«El arquitecto ya no tiene poder»
'Conversaciones al sol' ·
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'Conversaciones al sol' ·
Perfeccionista y estudiosa, disfruta de los meses de verano de su casa de Comillas. Hoy presenta su libro sobre el arquitecto Sert en el Ateneo de SantanderMariana Cores
Santander
Martes, 13 de agosto 2019, 16:35
María del Mar Arnus (Badalona, 1945) posee una elegancia moderna, vanguardista. Lleva más de cincuenta años casada con el conde de Sert y ha hecho varios trabajos basados en los antepasados de su marido. El último, la biografía del que fuera uno de los ... arquitectos más relevantes del siglo XX, Josep Lluis Sert, y que presenta hoy, a las 19.30 horas, en el Ateneo de Santander. Perfeccionista («hasta el extremo», según su marido»), disfruta durante los meses de verano de su casa de Comillas, la primera que diseñó Sert siendo aún estudiante, con unas vistas envidiables sobre el mar y el palacio de Sobrellano. «Es una casa viva y abierta a familia y amigos», cuenta.
–Usted ha vivido Sert. Está casada con el cuarto conde de Sert y ha escrito un libro sobre el pintor y otro sobre el arquitecto, que presenta hoy en el Ateneo de Santander. ¿Cómo es ser un Sert?
–Siempre ha habido una cierta confusión entre el tío pintor, José María (1874-1945) y su sobrino y prohijado, Josep Lluis (1902-83), el arquitecto. El pintor, además de incitarle a estudiar arquitectura, fue un ejemplo en el modo de enfocar la vida de artista, libre de ataduras familiares y sociales. Mi marido, el conde de Sert, había escrito 'El mundo de José M. Sert' (Ed. Anagrama, 1987), pero no existía una biografía del Sert arquitecto y consideré que había de llenarse ese vacío. En él explico su proveniencia, su entorno familiar, sus años de formación, sus amistades artísticas, su participación en las vanguardias históricas o su relación con su amigo del alma, Joan Miró.
–¿Qué es lo que más le fascina del arquitecto y del pintor?
–En ambos admiro la capacidad de trabajo, el tesón, el sentido de estar en el lugar adecuado en el momento oportuno, las ansias de totalidad, su modo de vivir hedonista, al tiempo que alcanzan una trascendencia en la esfera de la creación, en el ejercicio de su disciplina y en el compromiso por la libertad. Aunque el pintor era barroco y grandilocuente y el arquitecto, racionalista y austero.
–Usted reivindica que los títulos nobiliarios no hay que esconderlos. ¿En un mundo tan práctico como el de ahora, corren peligro las tradiciones?
–Vivimos en un reino bajo una monarquía democrática, que asume los valores republicanos. No veo la razón de esconder los títulos, sino más bien creo que se pueden usar con naturalidad y procurar ser digno del honor otorgado.
–El periodista Josep Massot dijo que Barcelona había dejado de ser una ciudad de arquitectos y diseñadores para pasar a ser una de cocineros. ¿Está de acuerdo?
–Es acertado el razonamiento, ya que Ferran Adriá ha protagonizado la gran revolución de la cocina y sus discípulos han dado un toque de genialidad a la gastronomía.
–Usted ha dicho que las instituciones no respetan a los arquitectos. Es un sector que no se ha recuperado de la crisis. ¿Lo lamentaremos?
–Existe la mentalidad de que el arquitecto encarece la obra, cuando es todo lo contrario. El buen arquitecto vela porque se cumpla el programa del cliente, presupuestos, normativas, incluso mejorándolo. Lo que pasa desde hace un tiempo es que el arquitecto ha dejado de serlo. Generalmente, ya no tiene el poder, porque todo está en manos de grupos y grandes empresas que velan por sus intereses, no por la calidad del proyecto arquitectónico. Aunque una nueva generación, harta de la arquitectura impostada y concebida como espectáculo, que está por solucionar el problema de vivienda de los emigrantes y de los jóvenes y ancianos que no pueden costearse un techo.
–El compromiso es algo importante para usted. ¿Cómo andamos hoy en día de ello?
–Si te refieres al compromiso por la lucha de un mundo mejor y más justo te diré que el avance de los populismos de derecha, la decadencia de la socialdemocracia y el fiasco en la investidura de un gobierno progresista, unido al fracaso de las políticas de protección al medio ambiente, o la persistente violencia de género, son hechos alarmantes que indican la deshumanización del mundo.
–Hace dos años se quemó el Museo de Bellas Artes de Santander y aún no se ha reabierto, pero, por otro lado, aparecen proyectos nuevos como el Pereda, que surgirá tras la transformación de la sede de Banco Santander en un museo y centro cultural, y se consolidan otros, como el Centro Botín. Como historiadora del arte, ¿cómo ve Cantabria?
–Soy optimista. Cantabria goza de un lugar estratégico en la cornisa del norte. Es un alto en el camino, no sólo por la riqueza forestal, arqueológica, paisajística, sino que Santander ya forma parte del itinerario cultural entre el Guggenheim y el Museo de Bellas Artes de Bilbao y el Centro Niemeyer de Avilés. Santander tiene varios focos que pueden dinamizar políticas interesantes, no solo en el Centro Botín –donde ahora hay una espléndida exposición de Calder, íntimo amigo del arquitecto Sert, por cierto–, sino que el futuro museo de Banco de Santander promete con su gran colección de arte, entre la que destaca un conjunto de obras de José María Sert.
–Su abuela era muy amiga de Coco Chanel e iba con asiduidad a verla a París. ¿Guarda algo en su vestidor de ella?
–Chanel formaba parte del grupo cosmopolita que se movía alrededor del pintor Sert, al igual que mi abuela, que tenía un gran porte y le gustaba vestirse con su ropa, de la que conservo una casaca de grandes solapas en un raso con bordados chinescos.
–Usted defiende que el independentismo es una revolución de ricos. ¿Me lo explica?
–Es muy simple. Si Cataluña es la más rica y desarrollada de España, separarse del resto menos evolucionado y más pobre, además de ser un acto de insolidaridad manifiesta, es la revolución de los ricos que no quieren contribuir al bien común. Es lo de siempre: los ricos no quieren pagar.
–¿Comillas no es sólo para el verano?
–Yo no veraneo, sino que me desplazo cuatro meses desde Barcelona. Vine por mi marido, hijo y biznieto de comillanos, y mi hija Misia nació aquí.
–¿Si me invitara a cenar en su casa de Comillas, qué habría en el menú?
–Un gazpacho de melón con bogavante y una paella que cocina mi hijo Paco, acompañado de champán.
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