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A eso de las ocho y media, María, de cuatro años, metía la cabeza entre las piernas de su madre. «No quiere entrar». Una ... escena típica de los reportajes de la vuelta al cole. Tanto como el cambio radical cuatro horas después. «Parece otra niña. Ha salido contenta, ilusionada, encantada de volver a ver a sus amigas...». Esto sería lo normal. Lo de todos los años. Pero en el relato faltan muchos detalles. Por ejemplo, que la niña lleva seis meses sin ir a clase y por eso le costaba tanto «volver a la rutina». O que su madre se marchó preocupada porque, con este panorama, no sabía cómo iban a gestionar el rechazo de la cría. «A las claras, ella iba a venir al colegio. No queremos vivir con miedo. Pero tal como se plantea la situación y las medidas que vemos del Gobierno, sí que nos preguntamos muchas cosas y tenemos muchas dudas sobre qué va a pasar. Cómo van a manejar este tipo de situaciones». Hasta en el relato que hizo la chiquilla al volver hay matices. Le contó a Diana -a su madre- que habían cantado canciones. Sí. Lo típico. Pero también que no se quitaron la mascarilla en ningún momento, que se lavaron las manos y que no se juntaron con otros niños. Hasta que «el tentempié de media mañana» se lo dio la profesora, «porque nos han dicho que hasta que no sepan cómo hacerlo, que mejor no se lo pongamos nosotros». Es la vuelta al cole, pero en otro mundo.
Tal vez la reflexión personal de José Antonio Sánchez Raba, el veterano director del colegio Cisneros, sirva para entender cómo de diferente fue lo que pasó ayer.
-¿Muchos nervios?
-Muchísimos. Llevo muchos años trabajando y nunca he tenido tantos como hoy. Es totalmente atípico. Hoy es el primer día de la 'nueva anormalidad'. Esto no es la escuela que muchos queremos. Es otra cosa. Me he puesto nervioso y enfadado con familias ('¿No has visto el correo?', 'mantén la distancia', 'la mascarilla'...) y ese no es mi estilo, la crispación. Estás tenso. No es la calidez, trabajar las emociones del primer día, el cariño, el abrazo... Es otra cosa esta escuela.
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Es bueno explicar en qué momento tuvo lugar esa conversación. Fue pasadas las nueve, una vez que los alumnos estaban dentro. En un patio ya vacío por el que, por distintas esquinas, acceden los chavales de tres centros (Cisneros, Antonio Mendoza y Magallanes). Muchos niños, muchos padres. Y filas, turnos, preguntas, toma de temperatura, hidrogel, advertencias («alto, la distancia»), mascarillas...
¿Qué tal?, le preguntaban al director. «Con fallos, con errores, lo que nos obliga a rectificar y cambiar cosas para mañana. Algunos han llegado antes de lo que les correspondía, otros un poco después, unos no habían leído los correos electrónicos que llevamos mandando desde julio, no conocen los niños a las profesoras, las profesoras nuevas no les conocen a ellos... Son pequeñas cosas dentro de toda la organización que hemos montado desde junio sin descansar ni un solo día. Para ser el colegio más grande de Santander y para tantas variables que hay... Hemos tenido observadores para controlar tiempos y errores. Mejoraremos y rectificaremos».
Cinco minutos antes, a su compañero del Antonio Mendoza, Rubén de Andrés (el director), le rodeaba -a distancia- un grupo de padres junto a la puerta y después de organizar el acceso. «¿Agua pueden beber o tiene que traer botellín?», «¿El comedor?», «¿Los madrugadores?», «¿A qué hora la vengo a buscar?», «¿Seguro, es que somos extranjeros y la niña aún no entiende bien?», «¿Saben cuál es su clase?»... Todo, en minuto y medio. Y en todas las respuestas, el docente -sin separarse de un bote de gel que tenía en la mano- incluía un «no te preocupes». «Es un día diferente, en un clima diferente, y tratamos de transmitirles la tranquilidad de que pueden venir al centro, de que van a estar bien, de que no pasará nada y de que esto va a seguir para adelante».
Él insistía en esa idea, mientras que Sánchez Raba hablaba de «optimismo siempre, pero limitado en este caso». «Es muy difícil y tienes la sensación de que en muchas ocasiones las burbujas se pinchan, que hay interacciones no deseadas. Te genera una sensación de no llegar, de inutilidad...». Visiones -los dos coincidían, eso sí, en el trabajo de todos los equipos de cada centro en la organización-.
Más o menos pesimistas. Como entre los padres. Como ejemplo, dos testimonios a pocos metros. «Preocupación la justa. Tampoco creo que haya que sacar las cosas de sitio. Vienen enseñados porque llevamos tiempo con esto y saben lo que hay. Que tienen que lavarse las manos, que no pueden compartir...». Eso decía Eneko Díez, padre de Mikel (siete años) y Mar (cuatro). Un mensaje muy diferente al de Roberto Aguilera, el padre de Clara (de nueve años). «Incertidumbre total y absoluta. Creo que tardaremos entre diez y catorce días en que vuelvan a mandar a los niños a casa. Y eso no quita para que en el centro se estén esforzando al máximo, que lo están haciendo como leones. Pero sí que estoy preocupado. O, más que preocupado, consciente».
Diana Castellanos - Madre de María (cuatro años)
Roberto Aguilera - Padre de Clara (nueve años)
Sonia Aguado - Madre de Laura (nueve años)
Contrastes, aunque las visiones de sus hijos luego no fueran muy distintas. Hablaron al entrar y también al salir. «Me ha contado -explicaba Eneko- que han salido y han estado en una esquina o que, en el comedor, después de comer, se han quedado allí y no han estado fuera como otras veces». «Es que los niños -cerraba Roberto el relato tras resumir el día con su hija- son los que mejor lo llevan. Ella ha salido contenta, con buenas sensaciones después del primer día. No te digo que sea divertido, pero para ella casi normal. Que la profesora llevaba mascarilla. Me ha dicho eso y poco más».
Todos ellos, en cualquier caso, están entre los padres que sí decidieron llevar a sus hijos al colegio (obviamente los que no, no estaban para contarlo). «Tienen que venir, tienen que relacionarse con niños. Llevan seis meses en casa y hay que seguir adelante», comentaba durante la espera para entrar Sonia Aguado, la madre de Laura, de nueve años. «Es complicado para ellos y para los padres conciliar vida laboral con esta vuelta al cole es también complicado». Admitía que tenían «miedo». Ella y su hija. Pero es lo que toca, «y ha vuelto muy contenta» -eso lo decía ya en torno a las tres de la tarde-. Con un relato, también, muy propio de estos tiempos. De entrada, porque les cambiaron de profe. «La suya está de cuarentena por un contacto con un positivo». Y todo lo demás: que no salieron al patio (lo iban a organizar por círculos y que cada grupo jugara sin salirse, pero «no ha debido darles tiempo el primer día») o que, en vez de en su aula, les han instalado en la biblioteca, con más distancia entre unos y otros. Eso, «y que no podía dar abrazos a sus amigas».
Abrazos. Sí que se echaron en falta. Puede que justo por eso, entre las colas para entrar, una de las imágenes del día fuera la de una profesora -fueron puro amor con los críos pese a las dificultades- haciendo el gesto del abrazo en el lenguaje de signos. Sin tocarse, pero bienvenidos.
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Ana del Castillo
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