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Apenas les quedan ganas de hablar. Quizás sea porque ya no saben ni qué decir. Es más, les ha cambiado el tono de voz y las palabras transmiten las sensaciones sin necesidad de decirlas en voz alta. «Tristeza y desolación», repiten una y ... otra vez los hosteleros de los municipios que pasan a nivel 3, según el semáforo covid, y por tanto cierran los interiores. Bajan la persiana de nuevo salvo quienes tienen terraza, que intentarán sobrevivir con el aforo del 75%. «No nos lo podemos creer», reconocía ayer Nacho del Corral a las puertas de su restaurante Daria, junto a La Voladora, también de su propiedad, ubicados en la calle Bonifaz de Santander. Lo decía poco después de enterarse de la nueva medida que esta vez pensaba que no llegaría. Tenía esa sensación al ver que alrededor se han celebrado «los toros, están las ferias, hay conciertos. ¿Qué ha cambiado?», se pregunta el hostelero.
Después de siete meses sin servir, esta restricción «nos mata», reconoce. Por eso ayer leyó la noticia «con incredulidad». La restricción les llega con los dos restaurantes casi llenos para estos días. Unas reservas que poco a poco fueron cancelándose porque el cierre no tardó en llegar a sus clientes. «Ya han llamado para anular las mesas». Además se repite una situación que han vivido en los demás cierres y es que les pilla con las neveras llenas: «El pescado, la carne... Se irá todo a la basura salvo que le demos salida en un día», señala Del Corral, mientras en la terraza de La Voladora dos clientes intercambian opiniones sobre la medida. Ellos tampoco lo entendían.
En Tetuán, Maite Rodríguez, del restaurante Marucho, repitió que prefiere ser prudente y esperar a leer bien la publicación del BOC. No obstante reconocía recibir la noticia con «tristeza». Y se reflejaba en sus ojos, esta vez incapaz de lanzar un mensaje de optimismo. Porque está «cansada» de las medidas, de cada cierre, pero también de repetir a algunos clientes las restricciones. «No sé como trasladar que tenemos que seguir cuidándonos», aunque la vacuna haya llegado a muchos hogares.
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«Otro mazazo más y nos hunden», resume Estibaliz Ibarreche, del Hotel Arillo, en Noja, y presidenta de la Asociación de los hosteleros del municipio. «Te sientes triste, desolada, desamparada...», enumera. Es una lista casi sin final porque «no levantamos cabeza». En una zona como Noja que vive «totalmente dedicada al turismo» bajar la persiana en pleno verano hace que mantener un negocio de hostelería «no sea viable». «Si este mes Noja no tiene su ganancia, habrá familias que se queden por el camino», sentencia la profesional que lleva toda la vida en el sector. «No sé cómo llevar una región», añade, refiriéndose a la toma de decisiones de la Consejería de Sanidad, pero lo que no comprende es que «casi todos los platos rotos los paguemos los hosteleros». Y es que ese es el sentimiento que comparten los profesionales con independencia del municipio en el que tengan su establecimiento.
María Eugenia Hands, de la Posada y restaurante Somavilla, en Ribamontán al Mar, hace una comparativa clara: «Pagamos la cuenta de lo que se comen los demás». Más que con sorpresa, la hostelera recibió la noticia con «decepción» porque cree que hay alternativas que ya funcionan en otras comunidades y que se podrían valorar antes de cerrar los interiores. ¿Cómo cuáles? «Pedir una PCR para entrar al restaurante o hacerles en el momento un test y eso a cargo de la empresa», explica. Ella ahora echa en falta la «voz» del presidente de Cantabria, Miguel Ángel Revilla, defendiendo al sector y a la comunidad autónoma. Cada restricción y medida sanitaria la afrontaron con la mirada puesta en el verano y la idea de «recuperarnos», pero quedarse sin los ingresos de estos meses tendrá un resultado: «Al final tendremos que cerrar», añade Hands.
En Castro Urdiales tienen una «particularidad» que sirve de balón de oxígeno para muchos hosteleros y es el acuerdo al que llegaron con el Ayuntamiento que permite a la mayoría tener terraza o alguna mesa en el exterior. «El que no tenga cerca un espacio para colocar sus mesas, con el interior cerrado está fundido, en el momento más potente del año», reconoce Timoteo Antuñano, vocal de la Asociación de la Hostelería de Cantabria en Castro Urdiales. Supone bajar la persiana en «la mejor temporada» y con buena afluencia de gente.
El profesional pone sobre la mesa otro asunto recurrente y es que la hostelería «no tienen nada que ver» con los contagios. Y es claro: «Nos obligan a cerrar el interior, pero la incidencia sigue subiendo», añade. Un mensaje en el que insisten los profesionales. «Nos han tenido cerrados diez meses y la incidencia ha seguido sin bajar», comenta Boni Movellán, del restaurante La Bombi, en la calle Casimiro Sainz de Santander. Volver a bajar la persiana es «una faena», añade. En este punto ocurren varias cosas. Por un lado que el cambio de nivel les pilla con las neveras llenas de comida. «Tenemos mercancía preparada para dar de comer cada día. Y por otro lado que además de no tener ingresos, la lista de gastos no se ve reducida. En todo caso recuerda que el cierre «tiene unas consecuencias terribles» porque afecta también a los centenares de proveedores que están detrás de cada establecimiento hostelero.
También en Potes han recibido la noticia con «preocupación y malestar». Una de las zonas del municipio que más va a sufrir el cierre, es la popular calle Cántabra, que al tener un espacio tan reducido, no puede poner terraza. Uno de los establecimientos de la vía es Casa Susa, de los de mayor antigüedad. Su dueño, Enrique Cerezo, reconocía que «no podemos cerrar el establecimiento en este mes, y por eso no nos va a quedar otro remedio, que colocar alguna barrica con taburetes más en el frente del local, aunque somos conscientes de que el espacio es muy reducido y serán grandes las pérdidas». Al mediodía, mientras seguía con las comidas, el hostelero comentaba las últimas medidas y como en Cantabria «hemos pasado de tener prohibiciones efectivas a ir sin mascarillas sin una parte importante de la población inmunizada». Es un batacazo del que su hijo Quique es consciente, ya que supondrá una «auténtica ruina para las personas que vivimos de la hostelería en Potes, y que veíamos como la llegada de turistas era un respiro a estos meses de restricciones».
Acción. Reacción. Hay un patrón que se ha repetido a lo largo de estos meses. Y es que a cada medida que ha adoptado la Consejería de Sanidad y que ha afectado directamente a la actividad de la hostelería, le ha seguido una demanda o un recurso de la Asociación que representa a los profesionales del sector en Cantabria. Y esta vez puede que vuelva a suceder. En todo caso los integrantes de la junta directiva de la asociación se reunirán hoy mismo en la finca Las Carolinas, en Santander, para «estudiar posibles medidas» a adoptar tras la entrada en nivel 3 de algunos de los municipios más turísticos de la comunidad autónoma. Siempre asesorados por los servicios jurídicos, los 25 miembros -que también incluyen al ocio nocturno- debatirán qué medidas tomarán ante la medida del Gobierno regional que llega en pleno verano.
A lo largo de la pandemia los hosteleros han sacado en repetidas ocasiones los coches a la calle y han llenado las carreteras para protestar contra los sucesivos cierres del interior de sus locales. El último movimiento en los tribunales fue hace apenas unos días cuando la Consejería de Sanidad anunció la entrada en vigor del toque de queda en 53 municipios, entre otras medidas, encaminadas a poner freno a la expansión de la 'quinta ola'. Finalmente el Tribunal Superior de Justicia de Cantabria avaló el paquete de medidas propuesto por Sanidad que restringía la movilidad nocturna entre las 01.00 y las 06.00 de la madrugada.
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