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Cuenta Javier, un vecino de la calle Alta, que, desde la azotea, asomado a la terraza, veía sobresalir manos en todos los pisos a las ocho de la tarde cuando miraba hacia abajo. La última vez que miró -porque él hace días que ya no sale y en su balcón sólo resisten sus hijos pequeños- sólo había dos pares de palmas dale que te pego. Pasa en su bloque y en casi todos. Unos por cansancio (con tantos días a cuestas «se ha perdido la pasión»), otros por hartazgo («No me parece que estén las cosas como para aplaudir») y los más porque, desde que pueden salir, prefieren pasear que aplaudir. El caso es que las ocho de la tarde ya no suena tanto. Aún se aplaude, pero mucho menos. Hasta el 'Resistiré' parece tener apuros para resistir. «La gente dejó de aplaudir, pero el que ponía la canción estuvo unos días más. Hasta el lunes, que ya no resistió». Eso contaba ayer un vecino de la zona de Ernest Lluch, en la capital.
Se aplaudía por los sanitarios (en general, por todos los colectivos que han estado y están en primera línea y que, más allá de palmas, siguen recogiendo cariño unánime) y también por mantener ese vínculo vecinal. Ya que todos estábamos en casa, vernos y mandarnos ánimos. Esto último es lo que ha decaído. «El mismo día que dejaron salir a los críos, de veinte que aplaudían pasó a tres o cuatro. Y ya con las salidas por franjas, nada». Testimonio desde un balcón de Valdenoja. «Yo, si te digo la verdad, salgo por una vecina octogenaria que tengo en frente. Dice que sólo aguantamos los valientes», cuenta Ángela desde la calle Cervantes.
De empezar a menos cinco y tirarse un buen rato a «a las ocho en punto y muy poco». Calle del Monte. «Ya nos cansamos y ha bajado mucho. Antes, además, se escuchaban muchas sirenas de la policía, de los de protección civil o de los bomberos, de camino a Valdecilla. Pero ahora muchos menos». Plaza del Dos de Mayo. «Yo es que en vez de salir a la ventana, a las ocho lo que estoy es saliendo por la puerta». Juan de Herrera.
Hubo símbolos. Casi uno por barrio. O por callejón. Como en Juan de Garay. Allí tuvieron animador, dedicatorias, presentaciones... «El domingo pasado fue su despedida y recogió las peticiones de la gente». Cuentan desde un bajo que los aplausos de ese día -y muy sentidos- fueron para él. En Muriedas tampoco suena ya la sirena que recordaba a todos que ya llegaba la hora del homenaje, como la de los turnos para entrar en la fábrica. Y en la calle La Mies, en el Alto de Maliaño, tampoco ponen ya la música que hacía bailar a una pareja desde la distancia.
Eso sí, sin hacer sangre hay que apuntar también que en más de una escalera están encantados con que los animadores hayan vuelto a matar el rato sentados en el sofá, viendo una serie o cocinando. «Yo ya estaba un poco harta», contaba estos días alguien por Nueva Montaña.
En las urbanizaciones de Mortera, en Boo de Piélagos... Ha decaído. «Ya no aplaude casi nadie. Desde el sábado, la señora que ponía la música ya no pone. Y los coches de la Guardia Civil del cuartel que hay aquí al lado ya no suelen poner las sirenas», explica María desde la zona de Miravalles, en Torrelavega. Hay más corredores, ciclistas, paseantes y menos palmas. Hasta alguno ha cambiado el símbolo del homenaje a los sanitarios por la cazuela para protestar contra los que gestionan.
Ojo, que hay trincheras. El que pone la música en la santanderina calle del Carmen dice que sus vecinos le «increpan» si deja de darle al botón del 'play' a las ocho en punto -lo dice así, en broma, claro, pero sí que le reclaman que no deje de hacerlo-. «Y sigue prácticamente igual. Yo algún día no salgo ya porque me da pereza y otros dos o tres más que lo han dejado, pero casi todo el mundo sigue con ello».
Y queda, por supuesto, un lugar en el que el aplauso se ha quedado instalado, aunque no haga ruido. Suene más o menos fuerte, allí sigue. Como pegado a las paredes. Valdecilla, en la zona de Urgencias. Allí las palmas han ido estas semanas en dos direcciones. De fuera hacia dentro y al contrario. Aunque sean menos o ya no hagan tanto ruido, como es el caso. Aunque sea algo simbólico. Porque ahora mismo lo es. Ayer, en concreto, del hospital no salió nadie a las ocho de la tarde y los vecinos asomados a las ventanas se podían contar con los dedos de las manos. Quedará, eso sí, el recuerdo.
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