![Esto va de amor del bueno](https://s2.ppllstatics.com/eldiariomontanes/www/multimedia/2023/02/10/SANVALENTINDESKTOPPORTADA-kzH-U190582592057TzH-1200x952@Diario%20Montanes.png)
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Sin el amor, que otorga al caos de la vida una apariencia de sentido, la existencia sería insoportable. O al menos mucho más aburrida. Tras perder a su marido, Rosa Montero escribió en 'La ridícula idea de no volver a verte' que las parejas deben decirse lo que significan el uno para el otro; reunir todas las palabras bellas necesarias; construir un puente sobre las fisuras y desbrozar el paisaje de maleza. En definitiva, caminar juntos y tallar su relato sobre la piedra de la memoria para agarrarse a esos bonitos recuerdos cuando sea necesario.
Con motivo del 14 de febrero, Día de San Valentín, El Diario Montañés ha reunido cinco historias de amor con Santander como telón de fondo. Unas son apasionadas, otras burlonas, pero todas auténticas. Puras.
Los protagonistas de estas relaciones ya se lo han dicho todo.
Cuando el aspecto físico no importa nada
«Yo siempre digo que es el amor más puro; te enamoras de la persona, la valoras por cómo es y no por su físico. En mi caso, lo que más me gustó de ella fue su sensibilidad hacia otras personas y hacia el arte». Alexis Delgado es ciego y Luci Henriques únicamente ve un 40% por un ojo. En el otro no tiene visión. Ambos se conocieron en la Universidad de Venezuela, su país natal: «El amor nació de una manera pura, limpia y espontánea. No hubo conquista, solamente un consentimiento y un sentimiento que fue surgiendo como la espuma», relata la pareja que tira de memoria para intercambiar las primeras sensaciones. Alexis recuerda con afecto que «siempre le dije que era mi actriz favorita» y Luci enumera las virtudes de su esposo: «Me gustó tu sinceridad, tu nobleza y tus sentimientos». Cuentan que por vicisitudes políticas tuvieron que abandonar su país hace tres años y buscar cobijo en la ONCE, donde Alexis trabaja. En concreto en el quiosco de Amós de Escalante, en Santander. Luci está en el paro y se recicla constantemente con cursos. Llevan casados 11 años. «A los dos nos gusta afirmar que ante cualquier dificultad somos un equipo».
De Santander a China y vuelta
Aunque los padres de Ronaldo Yap son de Asia -su madre de Filipinas y su padre de Malasia-, él nació aquí, en Cantabria. Creció en la tierruca, cursó sus estudios y, como cualquier otro adolescente, tuvo relaciones sentimentales, unas con más éxito que otras, aunque ninguna cuajó. Sin trabajo fijo, con facilidad para comunicarse en chino y en un intento de entender mejor sus orígenes, decidió viajar a Shanghái, donde consiguió un puesto de trabajo en una empresa de servicios de ingeniería de petróleo. Pasaron tres años y «cuando parecía que la experiencia en China ya había llegado a su fin, apareció ella». Yap es un romántico y no escatima en detalles para describir el momento en el que conoció a Meng: «Fue en una clase de bachata. Al empezar la sesión, el profesor decidió que yo la ayudase y la chispa saltó entre nosotros. Ella nunca había visto a una persona asiática moverse de una manera tan grácil, y menos siendo un exjugador de rugby», narra entre risas Yap. Cuando terminó la clase, el galán cántabro de ojos rasgados sacó su teléfono móvil y para rematar la jugada comenzó a enseñar a sus amigos (por donde asomó la cabeza Meng) fotos suyas en las profundidades del Caribe, porque también es instructor de buceo. «Eso acabó de encandilarla», apunta. En 2018 se casaron en la iglesia del Sagrado Corazón de Shanghái y la ceremonia de confirmación la celebraron meses después en el Palacio de la Magdalena. Actualmente, viven en Santander con su hija Isabella.
Chicos, me voy al otro lado del mundo
Los cinco hijos de la artista Angelines Vega decidieron animar a su madre creándole un perfil en una red social para encontrar el amor. El objetivo era romper con su soledad y que recuperase la emoción por pintar, un sentimiento que hacía tiempo que tampoco la acompañaba. «Me apuntaron para conocer gente, no solo hombres», dice inocente. Con lo que no contaron sus retoños es con que el amor, por muy tópico que suene, no entiende de fronteras, ni de edad, ni de culturas... Los pseudónimos de su madre, en Santander, y de Rafael Luna, en El Salvador, coincidieron en tiempo y espacio virtual. «Su cara, mirando sonriente a la cámara, despertó mi curiosidad». Así se conocieron. Unos meses después, Angelines, con 62 años, dijo a uno de sus hijos que Rafael la había invitado a su casa, una oferta que no hizo mucha gracia en su familia. «Les parecía bien que me entretuviera mirando esa página en internet, pero no que me fuera». Sin embargo, esta santanderina, dócil durante toda su vida, pero cansada de cumplir con las directrices de los demás, hizo las maletas, a pesar de no haber cogido nunca un avión ni haber salido de España, y se fue 20 días a El Salvador. «Allí me atendieron muy bien, conocí a su familia, empecé a pintar... Después regresé a España, él vino por Navidad y nos volvimos a ir en enero, pero me detectaron cáncer, así que volví, me operaron, y al año siguiente, ya recuperada, me encontré de nuevo con él». Hasta hoy. Desde entonces, han pasado 17 años. Siguen juntos y Angelines acabó exponiendo en galerías de todo el país.
Otra oportunidad para seguir juntos
Eugenio Rodríguez y Ascensión Gutiérrez llevan 56 años casados. Él tiene 86 y ella 81. Nunca se habían separado, ni un solo día, hasta que el pasado abril Eugenio sufrió una gangrena de fournier. Su pronóstico fue el peor. Incluso le llegaron a dar la extremaunción, «pero aquí estoy, contento de que se equivocaran». El susto fue tremendo. Desde entonces Eugenio vive en la residencia de ancianos de Mataporquera y Ascensión intenta acostumbrarse al cambio, que no es nada fácil. Cada día visita a su marido, come, merienda y cena con él hasta que cae la noche. «Pasamos juntos todos los días, menos cuando aquí nieva, que no puede venir. Entonces, hablamos por teléfono varias veces». Antes de que se le haga la pregunta, responde: «¿El secreto para seguir juntitos después de tantos años? Aguantarnos el uno al otro», dice divertido Eugenio, que a pesar del bache no ha perdido el sentido del humor. Ni el amor.
Huir de una guerra, encontrar el amor
Alena, de 34 años, llegó a Santander en marzo del año pasado huyendo de la Guerra de Ucrania. Con ella vinieron su madre y las dos hijas que tiene de una relación anterior. Su intención era encontrar un lugar donde poder dar una vida digna y segura a su familia, pero no solo consiguió su objetivo, también encontró a su «alma gemela». Un compatriota llamado Valerii, de 58 años, que llevaba siete afincado en Cantabria y que igualmente tuvo que abandonar su país huyendo de un conflicto bélico. En este punto de la narración, Alena hace un alto para señalar que «no importa si eres ucraniano o español. Lo principal es encontrar el amor verdadero». La primera vez que sus miradas se cruzaron fue en un almacén de Peñacastillo donde un grupo de voluntarios empacaba ropa para enviar a Ucrania. No fue un flechazo. «Al principio no me gustó, era un hombre como otro cualquiera, pero él no retrocedió y siguió intentándolo. Entonces un día, en un evento solidario a favor de nuestro país, cantamos una canción juntos y le conocí mejor. Vi que era cariñoso y considerado. Hoy pienso que el universo me ayudó a conocerlo». ¿Vivís juntos? Alena, que aún no habla español y que ha tenido que comunicarse con este periódico vía WhatsApp para poder traducir las preguntas, acaba la conversación con un «ya sí» junto a un emoticono amarillo de cara sonriente y rubor en las mejillas.
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Jon Garay y Gonzalo de las Heras
Equipo de Pantallas, Oskar Belategui, Borja Crespo, Rosa Palo, Iker Cortés | Madrid, Boquerini, Carlos G. Fernández, Mikel Labastida y Leticia Aróstegui
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