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Al arrancar el coche, el navegador fija el tiempo del trayecto en dos horas y diez minutos desde Santander hasta la Base Militar Cid Campeador, en Castrillo del Val, Burgos. Son 190 kilómetros. Y sin embargo, la llamada de teléfono que nos une tarda menos ... de un segundo en pulverizar la distancia. Así sucede desde septiembre, cuando el Regimiento de Artillería de Campaña se convirtió en la cuarta sala de la Unidad de Vigilancia Epidemiológica de Cantabria para cortar contagios y prevenir brotes a golpe de teléfono, empatía y protocolos sanitarios.
«Buenos días, soy el capitán Félix Medina, bienvenidos». Al salir del coche, bajo el cartel de 'Todo por la patria', el aire es tan frío que al pisar la grava el sonido la trasmuta en hielo. «Y eso que hoy hace bueno», dice el capitán en calidad de anfitrión de una plaza militar donde actualmente hay 1.550 efectivos. Es la base del Regimiento de Artillería de Campaña Nº 11 (RACA 11), y entre pinos bajos, canchas vacías, blindados aparcados y cañones que representan su historia militar, enfilan un edificio que representa la austeridad de ladrillo anaranjado del resto del complejo. Una vez dentro, una silla de montura centenaria convive con puntos wifi para acoger su «nueva misión». Porque así se refieren a lo que están haciendo desde el pasado 26 de septiembre, cuando relevaron a la UME (Unidad Militar de Emergencias) en su misión de rastreo y vigilancia epidemiológica, en apoyo a la Consejería de Sanidad de Cantabria y se hicieron cargo de la 'Operación Baluarte' . Como ellos, 17 unidades de vigilancia militar prestan su apoyo a las administraciones para enfrentarse a un enemigo invisible: el covid.
El lenguaje bélico en la pandemia, esta vez, adquiere literalidad en el entorno donde 136 efectivos han cambiado los obuses de 50 kilos de peso con los que simulan las prácticas de artillería en el campo de maniobras de la base, por técnicas de entrevista, empatía emocional y mucho tiento para obtener «información de calidad» para frenar contagios, ayudar al afectado, y detectar un posible brote en cada llamada.
ORGANIZACIÓN
LA SALA CUARTA
Capitán Félix Medina, Jefe Unidad de Vigilancia epidemiológica
Teniente Pérez Hernando, Jefe de sección UVE Militar
Cabo Picans, Rastreador UVE Militar
¿Cómo es luchar contra un enemigo invisible? «No es fácil enfrentarse a este enemigo, no somos personal sanitario, eso es una obviedad, así que desde el principio de la pandemia vimos que debíamos formarnos porque no estábamos preparados para enfrentar esta amenaza», explica el capitán Medina, al mando de la Unidad, cuyos efectivos se reparten en las instalaciones de Burgos, y en la Base Militar Conde Gazola, de León. Primero recibieron un curso online a través del Ministerio de Defensa por la universidad Johns Hopkins para «aprender técnicas de rastreo, pero también comunicación, cómo empatizar con el enfermo o el paciente, así como técnicas jurídicas». Después, para el apoyo a Cantabria, una rastreadora y una coordinadora impartieron en la base clases prácticas un fin de semana, y tras recibir otro curso para aprender la aplicación Go.Data, empezaron a rastrear.
A medida que el capitán avanza por el edificio que acoge la Unidad de Vigilancia Epidemiológica Militar que dirige, los efectivos con los que se cruza se golpean la pierna con el brazo y se yerguen aún más. «Si llevara la cabeza cubierta, saludarían así», y hace el gesto de llevarse los índices a la frente. Traducirá el lenguaje militar hasta que accede a las salas de rastreo. Ahí, la austeridad y el alicatado gris hasta la cenefa de las ventanas conviven con un arsenal de ordenadores portátiles y teléfonos enchufados en nueve mesas plegables, blancas, con una botella de agua grande y otra de gel hidroalcohólico del mismo tamaño. Sobre sus cabezas, que no se mueven de la pantalla, una colección de trofeos engalana las paredes. «Esta sala era antes la del tatami, pero hubo que reemplazarlo», y la frase homenajea a tantas cosas que ha reemplazado la pandemia. «Aquí entrenábamos combate, pelea», prosigue Medina, y de nuevo se produce una trasmutación de significados.
¿Es una pelea lo que hacen los soldados en ese instante, vestidos con uniforme y botas de cordón a media caña, armados con un teléfono, un bolígrafo, el programa Go.Data para traducir las respuestas en un fermento de información del que emergerán más adelante los brotes posibles? Cuando hablan de «flexibilidad» en el ejército para llevar a cabo esta misión, surge la historia del Cabo Picans, desplegado en Irak el año pasado y que ahora es rastreador. Del fondo de la sala se acerca un joven. «Permiso para hablar, señor», y las tres estrellas de seis puntas en la solapa del capitán conceden. Y cuenta que estaba en la policía militar, que protegía el contingente donde instruían al ejército iraquí: «Al volver a casa empezó la pandemia y nos activaron otra vez. Ahora es gratificante servir en mi territorio y ayudar a mi propia población».
En mitad de la sala donde entonces entrenaban, ahora hay una pizarra con datos de Cantabria: dónde se puede hacer la PCR, restricciones, qué tiempos manejan según los protocolos (menos de 24 horas si no hay síntomas, 5 días si son asintomáticos); como un gran manual de instrucciones que pretende aportar información sobre una región que no conocen. ¿Cómo es rastrear Cantabria desde lejos? «Sígueme», y al entrar en la sala principal, se comprueba: un enorme proyector mantiene el dibujo de la región iluminado en la pared, con varias gráficas a los lados en las que se ve la tasa de incidencia, el ritmo de contagios, cómo sube y baja la presión hospitalaria. «Cuando empezamos a colaborar con la Consejería de Sanidad, vimos que era complicado rastrear una comunidad de la que desconocemos su idiosincrasia, dónde está cada calle, cada punto, las zonas que pueden ser vulnerables. Por ello se determinó dividir Cantabria en cinco zonas».
A ellos, la sala cuarta, se les asignó la zona oriental: «Somos los expertos en esa limitación y desde aquí somos capaces de detectar un vínculo epidemiológico y brotes». ¿Cómo? Con una disciplina que empieza a las 8 de la mañana, con los 40 efectivos en sus puestos. A través de las coordinadoras de Cantabria llega la lista de personas que han dado positivo por PCR en las últimas 24 horas. «Esa lista la recibe el teniente y las distribuye entre las dos secciones para que puedan iniciar las llamadas de avanzadilla», explica el capitán. ¿Avanzadilla? «Es una llamada inicial de dos minutos para avisar a la persona de que es positivo. Permite por un lado que sus convivientes no salgan de casa porque son contactos estrechos, y por otro, le prepara para pedir la información que en la llamada posterior se le va a requerir; le das tiempo a que recapitule con quién ha estado, que tenga a mano los contactos y nombres de las personas que ha visto en un plazo de siete días».
135efectivos forman parte de la Unidad de Vigilancia Epidemiológica Militar de Cantabria
El rastreo no solo consiste en hacer una llamada de teléfono, «sino en acompañar», matiza el teniente Pérez Hernando, jefe de sección de la sala primera de Vigilancia: «Una de las diferencias de Cantabria con respecto a otras comunidades es el retrorastreo, ya que nos remontamos hasta 7 días antes del inicio de síntomas para saber no solo a quién han podido contagiar sino dónde se han podido contagiar ellos». ¿Cómo lo consiguen? «Tenemos dos vertientes: somos psicólogos y somos investigadores. Hay que saber empatizar y ponerse en la situación del afectado. En muchas ocasiones está muy nervioso, ha podido estar en contacto con un familiar en situación complicada, con abuelos, y se siente mal. Hay que darle esa seguridad y tranquilidad», dice Medina, que maneja una terminología emocional justo en el momento en que el jefe del regimiento accede a la sala y todo el personal deja lo que está haciendo y se cuadran ante el coronel Fernando Dueñas Puebla, salvo los rastreadores que tienen el teléfono en la mano.
18.899rastreos, de los cuales 4.653 han sido de casos y 14.246 de contactos, según la Uve militar
El ejército, con una estructura jerárquica basada normas, siguen en esta misión un protocolo que va más allá de la obediencia: al otro lado de su acción no hay una orden, sino la voz de alguien que tiene miedo. «Como militares estamos acostumbrados a trabajar en tensión, pero han vivido llamadas muy duras: hay cosas para las que uno no está nunca preparado», dice. «Lo más importante es empatizar con el afectado, darle seguridad, y en eso el colectivo militar lo hemos hecho muy bien; la población ciudadana se tranquiliza con la llamada de un militar, ven en nosotros un elemento de apoyo y ayuda y ha sido un acierto contar con personal militar para esta tarea». Y con un gesto, autoriza al cabo que está sentado en mitad de la sala a que realice su llamada de rastreo ante la cámara.
«Hola, buenos días, ¿hablo con José María? Es usted su hijo. Soy el soldado Cornejo, le llamo del Ministerio de Defensa como rastreador de la comunidad de Cantabria. ¿Hay alguna forma de que pueda hablar con él? Está ingresado. ¿Y qué tal está? ¿Y usted, cómo se encuentra? Vamos a intentar recordar que ha hecho...». El soldado inicia su rastreo, uno más de los 18.899 que han realizado hasta la fecha, y justo ante él hay un dibujo de un niño llamado Hugo que reproduce un camión militar y ellos dentro. 'Gracias', pone. «Ahora no se nos ve ayudar en la calle, ahora ayudamos desde aquí», explica Medina. Y pone cifras: «En Cantabria la trazabilidad es del 70%, esto es que de cada 100 casos detectados, 70 sabemos dónde se han infectado, el origen epidemiológico del brote. Con esta cifra, en Cantabria somos unos privilegiados», dice usando un plural que pulveriza de nuevo los 190 kilómetros que separan la base militar de la región donde reciben sus llamadas de teléfono.
El 27 de septiembre, el Regimiento de Artillería de Campaña Nº 11 relevó a la UME en el rastreo y vigilancia epidemiológica: empezaba la 'Operación Baluarte'. Desde entonces trabajan en apoyo a la Consejería de Sanidad y en «coordinación diaria» con la Unidad de Vigilancia Epidemiológica de Cantabria, situada en el Hospital de Liencres. Cada pelotón de vigilancia está compuesto por 9 rastreadores y un sargento. Hay un pelotón activo en las dos salas tanto de la base de Burgos (Cid Campeador) y de la base militar de León (Conde Gazola): en total, 40 puestos de rastreador operativos, de 8 a 20 horas, de lunes a domingo.
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