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Los cinco meses que llevan sin faenar los cuatro atuneros españoles, entre ellos el Pilar Torre de Colindres, están sacando a la luz una dura realidad para las casi 3.000 familias senegalesas que dependen de estos barcos. Lo cuenta desde Dakar Manuel Herrería ... Lambert (Colindres, 1976), patrón y armador del 'Corona del Mar', con base en Bermeo y de bandera francesa, que subraya la piña que hacen las dos embarcaciones vinculadas a Cantabria junto con el Berriz San Francisco, de Hondarribia, y el Iribar Zulaika, de Guetaria.
Ya llevan perdidos casi un millón de euros por barco. La bancarrota ronda sobre sus cabezas. Si duro es el trance que están viviendo como armadores, a Manuel se le quiebra la voz al hablar de su tripulación. «Llevo 25 años aquí. Los marineros que tengo ahora, cogieron el puesto de sus padres. Llevan conmigo toda su vida. Para mí son mi familia. No les puedo abandonar», defiende.
Sin embargo, la situación de bloqueo en la que se encuentra les ha llevado a rescindir sus contratos. «Les hemos estado pagando durante estos cinco meses, aunque estaban en sus casas, sin embarcar. Pero ya no podemos afrontar sus salarios y les hemos liquidado con todos sus derechos intactos», explica. En total, los cuatro barcos mueven una economía que sustenta la supervivencia de 3.000 familias. Comenzando por los empleos directos, unos doscientos, a razón de 18 tripulantes fijos por barco, más otros cinco que están a modo de correturnos, para sustituir si hay bajas o facilitar que los marineros puedan disfrutar de sus vacaciones, ya que el barco nunca detiene su marcha.
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A pie de puerto, se crean otros 50 puestos de trabajo entre quienes se dedican a descargar la pesca, más electricistas y mecánicos. Por no hablar de las tiendas donde hacen acopio de víveres. En aquellas latitudes, además, pervive una figura que fue cotidiana a mediados del siglo pasado en todo el Cantábrico. Las revendedoras. «Son mujeres que nos compran aquella pesca que viene 'tocada', que se ha raspado y parece 'fea'. Tienen mucha pujanza e incluso tienen una asociación que las representa», explica Manuel. El armador colindrés lamenta que ahora, aquellas mujeres, divorciadas o viudas en su mayoría, están abandonadas a su suerte. Como el resto de los eslabones de esta siniestra cadena de damnificados por la sinrazón entre la UE y Senegal.
BLOQUEADOS EN SENEGAl
PÉRDIDA DE EMPLEOS
REACCIONES
MANUEL HERRERÍA
Sin tener una versión oficial sobre los auténticos motivos de esta kafkiana situación, Manuel esboza dos teorías. La primera le lleva a poner el foco en la llegada de muchos barcos asiáticos y turcos, que con una pesca menos respetuosa y más depredadora, aportan una inyección de dinero a Senegal. Eso explicaría que les estén dando de lado las autoridades de aquel país, alineadas con estos nuevos mecenas pese a hipotecar el futuro del caladero. La otra es la que escucha a pie de muelle a los propios consignatarios, que son los que hablan directamente con las autoridades de pesca locales. «Se habla de que la Unión Europea no estaría abonando el total de la ayuda comprometida con Senegal en el marco del acuerdo sectorial, a la espera de que el país africano acometa determinadas actuaciones a las que se habría comprometido». A partir de ahí, surgiría un bucle infernal en el que los atuneros y la economía que generan estarían encerrados sin comerlo ni beberlo. «Lo que está claro es que es un tema ajeno a nosotros, que hemos pagado las licencias, hemos cumplido con todas las normas, como la de embarcar a marineros senegaleses, como llevamos haciendo desde hace 25 años. No nos pueden usar como moneda de cambio».
Para las gentes de allí Manuel sólo tiene buenas palabras. «A Senegal le llaman el país de la peranga, una expresión que significa que aquí acogen a todo el mundo, son muy solidarios, tienen mucho respeto a la gente mayor y no abandonan a nadie». Es decir esta última frase, y volver a entrar en bucle. «Yo me siento responsable. Ellos me vienen y me dicen: Manuel, ¿qué vamos a hacer sin vosotros? ¿Irnos a Europa en cayuco? ¿Qué va a ser de nosotros y de nuestras familias si desaparecéis?». En el país africano la tasa de paro está desbocada y no hay fácil salida. «La nuestra es la única pesquería artesanal, selectiva y sostenible que hay en África», dice, antes de repetir la frase que le viene machaconamente de uno de sus tripulantes. «¿Tendremos que coger un cayuco e irnos a Europa a conseguir el sueño europeo?», martillea con esa pregunta a la que no se atreve a dar una contestación.
A más de 3.500 kilómetros de distancia en línea recta, o a 10 días de navegación, en su pueblo natal, a Manuel le aguardan su mujer y sus dos hijas, acostumbradas a pasar largos periodos de ausencia sin el cabeza de familia. «En un año normal el barco siempre está faenando, no paramos nunca. Para regresar a España, yo contrato a alguien para que ocupe mi puesto, me quedo de dos a tres meses en mi casa de Colindres, y luego vuelvo a Senegal», explica. Hasta ahí, el cambio es pequeño respecto a lo vivido otras temporadas.
Pero la incertidumbre de este 2022 le tiene minada la moral. Frente a la dinámica habitual de tirar de cañas, capturar atunes, entrar a puerto, descargar y volver a salir, ahora permanece amarrado a puerto al negarles las licencias. No pueden pescar. Pero tampoco tienen a dónde ir por miedo a quedarse sin sus embarcaciones. «Estamos todo el día en el barco. Tenemos grupos electrógenos en marcha, hacemos un mantenimiento continuo para que esta situación de parada obligada no deteriore las máquinas y los equipos». La situación es casi obsesiva. «Repasas una y otra vez para no estar aburrido. Las noches se hacen largas, te echas a la cama y apenas duermes, porque estás continuamente pensando que estás como si estuvieras prisionero. Te están privando de tu libertad para trabajar», concluye Manuel.
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