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Álvaro Machín
Santander
Domingo, 21 de febrero 2021, 07:49
El aullido del lobo se escucha estos días en los montes y, tanto o más fuerte, en los despachos. Tan fuerte suena que ha conseguido ... romper –sólo en parte– el monopolio informativo de la pandemia robando titulares y páginas al virus. Y tiene pinta de que así seguirá por un tiempo ante las posturas de un debate que no es nuevo, pero que ha cogido color y tensión desde que el Ministerio de Transición Ecológica anunciara su intención de incluir a la especie entre las de protección especial. Ganaderos y sus representantes, por un lado. Grupos conservacionistas, por otro. Los políticos de Cantabria, Galicia, Asturias y Castilla y León enfrentados a la ministra Teresa Ribera con amenaza de tribunales de por medio. Y el ministro de Agricultura, Pesca y Alimentación, Luis Planas, jugando a equilibrista en el alambre –diciendo, básicamente, que partiendo de prohibir la caza, se puede llegar a un acuerdo–. El asunto es complejo. Tanto, que en lo básico tampoco hay acuerdo. ¿Cuántos lobos hay en Cantabria? La Consejería dice que 19 manadas. Algunos expertos cuestionan seriamente este dato.
De entrada, resulta muy complicado dar una cifra concreta de ejemplares. Primero, porque varía en el tiempo. No es igual el dato en primavera –a principios de junio, por ejemplo–, que es cuando más partos hay, que unos meses después. Las crías que sobreviven, las que no... Y después, porque ese número está sujeto también al hecho de que la caza sea más o menos intensa en un territorio. Por eso, cualquiera que maneje datos y censos habla más de familias o de manadas que de ejemplares.
Dicho esto, en la Consejería de Desarrollo Rural, Ganadería, Pesca, Alimentación y Medio Ambiente manejan el dato de las 19 manadas en 2020 –frente a los cinco grupos familiares localizados que había en 1997– y, aunque con más cautela, atribuyen a cada manada una media de nueve miembros (una estimación). Pero expertos consultados por este periódico no se creen esas cifras. Ni las 19 –entienden que son menos– ni, mucho menos, la media de nueve por familia. Su argumento se basa en la dificultad para explicar un crecimiento tan amplio de las manadas, a la vez que cuantifican en más de treinta los lobos que se han matado como media anual en los últimos años.
Detrás del lobo hay mucho en juego. Y no sólo por el futuro de los ganaderos que ven peligrar sus animales o por la labor de conservación que defienden los ecologistas. El consejero Guillermo Blanco (del PRC) abandera la posición ganadera en un terreno, el ámbito rural, en el que el regionalismo siempre se ha sentido cómodo. PP o Cs ficharon para esta legislatura, precisamente, a nombres ligados al sector (Pedro Gómez y Marta García), que ahora presionan desde el Parlamento. La oposición le da a Blanco su apoyo, pero le deja caer que, si no le hacen caso, exija a su partido que rompa el pacto de gobierno con el PSOE. Los socialistas, por su parte, apoyan a Blanco en Cantabria, pero es el ministerio de Ribera (también del PSOE) el que ha tomado una decisión. Y Planas (otro ministro socialista) trata de contentar a todos.
Sirva eso como punto de partida de un debate que, por otro lado, no es nuevo. Los ganaderos llevan años pidiendo auxilio ante los ataques a sus animales y los grupos ecologistas negándose a soluciones que pasen por controles únicamente matando. Y así se llegó al 4 de abril de 2019, la fecha en la que entró en vigor el Plan de Gestión del Lobo. Cambios para agilizar las ayudas tras los ataques (y ampliación del ámbito de actuación) y actuaciones –entre ellas la caza controlada– para conservar y gestionar las poblaciones. Para los ganaderos, una tregua. Para los ecologistas, una derrota ante la que han insistido en un mensaje. Que «en Cantabria se mata mucho». Por resumir posturas.
«Te imaginas que estas cosas suceden en el monte, tirando hacia Cos o Santa Lucía, pero jamás se me ocurrió que sucedería tan abajo». Eso decía el ganadero Diego Pérez tras perder dos ovejas en la mies de Vernejo, en Cabezón de la Sal, y a quinientos metros de las casas. Fue el relato del último ataque antes de la noticia que ha hecho explotar el debate. Primeros días de febrero. El Ministerio de Transición Ecológica cuenta con un borrador en el que incluye al lobo como especie de protección especial. Adiós a la caza. Grupos ecologistas hablaron de «decisión histórica». Los ganaderos al norte del Duero, incluidos los cántabros, se llevaron las manos a la cabeza.
Todo se ha desbordado desde entonces. Todas las opiniones. Por resumirlas, aquí van unas cuantas. «La única especie en peligro de extinción es el ganadero», dijo el consejero Guillermo Blanco. «Que sea cinegético o no, no nos importa tanto. Los ganaderos hemos asumido que están ahí, no pedimos su extinción pero sí que haya un control poblacional», explicó Gaspar Anabitarte, de UGAM-COAG. «Si no se los puede controlar de forma legal –advirtió–, resurgirán otros métodos como las trampas, el furtivismo y demás. Esto es así desde que el mundo es mundo». Cantabria, Galicia, Asturias y Castilla y León aseguran que la decisión se ha tomado sin consenso y sin contar con ellos, que aglutinan al grueso de la población de lobos. «Aquí –apunta Luis Suárez, de WWF/Adena– nadie está en contra de la ganadería, y menos en contra de la extensiva, que es, precisamente, la que defendemos; pero hay que trabajar por la coexistencia sin tener que pasar por el disparo y la persecución del lobo. No es algo que digamos nosotros. Es, de hecho, la recomendación europea».
Ahora el aullido de los lobos se ha trasladado a los despachos y a los discursos. El secretario de Estado de Medio Ambiente, Hugo Morán, dijo que «no hay vuelta atrás en la decisión», el ministro Planas templó gaitas en su visita a Cantabria y la ministra Ribera se ha sentado al menos a hablar con las comunidades que piden a gritos que dé marcha atrás. Blanco, entre tanto, pidió amparo en el Parlamento y se ha encontrado con un respaldo unánime de los grupos (incluido el PSOE) para defender su postura.
Y, entre tanto, se ponen cosas sobre la mesa. Que hay que dejar las cosas como están, que deben darse ayudas rápidas y cuantiosas para cercados o mastines, que se organicen sólo batidas específicas, que las compensaciones por los ataques deben ser más efectivas... Hasta que se cambien los tiros por los traslados. Llevar lobos de donde sobran a donde faltan. El debate va para largo.
Es el único que queda en su zona que vive exclusivamente del ganado menudo. Los demás tienen cabras u ovejas como un complemento. Pero vivir sólo de ellas, él. Con sus 360 cabezas en Yebas, Cabezón de Liébana. «Se están quitando rebaños todos los años. Hace diez, serían unos quince o veinte y ahora, tres o cuatro», explica Pedro Álvarez. El lobo está entre las causas. «Te aboca a retirarte. Pierdes la ilusión, las ganas». El ganadero habla, en todo caso, de una «solución». «No es tajante, no evita los ataques, pero los minimiza». ¿Cuál? Sus 16 perros mastines.
Ocho con las cabras y los otros ocho, con las ovejas. «Al que no tiene perros no le queda una». Insiste, en todo caso, en que reducen los ataques, pero no los eliminan. Un remedio parcial. «Vemos manadas de cinco y siete lobos, eso es incontrolable». Tanto, que el año pasado le mataron a dos de los perros. «Antiguamente atacaban sólo por la noche, pero ahora hay ataques a las cuatro de la tarde o a las doce del mediodía. Además, se dejan ver mucho más. He conocido ganaderos mayores que no habían visto uno. Ahora los ves casi todos los meses. Yo he visto más de treinta veces».
Son los perros –una de las cuestiones de las que se ha hablado estos días como alternativas, junto con las subvenciones para cercados– y son también otros cambios de hábitos obligados. «Desde que empiezan a parir en octubre o noviembre, hasta que subes a los montes en abril o mayo, los animales duermen ahora en casa todas las noches. Si no, no te queda nada, incluso con los perros». Tardíu –otoño– y primavera, épocas de más ataques.
Y claro, a más lobos, más perros necesarios para proteger los rebaños. A más ataques, más mastines. «A día de hoy, en todas las cabañas ves dos o tres, incluso con vacas y yeguas, que antes era raro. De dos o tres años para acá ha crecido mucho. Por las crías o, cuando subes al monte, con terneras que son aún muy tiernas y son carne de cañón. Sin perros estás muerto. Si los lobos oyen ladrar, al menos se lo piensan. Porque si están solas, no dejan una». Eso, obviamente, supone un aumento de costes. Álvarez –es difícil clavar una cifra– estima que sus 16 'ayudantes' le suponen unos veinte euros diarios. Recibe una subvención anual del Gobierno de Cantabria de 1.500 (tope máximo, el que se da por cinco mastines y dependiendo del número de cabezas de ganado). «Es una buena ayuda, aunque no sea bastante, pero es mejor que antes» (a 20 euros diarios, la factura pasa de los 7.000 al año).
Riesgo añadido
Pero hay otro factor que debe tenerse en cuenta. «En zonas de turismo, como los montes de Áliva, por ejemplo, en verano puede haber más de mil personas al día. Puede ser un problema llenar esos montes de mastines. Los perros no atacan a la gente porque sí, pero defienden lo suyo y algunas personas se meten en los rebaños, quieren tocar, hacer la foto... El perro, en general, lo que hace es rodear el rebaño y no dejar que entre nadie, pero hay gente que no respeta y el animal...».
Álvarez, preocupado por el contexto actual, está «contento» con el «Plan del lobo» aprobado en 2019. «Se han minimizado daños y aumentado ayudas». ¿Y cuántos animales perdió en 2020? Pues, además de los dos mastines, «unas catorce cabezas. Si no fuera por los perros, serían cuatro diarias».
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