Álvaro Porres (Santander, 1979) vive pegado al mar desde bien pequeño, cuando su madre le llevaba a él y a su hermano Francisco (Kiko) a pescar a La Machina (Puertochico) «con unas pequeñas cañas». Ha pescado tanto (tiene varios campeonatos nacionales e internacionales ganados) que « ... ya no tengo muchas ganas. Aunque me divierte pescar lubinas haciendo 'spinning' (lance ligero) en la bahía». Ha recuperado junto a su hermano uno de los oficios más antiguos y ya extinguidos de la bahía santanderina, el de la reparación de botes de madera, de manera artesanal, a través de la técnica de los carpinteros de rivera, de la que su hermano es el artista. La delicadeza, buen gusto y paciencia caracterizan el trabajo de estos dos hermanos, que empezaron con una tienda de material de pesca. Pero la artesanía se mezcla en esta empresa –'Pesca Porres', en la calle La Unión, 7– con las nuevas tecnologías. Tras quince años conviviendo con cañas, carretes, sedales... «vimos una oportunidad para diseñar artículos de pesca que no existen en el mercado. Los prototipos se fabrican en EE UU y Japón. Una vez probados, se venden on line». La ilusión de ambos: que vuelvan a la bahía los botes que están guardados en naves y garajes. «Por 100 o 150 euros, lo guardamos y mantenemos durante el invierno. Deben de volver al agua».
–¿Cuál es la historia de los botes de madera de la bahía?
–Su época de mayor esplendor fueron los años 50, cuando había tres astilleros que los construían: el Pompeyo, en la zona de San Martín; el de los hermanos Ruiz, en Pontejos; y en Pedreña había un carpintero que se llama Pepín, que ya está muy mayor. Con él se morirá una parte de la historia de la bahía. Construían los barcos con madera de pino para mariscadores y pescadores. Su tamaño variaba entre los tres y los cinco metros. Muchos de estos son los que se ven ahora. A los adinerados se los hacían con maderas nobles de caoba o de teka. La bahía estaba llena de estos botes y se amarraban en los pantalanes de Puertochico. Podía haber unos doscientos barcos y botes pescando un día normal. La pena es que se ha perdido la tradición del oficio de carpintero de ribera. Solo está mi hermano. Ya no queda nadie.
–¿Dada la actual situación, sin astilleros ni restauradores, qué os llevó a apostar por ello?
–Primero, la calidad de los trabajos de mi hermano, aunque en el inicio de nuestro negocio, no pensamos en ello. Cuando terminé Bachiller, creé con mi hermano y mi cuñada la empresa 'Pesca Porres', epecializada en material de pesca. Durante quince años trabajamos en ello. Un día, hace cinco años, tomando una caña en el bar El Cocinero, en la calle La Unión, nos dimos cuenta de que un garaje de reparación de coches estaba cerrado por enfermedad del dueño. Se nos abrieron los ojos, porque hay un gran problema para poder reparar los barcos en Santander. Ya no hay rampas dónde hacerlo. Así abrimos este lugar. La parte de arriba, dedicada al diseño de artículos de pesca, y la de abajo, para la restauración de botes de madera y fibra.
Una vida vinculada a la pesca
Tras terminar Bachillerato en el colegio José María Pereda, de Santander, emprendió su primera aventura empresarial, con su hermano Francisco y su cuñada Virginia Lantero, con quienes montó una tienda de utensilios de Pesca en Reina Victoria, 1, que evolucionó en la nave de reparaciones de botes de la calle La Unión. La pesca le ha acompañado toda su vida. Fue campeón de España de embarcación fondeada en seis ocasiones y del mundo en el año 2005. Ahora, esta afición y su trabajo al frente de la tienda le han llevado a cubrir un nicho del que nadie se encargaba, diseñando material de pesca 'ad hoc' para las circunstancias del momento.
–¿Ve futuro en la recuperación de este oficio?
–Por sí solo, el trabajo de carpintero de ribera aún no es rentable. Nuestra mayor ilusión sería construir barcos, pero uno de los principales problemas que hay es la falta de apoyo, tanto público como de las entidades financieras. En este tiempo, a nosotros sólo nos ha apoyado Sogarca, como fondo de garantía, y la Caixa. El resto, nada, incluidos el Ayuntamiento de Santander y el Gobierno regional. Es más, durante los meses de julio y agosto es imposible acceder a la rampa de los prácticos (en Puertochico) porque está llena de veleros del CEAR de Vela. Hemos hablado con ellos, con la Autoridad Portuaria, que se ocupa de su mantenimiento, y ni caso. Y eso que es un lugar público, de todos.
–¿Y en este momento, hacia dónde van ustedes?
–Seguimos la demanda del mercado. Estamos a punto de abrir un nuevo espacio, en el Barrio Pesquero, para el almacenamiento o guardería de barcos de hasta ocho metros. La idea es que un bote de cinco metros pague 50 euros, por ejemplo. Que no sea algo elitista.
–¿Cómo se relaciona Santander con su bahía?
–Gracias a la acción de saneamiento del exalcalde Gonzalo Piñeiro, la vida volvió la bahía. Sin embargo, a pesar de tener una de las más bonitas del mundo, solo se puede disfrutar una parte, un cuarto de la misma. Invertimos millones de euros en unos espigones en la playa de La Magdalena, que sólo nos proporcionan un poco de arena para el disfrute de apenas tres meses al año, pero mantenemos cerrado el Barrio Pesquero y San Martín, donde se debería de hacer una rehabilitación como la de Lisboa, dedicada al ocio. Es una pena la inacción de los distintos gobiernos.
–Su empresa combina uno de los oficios más tradicionales con las nuevas tecnologías.
–Compaginamos la restauración de botes con el desarrollo y diseño de artículos de pesca que no existen en el mercado. Hacemos cañas, por ejemplo, para la complicada pesca en el Estrecho de atún rojo (de 400 a 500 kilos), además de mejorar carretes o líneas de pescar. Los quince años que estuve en la tienda de Reina Victoria me sirvieron para detectar todas las deficiencias del mercado. Ahora creamos utensilios de pesca a demanda.
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