Borrar
Nuestro compañero y fotógrafo Antonio San Emeterio, 'Sane' para todos, tendiendo la ropa desde una de las ventanas de su casa.
Oda a un balcón-terraza

Oda a un balcón-terraza

MESA DE REDACCIÓN ·

Teresa Cobo

Santander

Jueves, 9 de abril 2020

¿Han pensado dónde van a pasar este puente? No crean que bromeo, aunque en los chats de El Diario lo hacemos a menudo, sobre todo en el de diseño, que es el que soporta mayor intensidad de tráfico. Jugamos a que estamos en la Redacción y no cada uno aislado en su vivienda. «Marc, pinta unos breves en la página nueve». «Voooy. Dile a Mariana que la cierre». «Vale. ¡Mariananaaaaaa!». «Merche, ¿puedes arreglar el friso de portada?». No contesta. «¿Meeerrrcheee?». Sin respuesta. «¡Venga, Merche, que me tengo que ir a casa!». «Estaba ajustando las cifras, ya la tienes. ¿Te saco una copia en color?». «Gracias. Voy para la impresora!». «Ya he metido el gráfico. Mañana más», se despide David. «Ahora al bar a tomarte unas cañitas, que te lo has ganado». Y así amenizamos la tarea. Y es sólo la parte confesable. Una puede irse de la lengua, pero no hasta el punto de no retorno.

Lo preguntaba en serio. ¿Adónde van a ir esta Semana Santa? Yo ya lo tengo todo planeado. Hay un rincón del que guardo muy buenos recuerdos. No he vuelto a estar allí, salvo de paso, desde hace años, y he decidido volver mañana. ¿Multas? No me van a pillar. No hay vigilancia en el trayecto. Ese lugar está a la vuelta de la esquina de mi balcón. Un trozo de fachada que se retranquea y forma un hueco resguardado. Ahí solía encajar la hamaca en los días ventosos tan frecuentes en Santander, cuando necesitaba tomar el sol por prescripción facultativa. Y ahora quiero regresar a ese remanso. Hasta tiene una ventana que da al salón.

Ya saben que a veces lo mejor del viaje está en el camino. Así que he elegido con esmero el itinerario. Descartado lo de saltar a las bravas por la ventana con muletas. Lo he pensado, por darle emoción, pero no es un viaje-aventura. En lugar de salir por la puerta del salón lo haré por la de la cocina. Así el recorrido será más largo. Incluso he programado alguna parada. Igual cargo con el trípode para tomar unas fotografías de paisajes, que tengo descuidada esa afición, no sé por qué. Lo que lamento es tener tan pelada la terraza. Como el programa habitual era todo el santo día en el trabajo y huida al monte los fines de semana, pues nada: ni una triste maceta, y la mesa y las sillas de exterior, en el pueblo, que era un engorro limpiarlas. Algunos vecinos han creado un pequeño vergel y en cambio mi terraza no dice nada de mí, al menos nada bueno. De haberme tomado la molestia, ahora tendría un destino de Semana Santa mucho más exótico.

No me quejo. Mi piso está rodeado de un exceso de ciudad, en un entorno fabril y comercial, limitado por autovías y vías de ferrocarril, pero acabaré por dedicar una oda a este balcón-terraza que da la vuelta a la fachada. No me digan que ustedes no pueden buscar un destino de Semana Santa. En los pisos de sesenta metros sin balcón, alguna esquinita habrá menos explotada o tuneable, o un tiesto que resucitar en el alféizar. Y los que tienen azotea, jardín, patio, desván, trastero, caseta de aperos... ¿De qué se quejan? ¡Vamos! Imaginación. Y, si no, siempre podemos apañarnos con lo que les dije: nada de pensar en lo que nos falta, vamos a añorar lo que tenemos. Aunque no se lo crean, volveremos a echar mucho de menos nuestras casas.

Como me van a pitar los oídos después de esa última frase, voy con un ejemplo. Me dirijo a vosotros, colegas de El Diario, que suspiráis por volver a la sacrosanta Redacción. Acordaos de esas mañanas con las capuchas y las mantas puestas porque no había forma de domar ese aire que es de todo menos acondicionado. Nunca sopla a gusto de todos. ¿Y aquellas tórridas tardes en las que la Redacción parecía un videoclip con cabelleras impulsadas hacia atrás por esos ventiladores individuales que giraban a pleno rendimiento?

¿Y esos momentos en los que intentabas completar una sola frase en la portada, una, y era imposible porque cada dos o tres minutos venía alguien con su duda, su queja, su problema, su idea, su protesta, su cuita, su propuesta...? Con el sexto que llegaba ya no podías disimular. A la séptima le ponías cara de sota de bastos. Al noveno, el pobre, él qué sabía, lo mirabas como para fulminarlo. Y ya, con la undécima visita, tu cerebro te la jugaba con pensamientos impuros: «¡No vendrá un cataclismo que nos encierre a cada uno en nuestras casas!». ¡Puffff! Yo ya estoy deseando volver a la mía y aún no la he dejado. Me planteo incluso aplazar el viaje al hueco de la fachada en el balcón.

Todas nuestras Mesas de Redacción

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

eldiariomontanes Oda a un balcón-terraza