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«Es una barbaridad que niñas con trastornos de alimentación, como la anorexia, tengan ocho meses de lista de espera, siendo incluso casos preferentes». Es la realidad a la que se enfrentan los menores de 15 años derivados a las Unidades de Infanto-Juvenil del ... Servicio Cántabro de Salud (SCS), donde los profesionales llevan meses denunciando que «no dan abasto» desde que se jubiló uno de sus compañeros, sin que se haya cubierto su plaza año y medio después. Y la crítica se ha vuelto a escuchar en el marco de las jornadas organizadas esta semana en Valdecilla por la Asociación para la Defensa de la Atención a la Anorexia Nerviosa (Adaner), donde se buscaba potenciar la prevención y la detección precoz para intervenir antes de que la enfermedad se arraigue en la vida de quienes la sufren.
«Pero no tiene sentido hablar de prevención en los colegios y de una derivación temprana desde los centros de salud -dos de las cuestiones en las que se ha hecho hincapié en este foro- si no se dotan las unidades de salud mental con suficiente personal», subraya la presidenta de Adaner, Carmen Grandas. Una reflexión en la que coincide la psiquiatra Jana González, miembro del equipo de infanto-juvenil de Santander, que llama la atención sobre las consecuencias de esta demora acumulada: «Está demostrado que cuanto más tardamos en intervenir a estas niñas mayor es el riesgo de que esos trastornos se cronifiquen y el pronóstico empeore». De ahí que ambas admitan su «profunda preocupación», a la espera de que la Consejería de Salud tome cartas en el asunto y traduzca a hechos lo que hasta ahora sólo han sido buenas intenciones que se han quedado en anuncios.
205 casos nuevos
registró la Unidad de Trastornos de Alimentación de Valdecilla en 2022
«Cada vez vamos a ver más casos en menores de 15 años y encima la cobertura que podemos ofrecer será cada vez peor», lamenta González, que destaca que «ya estamos viendo en consulta niñas de 10 y 11 años, que ni siquiera tienen la regla, pero cuyo nivel de autoexigencia y perfeccionismo les lleva a obsesionarse con la comida y a caer en trastornos alimentarios». Es más, si antes el pico de edad con mayor incidencia eran los 15-16 años, en los últimos años ha bajado a los 13-14 años. Lo que se traduce en más volumen de derivaciones a la red de infanto-juvenil, donde está el gran atasco.
Porque por encima de los 15 años el circuito es distinto: las pacientes se derivan directamente a la Unidad de Trastornos de la Conducta Alimentaria (UTCA) de Valdecilla, donde «sólo en 2022 se atendieron 205 casos nuevos (sin contar todas las consultas ambulatorias de seguimiento y las recaídas), el doble que en 2010», datos que aporta el psiquiatra Andrés Gómez del Barrio, coordinador de la UTCA, que resalta el salto «desde 2018, cuando registramos 130 casos nuevos». Al hospital también llegan los negativos efectos de esas dificultades de acceso a tratamiento a edades inferiores, lo que implica ingresos más largos y complicaciones.
Detectar riesgos en los colegios y reforzar los hábitos saludables El refuerzo de la Red Cántabra de Escuelas Promotoras de Salud figura dentro de la estrategia de Educación, como explicó el consejero en la inauguración de las jornadas de Adaner. En su intervención, Sergio Silva dijo que «somos muy conscientes de esa responsabilidad que tenemos como detectores de muchas conductas de riesgo». Riesgos a veces ligados al uso de las redes sociales que ofrecen «imágenes estereotipadas», influyendo en la manera de comportarse y también de alimentarse. Aunque destacó que hay iniciativas encaminadas a prevenir estos trastornos, admitió que «todavía hay mucho margen de mejora», como el programa de enfermería escolar en ciernes.
«Después de la pandemia, hubo un repunte generalizado de trastornos alimentarios en todo el mundo (y no todo es anorexia y bulimia, hablamos también de comedores selectivos, de atracones...) y este año parece que esa tendencia se mantiene», explica Gómez del Barrio.
En estas jornadas se buscaba «reflexionar sobre cómo trabajar de cara al futuro. Un futuro que pasa por ofrecer un tratamiento cercano y con protocolos flexibles; por la detección precoz, con la ayuda de los colegios y los pediatras, y con una buena coordinación entre la Atención Primaria (donde mejor se detectan las señales de alarma) y la Especializada para evitar el deambular de nuestras pacientes y el retraso del tratamiento que necesitan». Pero, al igual que González, añade que «si invertimos en detección, que es lo ideal para favorecer la recuperación de estas jóvenes, hay que hacerlo también en intervención, porque no tenemos los recursos suficientes para atender de forma eficiente, lo que nos está llevando a priorizar, a tener qué elegir en quién nos centramos antes», lamenta el psiquiatra.
«En Cantabria somos los profesionales de Atención Primaria los que detectamos casi el 90% de los casos de trastornos de conducta de alimentación, y eso pese a la falta de personal y de medios, y a tener las consultas saturadas», sostiene el médico Antonio Martínez, que también intervino como ponente en el foro. «Nuestra especialidad es la Medicina Familiar y Comunitaria, que incluye la prevención de la enfermedad y la promoción de la salud, algo que hemos relegado porque casi todo nuestro tiempo nos lo ocupa la enfermedad ya instaurada. Y en patologías como los trastornos de alimentación, complejas, desencadenadas por múltiples factores y en población que acude poco a consultas y con escasa conciencia de enfermedad, se precisa tener un alto nivel de confianza y un tiempo suficiente de consulta», reivindica.
Desde Adaner, Carmen Grandas pide a las familias que estén atentas a las señales de alerta -«Si notan que sus hijos se aíslan, están tristes, bajan el rendimiento escolar, pierden peso...»- para buscar soluciones lo antes posible.
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