Los locales de hostelería de los núcleos rurales de Cantabria que no han sucumbido a la crisis afrontan las limitaciones impuestas por la pandemia volcados en seguir ofreciendo un servicio básico para los vecinos y en mantener el negocio a flote
Son mucho más que bares o restaurantes, en algunos casos se trata de los únicos lugares de encuentro, en los que hablar y disfrutar de un café, un vino, una cerveza o incluso un buen potaje, de los núcleos rurales de Cantabria. Desde hace meses, tras el inicio de la pandemia del covid, y ahora con el mantenimiento de las restricciones a la hostelería y en pleno invierno –uno de los más fríos de los últimos años–, muchos de estos negocios han cerrado sus puertas y los que las mantienen abiertas tratan de hacer frente a una situación totalmente cambiante y muy anómala.
Sus propietarios insisten en tratar de mantener el servicio abierto por sus vecinos, a pesar del desafío que supone disponer sólo de las terrazas, espacios que concentran su actividad justo antes de la hora de la comida y de la cena, pero que en la mayoría de las ocasiones, y especialmente este mes de enero, rara vez suelen cubrir aforo.
Los establecimientos hosteleros de las zonas más rurales de Cantabria, tanto las más turísticas como las que apenas reciben visitantes, cumplen a rajatabla con las medidas impuestas por Sanidad, pero no comparten la decisión de no poder utilizar los interiores, aunque sea con una limitación del 50%, pues «la hostelería no es el problema», señalan, y además el número de clientes y usuarios es muy reducido en su caso.
Con todo, los propietarios de estos establecimientos hosteleros han tirado de ingenio en los últimos meses para tratar de sacar a flote sus negocios. Algunos ofrecen servicios que antes de la pandemia no se habían planteado, como la comida para llevar, y otros han instalado carpas e incluso han recurrido a espacios desocupados para utilizarlos a modo de terrazas.
Con todo, los gastos siguen muy presentes y las ayudas que reciben, que no son muchas, no llegan en la mayoría de los casos para cubrirlos. Por eso, el mantenimiento de estos servicios para sus propios vecinos es una cuestión de resistencia, de amor propio y de esperanza en que la situación mejore en los próximos meses y que se pueda llegar a revertir.
Lucy Galvis | El Fogón de Pesquera (Pesquera)
«No poder utilizar el interior del bar y el frío me está dejando sin clientes»
El pequeño municipio campurriano de Pesquera tiene dos bares, uno en el barrio de Ventorrillo, El Mesón, y otro en el núcleo principal, junto a la bolera. Se trata este último de El Fogón de Pesquera, el negocio que Lucy Galvis tiene alquilado desde hace año y medio y que trata de mantener a pesar de las restricciones impuestas por el avance de la pandemia de covid-19. «De nada sirve tener un toldo e incluso un fuego para calentarse, la gente no quiere venir a pasar frío. Apenas tengo cinco clientes cuando abro y no puedo servir comidas, ni puedo utilizar el interior para atender a la gente. Antes este era mi trabajo, venía de miércoles a domingo, mañana y tarde. Ahora, lo hago de miércoles a domingo, y de 19.00 a 21.30 horas. No poder utilizar el interior del bar y el frío me está dejando sin clientes», comenta.
Los vecinos son los que más lamentan esta situación, pues se trata de un «espacio de encuentro, un lugar para hablar y en el que poder disfrutar de un partido de fútbol». «Si la situación de por sí ya era difícil, el confinamiento perimetral de los municipios impidió el desplazamiento de otros posibles clientes de San Miguel de Aguayo o de Santiurde de Reinosa. Son medidas pensadas para grandes municipios, que chocan en el caso de los más pequeños, como es Pesquera, con menos de 80 vecinos censados», señala el pesquerano Luis Portillo.
«Ahora mismo, mantener el bar abierto me está generando hasta pérdidas, los gastos hay que cubrirlos también y las cuentas las tengo a cero. Mi intención es mantener el negocio todo lo que pueda. Pienso que debo aguantar y espero a que en algún momento mejore la situación. De todas formas, si esto no cambia para el verano me veré obligada a cerrar y buscar otras opciones de trabajo, como ya he estado haciendo en los últimos meses».
«Yo no entiendo porque no dejan que los bares tengan una ocupación del 50% en su interior. No creo que la hostelería seamos el problema», afirma la dueña.
Informa, Ernesto Sardina.
Merche Maza | Hoyo Masayo (Riva, Ruesga)
«Los clientes están aquí al pie del cañón con chaqueta y bufanda y les estoy muy agradecida»
Con el interior del bar precintado, a Merche Maza le ha dado la vida la pequeña terraza cubierta que tiene y que ha acondicionado para mitigar el viento y las inclemencias del tiempo, «porque si no, cuéntame tú con las temperaturas que tenemos en este valle». Pero no sólo ha sido una tabla de salvación para ella, sino también para los vecinos de Riva, que hallan en el Hoyo Masayo el punto de encuentro y reunión para socializar con los amigos del pueblo y hacer la tertulia. «Aquí siempre vienen, se reúnen al mediodía y luego un poco por la tarde, porque es lo único que hay», comenta Merche, que asegura que los clientes de todos los días son «como una familia».
Es el único del bar del pueblo y la única actividad de ocio para desconectar de los quehaceres diarios que tienen los ciudadanos de esta localidad de Ruesga, y de otros pueblos cercanos que ya han visto cerrar algunos de sus bares en estos tiempos inciertos para los hosteleros, el sector más golpeado por la pandemia.
El local se encuentra junto a la plaza del pueblo y en la carretera que une Arredondo y Ramales, y siendo zona de paso, es aquí donde más se ha notado el descenso de clientes, algunos de ellos turistas, sobre todo después del verano. «Si van al Asón tienen que subir, si van a Alisas tienen que pasar y al final estamos en medio y es un punto de paso, y si la gente no se mueve... aquí estamos aguantando como podemos».
Los que sostienen los pilares del negocio son ahora los clientes del pueblo y los alrededores. Merche se emociona agradeciendo a los vecinos su fidelidad, que aguantan el frío y el viento, mientras toman el blanco en la terraza. «Aquí están al pie del cañón con chaqueta y bufanda y les estoy muy agradecida».
La venta de un pequeño surtido de productos básicos en el Hoyo Masayo, como aceite o leche, también ahorra algún viaje a Ramales a los vecinos, que en estos tiempos de pandemia es de agradecer.
Informa, Irene Bajo.
Ana Díez | Posada de Cucayo (Cucayo, Vega de Liébana)
«Los vecinos vienen al mediodía para tomar el blanco y contar las incidencias de la jornada»
La nieve aún cubre los tejados y calles de la localidad de Cucayo (Vega de Liébana), uno de los pueblos más altos de la comarca (936 m.), donde actualmente viven 22 habitantes.
El bar de la Posada de Cucayo se encuentra a la entrada del núcleo rural, donde un porche junto al aparcamiento sirve de terraza cubierta para que vecinos y turistas puedan disfrutar de un momento de descanso y tertulia, tomando un blanco o un café.
En el año 1974, Desiderio y Luisa, padres de los responsables del establecimiento hostelero, abrieron un bar muy cerca del lugar en el que se ubica el actual. Desde entonces, el pueblo siempre ha contado con un lugar donde reunirse los vecinos y poder tomar algo.
La pandemia también ha afectado al actual establecimiento, regentado por los hermanos Tina, Ana, Luisina y Alberto, que además cuenta con doce habitaciones. Tina Díez, reconoce que «ha sido un año duro, que ha supuesto muchas restructuraciones e incertidumbre, a pesar de que el verano fue muy bueno, y ahora ya tenemos la vista puesta en Semana Santa, a ver si mejora la situación».
Con respecto a la terraza abierta en la actualidad, su hermana Ana subraya que «los vecinos acuden siempre al mediodía para tomar el blanco y contar las incidencias de la jornada, y algunos vienen a tomar el café después de comer. El bar es el centro de ocio y de tertulia del pueblo». «Los fines de semana son los días que tenemos más movimiento, ya que además de los vecinos, contamos con turistas, que ahora acuden mucho a realizar esquí de travesía en la zona», añade. En estos días de invierno y para paliar el frío, Ana comenta que «hemos instalado un panel en un lateral de la terraza, para evitar el viento, y colocado una estufa de butano para que los clientes se puedan calentar». Todo lo que sea necesario para que los vecinos se encuentren a gusto y con seguridad en su lugar de reunión.
Informa, Pedro Álvarez.
Vanesa Gutiérrez | Casa Manolito (Lamiña, Ruente)
«Seguimos abiertos porque los vecinos de otro modo no tienen dónde reunirse»
Hace sol y los clientes del bar Casa Manolito, en Lamiña (Ruente), disfrutan del aperitivo fuera del local. Huele a potaje y a bar de pueblo. Casa Manolito es el único establecimiento de hostelería que hay en Lamiña. Está abierto –de puertas hacia fuera– y la propietaria, Vanesa Gutiérrez, ha decidido construir una terraza en el exterior. «Nosotros nunca hemos tenido terraza, pero tal y como están las cosas no nos queda más remedio que construirla si queremos seguir abiertos, así que mira, estamos en obras en plena pandemia», explica en el interior del local, frente a una agradable chimenea que hace que apetezca más entrar que salir. Mientras, ha improvisado una especie de terraza en el patio de una casa abandonada frente al bar. Tres vecinos se toman una caña, con medio cuerpo al sol y otro medio a la sombra. «¿Has visto?», pregunta Vanesa, «como no vive nadie se nos ocurrió colocar algunas mesas y sillas». Y si llueve, no se mojan. Durante un tiempo, contaron con una carpa que les prestó el Ayuntamiento, «pero con el viento no aguantó mucho», explica la joven propietaria.
En este alto de Ruente todo es tranquilidad y sosiego. Se conocen unos a otros y el bar es el abrigo que protege a los vecinos de la soledad del coronavirus. «Hemos mantenido el local abierto porque al final es un lugar de reunión y aquí en el valle de Cabuérniga casi todos los bares y restaurantes están cerrados, por lo que la gente no tiene a dónde ir», relata Vanesa. Antes del covid, «venía gente de fuera, sobre todo los fines de semana», pero ahora ya no tanto. A pesar de todo, los sábados y los domingos se puede disfrutar de un menú en la terraza y hay un plato que siempre se ofrece, «el cocido, que aquí en los pueblos nunca falta». En la nueva terraza habrá toldos y estará resguardada del frío. El olor a potaje llega hasta la calle y a vaces algún vecino se olvida hasta de que no se puede entrar al interior, aunque el bar sea un poco como la casa de todos.
Informa, Lucía Alcolea.
Fran Gorostiza | La Balbina (San Román, Santa María de Cayón)
«Nos falta mucha gente mayor que no viene por el fríoy el covid, pero resistimos»
Menos de dos años lleva el bar La Balbina de San Román de Cayón con sus puertas abiertas, y ya le están pidiendo que saque pecho y resista contra viento y pandemia. «Los bares siempre han funcionado, mal o bien, pero han funcionado, lo que pasa es que nosotros acabábamos de empezar», explica Fran Gorostiza, mientras su hermana, Ana, añade que «no teníamos músculo para luchar contra lo que ha venido». Pero ahí están, «intentando salir adelante con los medios que tenemos», con el papel de ser el último bar del pueblo y, por ende, siendo el punto de reunión de los vecinos.
Los de San Román ya saben lo que es vivir sin bar. Fue hace dos años, tras el fallecimiento de la propietaria de Casa Loli, la única barra que quedaba abierta en la que tomar algo. Y una vez que desapareció, todo «era un aburrimiento», resume de aquel panorama uno de los parroquianos, José María Revuelta. De hecho, lo echaban tanto en falta que la asociación Riguraos del pueblo abrió los domingos su local para tomar un blanco y ver el fútbol. Pero eso fue hasta que echó a andar La Balbina, «no les íbamos a hacer la competencia», dice Ciani Ceballos, presidenta de la asociación.
El punto de encuentro se trasladó al nuevo negocio, y qué falta hacía. «Antes en los pueblos nos encontrábamos en las labores del campo, ahora si no hay un bar no nos vemos», recuerda Facundo Liaño, mientras su vecino José María valora que «esto, con todo lo que tenemos con el covid, es un oasis». Aun con todo, los dueños, Fran y Ana, han notado que muchos asiduos han dejado de ir por precaución, sobre todo los mayores. Así que han tenido que ser originales, y por ello añadieron cocina hace unos meses y ahora ofrecen hamburguesas y pizzas.
Informa, Héctor Ruiz.
Jorge Vega | Casa Miguel (Quintanilla, Lamasón)
«Desde que comenzó la pandemia aquí no se ha vuelto a cantar»
El bar-restaurante Casa Miguel de Quintanilla no es solo el único bar de este pequeño pueblo de 60 vecinos, sino que desde hace ya bastantes años no hay otro en todo el municipio de Lamasón, lo que puede dar idea de lo que supone para los apenas 270 habitantes de todo el valle.
Sin embargo, y a pesar de las restricciones establecidas y de que hay días que sus clientes se pueden llegar a contar con los dedos de una mano, Casa Miguel se mantiene abierto como lo ha estado todos los días desde hace 92 años, cuando Miguel Ruiz lo inauguró.
En la actualidad es su nieto Jorge Vega el que ha cogido el testigo de su madre Carmina y junto a su hermana mantiene el negocio a flote «aunque en estas condiciones nada más que nos da pérdidas, no nos llega ni para la luz, hay días que podemos servir tres blancos, unos cafés y una cerveza. Es lo que hay, pero aquí estamos como hemos hecho toda la vida», señala Jorge. Cumpliendo con todas las normas, cuenta con una terraza en la que tenían una carpa que el viento destrozó, por lo que están a la espera de recibir otra nueva. Lejos quedan los días en los que clientes habituales que se mantienen fieles, como Leopoldo Camarero o José Antonio Salas, disfrutaban en el interior de Casa Miguel de la alegría compartida que aflora con las canciones populares. «Porque este es un valle de grandes cantores», recuerdan, nombrando a los hermanos Agüeros, a Álvaro Fernández o a Luis Ángel Agüeros. «Desde que comenzó la pandemia aquí no se ha vuelto a cantar», lamentan.
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