome de Down, algunos mejoraron (en menor grado que los normales), pero otros empeoraron en su conducta, que se hizo pasiva en su respuesta, en su capacidad de aprendizaje. ¿Qué nos está enseñando esto? Que el cerebro de una persona con discapacidad intelectual puede tener una fragilidad tal que lo que creemos estimulante y positivo le resulta negativo. Que la educación real ha de ser a la carta, que no nos debemos dejar llevar por teorías de moda, y que no podemos restar y suprimir posibilidades que para muchos pueden resultar las auténticamente beneficiosas.
-¿La ley pone en peligro los centros de educación especial?
-La ley estima que en diez años ya no habrá centros de educación especial salvo para algunas excepciones y que se convertirán en centros de recursos. Que se potencie y dote la educación inclusiva me parece perfecto. Que se restrinjan de ese modo los de educación especial me parece pernicioso. Muchos alumnos, bastantes más de los que se piensa, quedarán sin una auténtica ayuda. Tampoco debemos olvidar el factor familia, que si en esas edades de la vida es tan importante para todos, lo es mucho más en el caso de las personas con discapacidad intelectual. La familia capta mejor que nadie si un sistema escolar está siendo beneficioso o perjudicial para su hijo. Si suprimimos la opción de la educación especial queda desamparada, viendo el sufrimiento de su hijo sin poder hacer nada. ¿Por qué restar, cuando lo que hay que hacer es sumar el abanico de opciones?
-¿Cabe la posibilidad de que haya centros cántabros en riesgo?
-La respuesta, según la pretensión de esta ley, es obvia
-Ante el 'reproche' del Comité de Derechos de Personas con Discapacidad de la ONU sobre la «exclusión educativa» en España, ¿qué hacer?
-Fueron varios los factores, en su mayoría políticos y típicamente hispanos, que influyeron en esa acusación. No quiero entrar en ello porque desviaría de lo fundamental: la necesidad de prestar el mejor servicio a las personas con discapacidad intelectual y sus familias, por encima de presunciones, teorías, dogmas. No quisiera terminar sin subrayar mi incondicional estima a la enseñanza inclusiva, que iniciamos en Cantabria bastante antes de que aparecieran leyes en la década de 1980. Defiendo que ella y la educación especial son compatibles y siguen siendo necesarias.
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