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Un grupo de escolares visita la neocueva de Altamira, ubicada a pocos metros de donde se encuentra la original. Javier Cotera
El arte que explica los inicios del hombre

El arte que explica los inicios del hombre

El estudio de las pinturas sobre la roca revela secretos de los primeros hombres, el modo en que vivían y cómo se relacionaban con el medio

José Carlos Rojo

Santander

Domingo, 22 de julio 2018, 07:49

Quienes han experimentado la sensación que provoca la Altamira original, como lo hizo quien dibujó el techo de los polícromos hace 17.000 años, dicen que los bisontes parecen cobrar vida. El baile de la llama –quienes concibieron la obra lo hicieron a la luz del fuego–, juega con las sombras y los relieves con un efecto mágico. «Uno ve eso y queda maravillado. Es el arte total, sin marcos, sin limitaciones creativas. Que aprovecha los relieves y los tonos naturales de la roca. Juega con las tres dimensiones, con los relieves, con los grabados... Es, sin duda alguna, el arte más moderno que haya existido jamás. Yse hizo hace más de 17.000 años».

Para César González Sainz, investigador del Instituto Internacional de Investigaciones Prehistóricas de Cantabria (Iiipc) y experto en arte paleolítico, Altamira es uno de los grandes iconos mundiales de este arte primigenio, especialmente desde que en 1985 fuera incluida en la lista de Patrimonio Mundial de la Unesco. «Tenemos varios centenares de representaciones superpuestas», resume la subdirectora del Museo de la Neocueva, y responsable de la investigación de las pinturas originales, Carmen de las Heras. «Lo singular y bonito de este hecho es que la cueva fue frecuentada durante 20.000 años y las pinturas se realizaron a lo largo de todo ese tiempo, muchas veces pintando sobre las ya existentes. La zona más conocida, la sala de polícromos, se pintó hacia el final de este periodo», confirma De las Heras. Por eso conocer todas estas creaciones permite radiografiar de algún modo al hombre del pasado. Aporta información sobre dónde habitaba y durante qué tiempo lo hizo, cómo se movía, qué tipo de redes sociales establecía...

Otras joyas del subsuelo

La naturaleza cárstica del subsuelo cántabro ha permitido el desarrollo de cientos de cavidades. A día de hoy se conocen en la región al menos 150 centros rupestres con gran valor patrimonial. Para acompañar a Altamira en la distinción de la Unesco le acompañan otras nueve cuevas: Chufín, Hornos de la Peña, Las Monedas, La Pasiega, Las Chimeneas, El Castillo, El Pendo, La Garma y Covalanas.

Los mismos bisontes de Altamira han aparecido también en cavidades de las costas del Mar Negro

Otras muchas joyas permanecen aún ocultas o se perdieron para siempre. Todas esas antiguas poblaciones que habitaban las cuevas desarrollaban buena parte de la vida en la boca de entrada. «De hecho el acceso al interior estaba reservada a unos pocos», confirman los expertos. Por eso buena parte de lo creado desapareció con los derrumbes de rocas y tras el paso de milenios de inclemencias meteorológicas. Otros tantos yacimientos se perdieron bajo el mar. Fueron los que florecieron durante el último glaciar, hace unos 24.000 años, cuando el retroceso de los océanos alteró la vista que hoy existe desde los acantilados, sobre los que se divisaban kilómetros de praderas y no mar. «Justo ahora estamos investigando posibles restos que puedan aparecer en la plataforma continental del litoral cantábrico», desvela Pablo Arias, también del Iiipc.

Falange grabada con un uro, encontrado en La Garma. Pedro Saura

Una corriente internacional

«La pregunta es: ¿cómo es posible que en un tiempo sin fotocopias, sin internet, sin aviones ni carreteras, pudiera exportarse el arte de una punta a otra del continente?», propone González Sainz. Los mismos motivos encontrados en la Altamira más conocida o en Portugal se hallan también en las costas del Mar Negro. «Es un ciclo artístico que tiene una expansión europea», confirma el investigador. «Existía en Cantabria un corredor importante que permitía un flujo poblacional muy rico. La gente se movía. Cambiaba de grupo porque se peleaba con el vecino o porque encontraba pareja sexual. Las ideas, por tanto, viajaban a la misma velocidad que las personas». Quienes pintaron los bisontes de Altamira no se alimentaban de este animal:«Eso ha quedado demostrado. Pero era algo que se dibujaba por aquel entonces. Pertenecía, digamos, a una corriente artística», asegura González Sainz.

Sólo el último máximo glaciar frenó las corrientes migratorias que propiciaban el flujo de conocimientos y estéticas. Lo hizo apenas durante unos milenios. Justo ahí aparecen conceptos típicamente cántabros como son las iconografías específicas de ciervas, caballos, signos abstractos cuadriláteros, etcétera. Muchos de ellos se encuentran sorprendentemente bien conservados. «Todo depende de las condiciones de humedad, temperatura, etcétera», confirman los expertos.

¿Por qué lugares como Altamira no pueden visitarse y otros, como El Castillo, están abiertos al público? Probablemente la gran explotación que vivió Altamira en sus primeros años, con visitas masivas de grandes colectivos, precipitaron el desgaste de las pinturas hasta llevarlas a una situación crítica. «Toda cavidad es lo más parecido a un organismo vivo y cada pequeña alteración de temperatura, humedad, de concentración de CO2 o incluso de bacterias, puede conducir a un impacto negativo sobre las pinturas», concreta Carmen de las Heras.

El arte total

Tal vez la máxima expresión de estas creaciones se encuentre en el periodo Magdaleniense (17.000 a.C. / 10.000 a.C). Las pinturas parecen construir los animales sobre la roca, aprovechando los relieves, las grietas y las diferentes tonalidades de la pared. Surgen las tres dimensiones y las formas imposibles. A veces hasta es complicado identificar las formas por el modo en que se han buscado encajar sobre la morfología caprichosa de la cueva. «Nunca sabremos qué tenían en la cabeza cuando hacían aquello, pero lo que sí parece claro es que era lo más parecido a una suerte de celebración total de la vida y del entorno natural que les proveía de todo cuanto necesitaban para sobrevivir», cuenta González Sainz.

«En ocasiones suponía toda una declaración de intenciones. A veces hasta un desafío». «Tenemos bien demostrado que hay pinturas que han sido realizadas en zonas realmente peligrosas. Parece claro que quien lo hacía buscaba un modo de incrementar el valor del desafío». Tal vez lo utilizara después para presumir o reafirmarse dentro del grupo.

Muchas de esas representaciones no eran pinturas sino grabados, con lo que la conservación ha quedado garantizada pese al transcurrir del tiempo. El arte evolucionó más adelante en el pospaleolítico. La figura del hombre comenzó a desplazar a las representaciones más abstractas y de animales. «Comenzó lo que hoy conocemos como retrato social», relata Luis César Teira, investigador del Iiipc. Más adelante se puso incluso al servicio de la organización social, para destacar los estatus y potenciar así la naciente desigualdad de clases. Por aquel entonces, de alguna manera, toda esta vertiente creativa sirvió para dar las primeras pinceladas de lo que fue la organización social más compleja que se desarrolló siglos después.

Arpones de hueso decorados

Todo el Magdaleniense superior (17.000 a.C. y 10.000 a.C.) se caracterizó por el desarrollo del arte mobiliar. «Adornaban utensilios del día a día. Sólo aquellos que sabían que les iban a durar, los que tenían más de un uso», explica el investigador Manuel González Morales. Trabajaron mucho el hueso y de esta fecha es muy común encontrar gran variedad de arpones decorados. «No retocaban una flecha, por ejemplo, que sabían que iban a lanzar a un animal que podía escapar con ella puesta,pero había herramientas del día a día en las que sí se esmeraron por adornar». Un ejemplo claro de ello es también el bastón encontrado en El Pendo y que tiene una antigüedad de unos 15.500 años. «El uso de los arpones está claro. El aprovechamiento de los recursos marinos y fluviales fue muy intenso en toda la cordillera cantábrica. Más complicado es adivinar qué uso le dieron, por ejemplo, al bastón de El Pendo». Dicen algunos prehistoriadores que era un icono, a modo de colgante, para distinguir al líder de la comunidad. No todos están de acuerdo con esa tesis. «Lo que está claro es que tiempo después de utilizarlo, o probablemente con la muerte de su propietario, fue a parar a la basura. Porque no olvidemos que es entre los restos de lo que ellos consideraban basura donde se ha encontrado», confirma el experto.

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