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El incremento del número de contagios de las dos últimas semanas anuncia ya la llegada de la tercera ola de la pandemia, de la que aún se desconoce su magnitud: todavía es pronto para medir el impacto que el periodo de fiestas tendrá finalmente ... sobre la propagación de la enfermedad, pero, de momento, ya se sabe que en la semana siguiente a la Navidad los positivos aumentaron un 44%, y esta que ahora termina lleva camino de superar en un 30% a la anterior. En la próxima podrían dejarse sentir las consecuencias de las celebraciones de Reyes y el inicio de las rebajas. En todos los casos, estos acontecimientos, con efectos acumulados, suponen una multiplicación de los contactos sociales, un factor determinante en la transmisión del virus.
La principal diferencia entre el inicio de esta tercera ola respecto al de la segunda es que en aquella casi se empezaba de cero: finalizado el encierro domiciliario en todo el país, julio arrancaba en la región con una persona hospitalizada, y solo había habido que lamentar dos muertes desde el 20 de mayo hasta ese momento.
Ahora, en cambio, el nuevo embate del virus llega sin que se haya doblegado del todo el anterior, pese al sacrificio impuesto antes de la Navidad, sumando su daño y empeorando una situación ya delicada: Cantabria, que ha registrado ochenta muertes durante el mes de diciembre, se halla a las puertas del nivel de riesgo máximo por sus indicadores epidemiológicos y asistenciales, partiendo de unas tasas de incidencia acumulada muy altas y con las UCI cerca de la saturación.
Mientras, los esfuerzos que se están realizando en las residencias de mayores y dependientes para dejarlas limpias de coronavirus y listas para el trabajo de inmunización, con cribados intensos y continuos, han logrado arrinconar el mal en estos centros, que empiezan a ver la luz tras un año infernal.
La gráfica de contagios diarios refleja su reciente incremento con una curva ascendente en su último tramo: es imposible saber cuánto se prolongará esta tendencia y cuál será su pico máximo. La de hospitalizaciones repite idéntico dibujo, atenuado y reflejando su latencia respecto a las infecciones.
Lo que sí se sabe es cómo se hace frente al problema: mientras el proceso de vacunación y de inmunización de la población siga avanzando despacio, no hay otro remedio conocido que limitar movimientos y contactos. Con un toque de queda extendido al máximo, una actividad hostelera reducida al mínimo, aforos limitados en los puntos de reunión social y la región cerrada, el margen de maniobra es estrecho. El confinamiento de municipios -generalizado o actuando ante cada caso particular-, y el cierre total de bares y restaurantes y del comercio no esencial son algunas de las restricciones que se han aplicado en otras regiones. La escuela, que ha demostrado ser un espacio razonablemente seguro, parece fuera de la ecuación.
Es de suponer que los nuevos aires en la Dirección General de Salud Pública se dejarán sentir de alguna manera, más allá del cambio de caras en las ruedas de prensa en que se dé cuenta de la evolución de la pandemia. Si la misión de sus recién nombrados responsables es atajar la tercera ola, parece una estrategia más acertada combatir las causas que favorecen los contagios que luchar contra sus consecuencias una vez se haya descontrolado todo: es anticiparse al virus o ir detrás de él.
En cualquier caso, y sin ser excesivamente pesimistas, da la impresión de que Cantabria podría pasar próximamente del nivel de riesgo alto en que se encuentra actualmente al extremo, a la espera de que el aumento de positivos diarios diagnosticados se traduzca en un mayor número de ingresos hospitalarios, algo que se antoja inevitable. Y ante ese cambio de escenario hay que esperar alguna reacción desde la Sanidad cántabra.
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