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A ningún político se le ha ocurrido nunca denunciar a un elector por intrusismo profesional, cosa que sí haría un médico caso de que un lego en medicina se atreviese a tomar decisiones en materia de salud y enfermedad, o un arquitecto si un ... ignaro osase dibujar los planos de un rascacielos para el contratista.
Esto es lo extraordinario de la democracia: que se fija el rumbo del estado desde una multitud que, si se entrevistase persona a persona, confesaría paladinamente que su conocimiento del arte de la política es entre mejorable e inexistente. Por esta paradoja los liberales decimonónicos restringían el derecho de voto a aquellas personas que, por su nivel de estudios, categoría profesional o umbral de riqueza, pudieran acreditar, al menos en principio, cabal comprensión de las necesidades del país. Este 'sufragio censitario' fue superado a finales del siglo XIX con el Gobierno liberal de Sagasta, que estableció el universal masculino, a su vez ampliado por la Segunda República a las mujeres (contra la voluntad de muchos y muchas progresistas, como Victoria Kent, que temían que el voto femenino fuese dirigido por los curas).
El ideal igualitario de nuestro tiempo, una vez asumido como principio inamovible, debe, sin embargo, trabajar sus aporías: los alemanes votaron a Hitler, los estadounidenses han votado a Trump, los húngaros a Orban, los rusos a Putin, los turcos a Erdogan, los británicos se han dejado engañar por Boris Johnson y han votado un 'Brexit' diabólico. O el pueblo es sabio, o es lerdo. Si es lerdo, la democracia sería injustificable. Si es sabio, ¿hay que dar por buenas decisiones que patentemente chirrían? Con ello apuntamos al verdadero problema: que el pueblo a veces acierta y a veces yerra, no tiene infalibilidad papal, por lo que la democracia es un sistema más digno que seguro, y necesita una fuerte dosis de autocrítica para minimizar la probabilidad de error colectivo.
El censo de Cantabria puede contemplar sus sucesivas autofotos en este siglo y practicar esa autocrítica. Si a finales del siglo pasado se había confiado a una coalición PP-PRC, pronto cambió a dos mandatos progresistas, al término de los cuales habían sonado todas las sirenas de alarma y se produjo el espectrograma del 'corrimiento al azul', con una mayoría absoluta del PP que, sin embargo, tampoco cuajó, y dio lugar al retorno de la coalición progresista, esta vez modulada por fuerzas emergentes de conducta estocástica (si quisiera incordiarlos, habría elegido otro adjetivo).
La autofoto suele ser, con excepción de la producida en 2007 en la cresta de una insostenible prosperidad inducida por el crédito fácil de la Eurozona, la de un censo cántabro insatisfecho y no convencido. En el juego de debilidades originado en dicho estado de ánimo, el regionalismo ha sido hábil sarruján en la guarda de sus pastizales, pero en 2015 no hubo más regionalistas que en 2011, sino menos.
La insatisfacción se satisfizo con otras alternativas que olían a 'Nenuco'. La pregunta para 2019 es qué autofoto nos haremos como censo electoral, lo que en gran parte vendrá de si hemos extraído alguna lección de la secuencia total de 'selfies'. Empieza hoy el curso a cuyo término será el examen.
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