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Faina abre mucho los ojos y antes de volver a parpadear, baja la cabeza hacia su teléfono móvil y teclea rapidísimo. Sus uñas suenan en la pantalla como una cremallera al cerrarse. Entonces alza los ojos: «Traductora de idiomas», dice leyendo en un español lento, ... pronunciado con esas zonas del paladar que en español nunca usamos, la traducción de Google. Eso quiere ser Faina Brychkovska, de 18 años y natural de un pueblo cercano a Kiev, de donde salió hace un mes rumbo a Cantabria. A su lado, Anastasia, de 19 años, dice que quiere ser ilustradora, y su español es más fluido: «Estoy en tercero», dice.
Como ellas, en Comillas hay otras 19 alumnas de la Universidad Nacional Tarás Shevchenko de la capital de Ucrania, donde hacían estudios hispánicos, una universidad «grandísima», añade Faina, que levanta el móvil y muestra en una foto un edificio cuya fachada amarilla y el portentoso armazón de sus columnas hace adivinar miles de estudiantes repartidos por sus aulas; hoy, aulas vacías.
Allí daba clase la profesora Kurchenko, cuyo vínculo con la Fundación Comillas y con Cantabria (donde se encontraba cuando estalló la guerra) es el punto de partida de esta historia que tiene a 21 mujeres como protagonistas y el aula como refugio gracias a la cooperación entre la Fundación Comillas y el Departamento de Filología Románica de la universidad de Kiev, que permitió que se alejaran de la guerra. Las relaciones académicas entre ambas instituciones abrieron el camino para las estudiantes, y con la ayuda de la Dirección General de Cooperación del Gobierno de Cantabria, se organizó su alojamiento para que pudieran seguir con su formación en la región. Llegaron a principios de abril, gracias a la plataforma de voluntarios que hizo posible su traslado, encabezada por Nicolás Toral. Desde entonces, alojadas en un albergue en Camargo bajo la tutela de Cruz Roja, que se encarga de su acogida y manutención, van y vienen a Comillas a diario, en un autobús de Anfersa que en su ruta desde Santander ha añadido una parada en Camargo para recogerlas.
«Las estudiantes están cursando con nosotros aquellas asignaturas afines a su plan de estudios en Kiev, asignaturas que les serán certificadas desde esta dirección académica para su reconocimiento y convalidación en la Universidad de Torsá a la que pertenecen», explica Celestina Losada, directora académica del Centro Universitario del Centro Internacional de Estudios Superiores del Español (Ciese). Entre tanto, mantienen la actividad académica con la universidad de Kiev con trabajos y clases, un vínculo académico que trasmuta en emocional como un cordón umbilical que las mantiene unidas a su hogar.
Anastasia Pokora
Estudiante 3º Filología
Celestina Losada
Directora académica Ciese
Es el descanso, y sentadas en varias mesas, todas parecen unidas a los móviles y a los portátiles y también entre ellas, afines y jóvenes, y serias y evasivas cuando les preguntan por Ucrania, cuando les proponen participar en una entrevista para hablar de su experiencia como estudiantes en Cantabria. Solo dos accederán a hablar; el resto no quiere hablar de su país ni de la guerra ni cómo han llegado, como si el mero hecho de pronunciarlo les obligara a revivir. Faina y Anastasia dicen que sí, pero advierten que tienen «miedo». ¿Temen una repercusión por lo que puedan decir? «No», dice Anastasia muy seria: «Tengo miedo a decir mal los verbos», y se ríen, y por un momento parecen eso, solo adolescentes, solo niñas que algún sábado van de excursión a Santander, o a La Arnía donde Anastasia ya se ha bañado. Entre semana no salen, solo el sábado hasta las 22.00 horas.
¿Por qué eligieron estudios hispánicos? «Por la música y las películas, y por series como 'Élite' y 'La casa de papel'», responde Anastasia. Para Faina la razón de estudiar español y su cultura está en el sonido del idioma, en su belleza, dice. ¿Qué le resulta bello a Faina del español? Entonces con un hilo de voz, pronuncia el nombre de Antonio Machado, lo dice flojo por si se equivoca, y levantando otra vez los enormes párpados que han visto explotar bombas en lo que era su ciudad, y sigue adelante con su español titubeante para recitar «La plaza tiene una torre, la torre tiene un balcón, el balcón tiene una dama...», y antes de terminar la estrofa estallan en una carcajada y se hacen una broma con el meñique, un gesto que comparten las 21 que comparten habitación y distancia y miedo y un mutismo sobre su país. «Allí trabajaba como editora de noticias y ahora no puedo ver las noticias», dice Anastasia. Se comunica con sus amigas por Telegram, a diario con sus familiares; ella con sus padres y su hermano mayor, y Faina con sus abuelos.
¿Se puede estudiar cuando los dedos del teclado están en Cantabria, pero la piel y los pulmones y la cabeza están en Kiev? Suben los hombros. «Quería viajar a España cuando empecé a estudiar, pero no en estas circunstancias», dice Anastasia. «Estaremos aquí hasta final de junio», dice Faina. ¿Y después? Silencio y los hombros, de nuevo los hombros, y los párpados que se cierran.
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