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Llegada la hora del recreo, los niños de Ampuero salieron ayer a jugar al patio del colegio Miguel Primo de Rivera como si el día anterior no hubiera pasado nada. Como si no hubiera existido la tremenda riada que 24 horas antes había anegado medio pueblo ... bajo más de un metro de agua. Fue el mejor reflejo de la velocidad con que la gente recuperó la normalidad. «El Asón es pequeño, pero baja con tanta fuerza del monte que al final vamos a estar así siempre. Hemos tenido muchas de estas en las últimas décadas, y yo vivo aquí desde hace 52 años. Por eso, de algún modo, parece que todo el mundo está acostumbrado a que pase», resumió Juan, uno de los vecinos más veteranos, que tras el aguacero aprovechó ayer la salida del sol para darse una vuelta por el pueblo y hacer balance de daños.
Calles cubiertas por una gruesa capa de barro; bomberos fregando -literalmente- las aceras y cargando las toneladas de porquería en tractores; vecinos, escoba en mano, afanados en desaguar los garajes afectados y comercios limpiando los accesos y reparando los motores de frigoríficos y congeladores.
Florentino Cascón- Bar Del Río
Florentino Cascón, que no durmió nada la madrugada del lunes, se fumaba ayer un cigarrillo plácidamente en una barrica de la terraza del bar que regenta en la calle Melchor Torio. «¿Nerviosos? ¿Ansiosos? No. Esto es así y es lo que hay. Hemos tenido varias de estas y siempre pasa lo mismo: no hay organización».
Cascón criticó que en la madrugada del lunes al martes, cuando el río comenzó a desbordarse, nadie avisó a los vecinos de que la situación iba a ponerse fea. «Saben que muchos tenemos negocios en esta zona inundable y no se les ocurrió poner un coche de la Policía Local con las sirenas a dar vueltas por los barrios para despertar a los que iban a tener que lamentar los destrozos».
Él fue uno de los damnificados: «Ahora toca esperar a que venga el seguro y que nos arregle las máquinas porque están para tirar». Las máquinas son los refrigeradores, cargados de género fresco, que tendrá que ir directamente a la basura. «Hoy hemos abierto para lo que es el día a día: los cafés, el pincho, etc. Porque también es cierto que en lo que respecta a lo demás, las pérdidas no han sido tantas».
Sara Fernández- Encargada de Lupa
En el supermercado Lupa parecía un día cualquiera. Suelo resplandeciente, estanterías limpias y llenas de productos, pescado y carne fresca y cámaras refrigerantes al máximo rendimiento. «Todas menos una, que parece que nos está dando algún fallo porque no sabemos si quizá estará averiada». Fue la única secuela, según la responsable del local, Sara Fernández, que dejó el día anterior una riada que llegó a cubrir el local de medio metro de agua.
«En lo que respecta a lo humano, nosotras lo que sí tenemos es un cansancio tremendo. Porque imagínate. Hemos estado sin parar ayer desde muy temprano y hasta las nueve de la noche y hoy por la mañana ya estábamos de nuevo operativas», contó Fernández. El cliente respondió con ansia. El día anterior muchos tuvieron que darse la vuelta al ver el establecimiento cerrado y ayer acudieron en masa. «Estamos en unas fechas en que todo el mundo está haciendo despensa para la Navidad y no podemos parar».
En otros casos, el parón resultó inevitable. En la peluquería Dedavid, terminaban ayer de recolocar todos los sillones, los muebles, los calefactores y demás mobiliario que tuvieron que retirar el día anterior a toda prisa, cuando vieron que el agua se les venía encima. «Hemos salvado la mayor parte; aunque hay daños que no podemos solucionar», lamentó David Sánchez, el propietario. «Hay muebles de madera que se van a hinchar y no sabemos cómo van a quedar, y cosas, productos y demás, que se han echado a perder. Vamos a dar parte al seguro y a esperar a que declaren esto zona catastrófica y nos reparen un poco lo que hemos perdido los que hemos sufrido lo peor de este temporal».
David Sánchez - Dedavid peluqueros
Más han perdido algunas empresas del polígono industrial de Marrón. Allí, donde el día anterior el agua había subido hasta los retrovisores de las furgonetas estacionadas al lado, los bomberos se esforzaban por bombear el agua que quedaba. Se vieron afectados talleres y otras pequeñas empresas, además de la grande de la zona, Teknia. «Vamos a sacar el agua que queda. La estamos bombeando a un prado que está al lado del río», informó Fernando Castanedo, jefe de bomberos de Laredo. «Luego habrá que limpiar todo el barro y sedimentos que hay por todas partes». Un trabajo que fueron avanzando los vecinos de la urbanización adyacente al polígono y que está presidida por un cartel Residencial Virgen Niña. Los más castigados por el temporal han sido los vecinos cuyos garajes estaban en un nivel más inferior, a pocos metros del río. Allí el agua entró al menos hasta cubrir unos cuarenta centímetros. Los suelos están embarrados y los trastos, los que pueden salvarse, tienen que pasar primero por la manguera. «Aquí hay que buscarse la vida porque está claro que nadie va a venir a ayudarnos», denunció José Ignacio Artabe, que iba ayer acumulando una montaña de cosas para tirar a la basura. «No esperamos ayudas económicas. Ya sabemos lo que pasa en estos casos. ¿Ves todo esto?» señaló alrededor, en una urbanización cuyas calles estaban hasta arriba de suciedad. «Nadie ha venido a limpiar todo este barro. Se va a quedar duro y luego va a ser peor. Pero nadie parece acordarse de nosotros».
Al menos sí lo hace la panadera. María Luisa Santamaría, de la panadería Hermanos Ortiz, llegó para repartir las barras recién hechas por la zona «Estamos todo el día por todo el pueblo. Lo hacemos desde que estalló la pandemia y hoy vuelve a ser necesario», relató.
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