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Algo tenemos que tener los españoles con el papel higiénico. Ya lo pensé otras veces porque sólo aquí he visto baños públicos con candado en los rollos. Pero nunca vi lo que ayer por la mañana en el Mercadona que tengo más cerca ... de casa (que da igual donde sea). La histeria hoy en día es blanca y de doble capa. Vi carros que, si extendieran toda esa celulosa, lo que llevaban dentro podría dar dos vueltas al planeta. Y eran las nueve de la mañana. Lo cuento porque es información y también por insistir en el mensaje de las autoridades y de la cajera del supermercado. Que no hace falta tanto papel. Que el único riesgo de desabastecimiento -según indican los expertos- lo puede provocar la propia compra compulsiva. La que vi ayer en el Mercadona.
Fui porque tenía la nevera ya vacía. Porque tocaba. Y, visto lo visto, elegí un viernes a primera hora porque no estaba dispuesto a un sábado de sardinas en lata. Pensé, ingenuo, que a esa hora sería llevadero. Pero antes de las nueve la imagen era la del Zara de hace quince años cuando abrían la puerta en rebajas. «He pillado carro de milagro». Charlas de cola. Apertura y carreras.
Entre las estampas que me llevo grabadas hay una de una pila de tortillas congeladas y hamburguesas de un mismo comprador pasando por la cinta de la caja. Las bandejas de pollo, las legumbres o los paquetes de pasta, entre lo más cotizado. A las 09.15 no quedaban cajas de galletas de esas de 'Dinosaurio' y a las 09.20, las estanterías del papel higiénico estaban vacías. Ojo, que antes de irme vi que ya estaban sacando del almacén un contenedor para reponer. No es que se agote, es que los empleados (héroes) no daban abasto para ir recolocando. Y, además, en medio de esas apreturas de discoteca adolescente, avanzar por los pasillos tenía ese punto de 'corre, Forrest, corre'. «Me disculpan un segundo». Uno de papel y otro de leche, que ya escaseaba. Lógico, con carros con los bajos extendidos para llevarse cinco o seis cajas. A media docena de unidades por cada una, 36 litros de leche. «A lo mejor son familia numerosa».
Siguiendo la ruta, en perfumería -a y cuarto- ya no había geles de las marcas más baratas y todo lo relacionado con higiene de manos estaba cotizado (que está bien que crezca la conciencia, pero todos tenemos manos y no hace falta acaparar). Lo curioso es que, al tiempo, la chica de frutería llamó a alguno la atención por no ponerse los guantes.
Yo fui rápido. Para estas cosas, si voy solo, me muevo como un autómata. A tiro hecho. Cogí lo de siempre, pero tardé más en la cola para pagar que entre las estanterías. Para los que conozcan el supermercado, había carros en fila desde la caja hasta la zona de congelados. Y eso que el personal dedicado a cobrar agilizaba el asunto con una profesionalidad para enmarcar.
En ese ratito puse la oreja. Escuché mucho «por si acaso» y también asombro de los que acudían como un día más. «¿Pero en serio esto es la cola? Déjame un hueco, que sólo quiero pillar unas cervezas». Eso o «en la vida he madrugado para hacer la compra y veo esto». También una mujer que entraba sin cesta ni carro. Saludó a un conocido y frase: «Si yo sólo vengo por lo del papel higiénico, pero lo veo difícil».
La cajera, sin perder la sonrisa, me contó que acababa de salir un tipo con el carro hasta los topes de rollos y que había vuelto a por más. Me dijo que llevaban ya un par de semanas a tope, pero que desde el martes la locura que yo estaba viendo era permanente. «Y no tiene sentido, no vamos a cerrar». Ella, como el personal sanitario, como los que están de cara al público, merece un beso virtual y todo el apoyo.
En eso iba pensando mientras trataba de salir del aparcamiento, abarrotado y con coches fuera de su sitio (tuve que hacer maniobra). Y eran sólo las diez de la mañana.
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