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Al pisar sobre el hielo, en ocasiones se escucha un crujido. «No es peligroso, porque se rompe por debajo, pero es un preludio a que se puedan hacer grietas». No hay peligro hasta que lo hay. Mientras el suelo se resquebrajaba a cada paso ... de José Antonio Soto (Santander, 1976) en la Baikal Ice Marathon de Siberia, se quebró también la paz entre Rusia y Ucrania. Anoche regresó a Santander tras una odisea que pudo ser más larga. Ha sido afortunado. Entre el miedo y la confusión ha podido volver en pocos días mientras otros se quedaban varados en la tierra blanca.
Es tenaz. Había ido a correr y eso iba a hacer, en parte porque «no era del todo consciente de lo que estaba ocurriendo». Ya el pasado sábado, día de la carrera, cuando le abordaron las noticias en la lejana Siberia, cambió de opinión, pero era tarde. Intentó cambiar el billete. No pudo, así que corrió y terminó cuarto una maratón que ganó en 2018. Nervios y miedo. Su cabeza estaba en otra parte y el cuerpo la necesitaba para el reto. «Estaba todo nervioso; apenas pude disfrutar». Por disfrutar entiende correr 42 kilómetros sin descanso y nunca a más de diez grados bajo cero sobre un lago helado mientras el hielo cruje a cada zancada: «Tampoco ha hecho mucho frío; entre 10 y 15 bajo cero, pero con muchas fluctuaciones entre el día y la noche y eso provocó grietas que tuvimos que pasar con escaleras».
Mas temor tuvo por el contexto: «La gente estaba con miedo. Una mexicana, a la que veía muy asustada, me dijo: 'Soto, vete ya; en cuanto puedas. No te lo pienses más'. Llamé a mi mujer y me dijo que si me tenía que gastar el dinero que fuera, que me lo gastara; que no me fuera a quedar encerrado meses en el país si al final cerraban fronteras y espacio aéreo».
Todo era de pronto extraño. De repente la carrera en torno a la que había orbitado su vida durante semanas no importaba. Al salir de España ni imaginaba las dimensiones que iba a tomar el conflicto. Al fin y al cabo la carrera era en Rusia; sí, pero en otro continente. «No era consciente de lo que podía pasar, aunque sabía, claro, la situación entre Rusia y Ucrania». Eso fue lo que le empujó a viajar. «Desde que esto empezó el 5 de enero yo ya tenía miedo porque sabía que iba a un país casi en guerra, pero también hay más distancia de Moscú al Baikal que de Moscú a Madrid». Y la guerra se desarrolla en Ucrania.
Así que amparado en la distancia, en la ilusión por volver a una maratón que llevaba preparando meses y en la esperanza de que la cordura imperara sobre el conflicto, salió de Santander. Vaya si tuvo puntería: «Llegué justo el 24 de febrero y justo entonces saltó todo. Allí no me enteraba de nada, salvo por lo que me decían familiares y amigos, porque yo solo estaba concentrado en entrenar. Tampoco miraba la prensa, pero desde España me decían: 'Sal de ahí, que está la cosa muy mal'. Y yo me preguntaba qué estaba ocurriendo».
Todo había cambiado en cuestión de horas. «Llegué el jueves tranquilamente y ya el viernes por la tarde, porque hay siete horas de diferencia, me decían que saliera de ahí. Al principio pensé: 'Yo me quedo aquí a correr por lo menos la maratón'». Hasta que la guerra terminó con todo, su plan era otro: «Me iba a ir el 15 de marzo, porque el día 13 tenía otra carrera».
Para entonces, Soto ya lo tenía claro. No estaba el asunto para quedarse más tiempo del imprescindible: «Tampoco estamos aquí para arriesgar. Esto era una carrera, y si no se podía ahora ya habrá otras». Temor. Congoja. No consiguió marcharse en la víspera, que dedicó a buscar vuelos y no a prepararse, y, ya que estaba allí, lo mejor era correr. Tener la cabeza ocupada y hacer lo que había ido a hacer. «Ya el sábado había corredores que se marchaban porque decían que iban a cerrar el espacio aéreo. Yo estaba asustado; acojonado. Estuve mirando vuelos y pude cambiar el billete al 1 de marzo, pero no me dejó pagar con la tarjeta porque los pagos electrónicos estaban bloqueados, así que la reserva seguía igual. Ya no pensaba ni en correr; solo me quería marchar, pero ya era sábado y a dónde iba a ir, así que me dije: 'Pues ya que estoy aquí, corro'». Lo hizo más pensando en irse que en correr. «Quedé cuarto. Quizá podía dar más, pero la cabeza no estaba donde tenía que estar».
Por si una maratón fuera poca aventura, faltaba lo que podía ser una odisea. Sin tiempo para recuperarse del esfuerzo, regresar a Santander o, por precisar más, conseguir salir de Rusia; ese era el reto. «Este pasado lunes bajamos de Listvyanka a Irkutsk, a una hora en coche. Fui con una intérprete a las oficinas de Aeroflot para que me cambiaran el billete, porque si no tenía que pagar 1.500 euros, cuando el día anterior estaban a 800, y tuve la suerte de que me lo cambiaron entero. Sé que vino más gente detrás de mi y quedó ya en lista de espera». Desde allí debía llegar a Moscú, pero la conexión entre la capital rusa y Madrid ya no estaba disponible, así que tuvo que viajar vía Estambul, donde pasó la noche en casa de un amigo. La fortuna se había aliado con él en medio del caos. «Los que se fueron el sábado llegaron a pagar 4.400 euros para volverse el mismo día sin tomar parte en la carrera. Cómo lo tendrían que ver, lo que pasa es que yo no era consciente», reflexiona Soto.
Le habían cambiado el billete, sí. Pero después el avión debía despegar. Y sobrevivir con el dinero en efectivo, sin posibilidad de utilizar la tarjeta. «Tenía 30.000 rublos y no podía sacar dinero, así que sabía que cuando se me terminaran no había más. Como iba invitado por la organización no tenía gastos, así que lo guardaba para después de la carrera». Fueron suficientes para llegar a Moscú con el billete en la mano, pero faltaba lo más difícil: salir. «Hasta que estuve en el asiento del avión y despegó, no me lo creía. Éramos unas 500 personas. Imagino que hayan puesto aviones grandes para que la gente pueda salir, porque por la ventanilla veíamos muchísimos aparcados», recordaba ya en pleno viaje de regreso, repleto de coches, aviones, taxis y autobuses.
La aerolínea había cumplido. «Cuando el lunes fui a Aeroflot tenía guardado el teléfono de la embajada por si me hacía falta, pero no fue necesario en mi caso. No les tuve que llamar. Hay gente a la que Aeroflot hasta le ha devuelto el dinero. No todo es criticar a Rusia por lo que ha hecho este tipo -en referencia a Putin-. La compañía se ha portado muy bien conmigo y con más gente». Lo dice ya desde la seguridad del regreso. Y cansado, muy cansado. Desde que terminó la carrera hasta que durmió en Estambul, Soto prácticamente no pegó ojo. Dos días casi en vigilia. Feliz por el regreso y triste por la situación. «Estoy convencido de que no podré viajar a Rusia en mucho tiempo», dice. No lo hará hasta estar seguro de que el suelo no puede volver a crujir bajo sus pies.
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