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s. echevarria | A. I. Cordobés
Santander
Martes, 13 de diciembre 2022, 07:13
Nunca volverán aquellos felices años salmoneros. Se quedaron en el siglo XX y parece ser que no regresarán. Lo dicen los datos y también los pescadores con los que ha hablado este periódico. Desde el año 2017, las capturas de salmón han llegado a un ... punto de no retorno, bajaron de 100 capturas anuales en los cuatro ríos salmoneros (el Miera está vedado desde antes) y no se han recuperado las cifras de anteriores temporadas. Y es que no se capturan más de 1.000 ejemplares desde los años 80. Hoy en día, incluso con las cuotas que la administración impone a los pescadores (una cantidad máxima de salmones capturados por río y otra por pescador), tan solo se han sacado 17 peces. Es la cifra más baja de la historia, incluso menor que la de 2017, cuando los ríos tenían tan poca agua en sus cuencas que se cerraron para la pesca cuando aún no había terminado la temporada. También este 2022 se cerraron al baño dos tramos del Pas y el Asón, en Puente Viesgo y Rasines, respectivamente, con el objetivo de «reducir las molestias sobre los salmones y así favorecer la reproducción de esta especie».
Para analizar la situación actual podemos compararla con la de Asturias, otro destino elegido por pescadores de salmón. En la comunidad vecina se capturaron este año 410 ejemplares (tres de cada cuatro en el río Narcea) y aún con esa cifra, los pescadores han calificado la campaña como «penosa» y «nefasta».
Lejos quedan ya los años 40, 50 y, sobre todo, la feliz década de los 60, cuando los ríos cántabros rebosaban de salmones y truchas. En Cantabria se pescaban más de 2.000 ejemplares al año, y el Asón y el Pas eran paraísos a los que llegaban pescadores de toda España. Hasta Franco visitaba Cantabria y, como no podía ser de otra manera, cerraba los ríos para que ningún otro pescador o ribereño le arrebatase las piezas.
Volvamos a la actualidad. Los pescadores que están asistiendo a esta extinción por etapas del salmón sienten pena y rabia. Culpan de esta situación a la administración, que con sus obras en determinados ríos, han quitado las curvas que había en las cuencas y las han convertido en auténticas autopistas; también a las fuertes riadas que en los últimos años han caído en la región; a la contaminación de algunos ríos; al hongo Saprolegnia, que después de 15 años ha regresado este verano para matar a salmones y truchas; y sobre todo a la poca inversión en repoblar los ríos que se realiza en Cantabria.
Son conscientes de que la situación es muy negra, «aunque yo llevo muchos años escuchando esto de que el salmón se acaba y aquí seguimos», señala Elías Setién, durante 46 años guarda del río Pas, aunque hace ya más de dos que se jubiló. Nació en Carandía, al lado del Pas, «un río agradecido», porque «mira que le han hecho burradas y ahí sigue dándonos peces». Elías empezó a pescar a los 12 años. Su padre también era guarda del mismo río. Estaba en su ADN. Años después, su afición se convirtió en su profesión.
No ha pescado en Cantabria, pero conoce el Pas como si fuera el patio de su casa. Aunque no se atreve a enumerar de forma categórica cuales son las razones por las que ya no hay salmones, apunta que «esto está sucediendo en los ríos de toda España, aunque aquí de forma más acusada». Para Elías, «las riadas que han caído en los últimos años, precisamente en la época de desove, tienen parte de la culpa». Pero para este guarda del río también la mano del hombre ha tenido mucho que ver. «De antes el Pas tenía sus curvas en las que se formaban pozos y allí estaban los peces. Desde que hicieron las obras desde el Puente de Soto a Ontaneda y lo dejaron todo recto, eso parece una autopista. Rompieron todo el recorrido del río y el agua no se va con facilidad y no se mantiene en el cauce», critica Setién.
Pero sin duda, para el exguarda del Pas, lo que mató literalmente a salmones «y también a las truchas» fue que en los 80 apareció en los ríos el hongo de la Saprolegnia. «Se morían el doble de los que salían». Lo que preocupa a Elías es que «nadie, ni expertos ni biólogos, se ha preocupado de investigar por qué está ocurriendo este descenso tan acusado de salmones».
Eso sí. Año tras año, la administración baja las cuotas y limita la pesca (sólo uno por pescador y 30 por río). Y cada vez hay menos salmones. «Digo yo que tendrán que darse cuenta de que la solución no consiste en seguir bajando los cupos», sentencia Elías, quien a los 12 años ya era testigo de lo generoso que era el Pas si se le cuida. «Salían siempre más de 100 al año. No como ahora que no llegamos a 30».
En el Asón, la cuenca salmoneras por excelencia de Cantabria, la situación, lamentablemente, es similar al Pas. Bautista González también nació al lado del río y eso ha marcado su vida. Natural de Ampuero, habla con pasión del Asón, río del que salían hasta 1.500 salmones por año en 1960. Para Bautista, que puede presumir de haber sacado cuatro 'campanus' a lo largo de su vida, la contaminación, los depredadores (nutrias americanas, los cuervos marinos, las garzas, los patos...) y la falta de repoblación son las principales causas por las que «nos estamos quedando sin peces».
«En Ampuero somos casi 5.000 habitantes y lo que nosotros echamos va a parar al río. Mientras que no le saneen y hagan depuradoras que funcionen, esto no se arregla», comenta este ribereño, que además denuncia la «malas formas» de los actuales guardas del Asón. «De antes, los guardas se pateaban el río y hablaban con los pescadores. Sabían todo lo que pasaba. Ahora, mucho Patrol nuevo, mucho prismático, mucha emisora último modelo, pero no tienen ni idea de lo que pasa en el río. No hablan con los pescadores. Lo único que saben hacer es enseñarte su libreta de denuncias», afirma. Bautista asegura que, además, «los guardas no limpian los puestos, sólo los de los cotos donde van a pescar los que pueden pagar, los ricos. El resto, ni los miran. Y si tú te pones a limpiarlo, te denuncian».
Pero lo que realmente le preocupa a Bautista González es que en el Asón hay una irresponsable falta de repoblación. «Es nula. Que no intenten engañar a la gente llevando a niños para echar al agua a unos miles de alevines». Este veterano pescador sería partidario de cerrar el Asón varios años y meter un millón de huevas y dos o tres millones de alevines, a ver si esto remonta. «Sobre todo para que dejen de culparnos a los pescadores de la situación actual», cuenta Bautista.
Saltemos a otra de las cuencas salmoneras, la del Deva, la más occidental de Cantabria. Allí pesca Víctor Manuel Torre, hijo, nieto y bisnieto de pescadores. Él tiene 38 años, pero sus antepasados llevan pescando en el Deva desde hace siglos. «Y nunca la pesca estuvo peor. Todo son prohibiciones para los pescadores. Cada año se reducen más los cupos, pero sigue sin haber salmones a pesar de los cupos», argumenta. Para Víctor «el gran problema, al menos en el Deva, es que «se repuebla poco o nada». Los pescadores de salmón siempre tienen una cifra en la cabeza. De mil salmones que se echan al río sólo sobrevive uno. «Por eso cuando los responsables hacen campañas de repoblación y se llenan la boca diciendo que han echado 25.000 alevines, los pescadores hacemos cuentas y vemos que son 25 salmones realmente los que va a haber. Y tampoco se hacen estudios científicos sobre las causas reales de esta merma del salmón», se queja este pescador nacido y criado en Potes. Cree que si seguimos así acabarán cerrándonos los ríos para la pesca. «Sé que soy pesimista, pero es que estamos abocados a cerrar los ríos. Ahora que la mayor parte de los ríos están más limpios que nunca, tenemos que repoblar en condiciones. Es la única manera que vuelva a haber salmones. Aunque creo que nunca volveremos a aquellas cifras del siglo anterior», sentencia.
En 1939 se prohibió pescar salmones con redes en los ríos, en 1942 se reguló con una nueva ley de pesca y en 1949 comenzó el precintado obligatorio de todas las capturas con el fin de frenar el furtivismo, una práctica que siempre existió en las riberas de los ríos salmoneros ya que mucha gente comía lo que pescaba. Cuando no había cañas de lanzar se fabricaban con varas de avellano y cuerdas a las que se sujetaba el cebo. La pesca fue siempre un buen medio de vida, a pesar de que era un trabajo muy estacional: por trabajar todo el día en la construcción como peón de albañil se podían ganar 16 pesetas, mientras que el kilo de trucha se pagaba a 6 pesetas y era difícil que a las dos de la tarde no se hubieran pescado al menos 10 kilos, por lo que era un trabajo que compensaba económicamente. Los salmones, sobre todos lo primeros del año, se vendían habitualmente en Santander, a particulares, restaurantes o a entidades como el Club Marítimo, dependiendo de quien pagara el mejor precio.
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