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Casualmente estoy leyendo una interesante colección de nueve ensayos que Arthur C. Danto, filósofo neoyorquino fallecido en 2013, escribió bajo un título que podríamos traducir ... como ‘La inhabilitación filosófica del arte’. Y en estas me ha pillado en ‘modo arte’ la polémica de la semana: la retirada por Ifema en la Feria Arco de una composición que representaba independentistas catalanes y vascos como «presos políticos». Afortunadamente, salió el ministro de Cultura (de momento también conseller de Cultura de la Generalitat) a desautorizar esa censura impropia de nuestra democracia. También el ‘Fernando VII’ de Goya en el chamuscado museo municipal de Santander era una obra de intención política encargada por el Ayuntamiento al término de la Guerra de la Independencia. La heroica presentación del patán borbónico no es menos políticamente dudosa que la heroica presentación de los independentistas: al final uno y otros se pasaron por otro ‘arco’ la correspondiente Constitución.
Danto recuerda que el ‘Guernica’ picassiano, que él vio muchas veces en el MoMA de Nueva York, fue inicialmente una obra de propaganda política. Y resulta inolvidable la serie de cuadros publicitarios que Rubens tiene en el Louvre narrando la historia de la reina María de Médicis. Es decir: que el tema sea propagandístico o de posición política no impide que estemos ante una obra de arte (que puede gustar o no por muchas razones).
No tenemos que hacer a los nacionalistas el regalo carísimo de una rebaja de nuestros estándares liberales. Son ellos los que no dejan que otros ni siquiera rotulen sus comercios en castellano. Son ellos los que no permitieron a la oposición debatir enmiendas a leyes que pretendían proclamar nada menos que la independencia de Cataluña. Más importante es garantizar que la televisión de todos los catalanes no manipule la realidad según la cosmovisión de quienes no llegan a la mitad de los votos catalanes. El periodismo público sí tiene esa obligación moral: el arte, no; el arte es otra cosa, libérrima, experimental, sentimental y a su bola.
Hay sujetos que consideran que el derecho a decidir sobre el futuro de España se concentra en el 40% de catalanes o el 10% de vascos que quieren separarse. Y nuestra tarea no es impedir que lo expresen en cuadros, novelas o zarzuelas, sino evitar que lo lleven políticamente a cabo, porque sería un atropello de los derechos de todos los demás, empezando por la mayoría de los catalanes (a quienes ya están causando un daño irreparable con la fuga de empresas que no volverán jamás, mientras Puigdemont se dispone a vivir como un marajá el resto de sus días y la anticapitalista abre una cuenta en Suiza), y de los vascos, cuyo independentismo está en el mínimo histórico, contando desde los visigodos.
Tenemos que distinguir entre las bellas artes, que a veces son feas, pero siguen siendo artes, y las malas artes, que son artimañas dirigidas a torpedear la convivencia. Una ‘fake’ no es admisible en un telediario, pero sí en una exposición, donde está abierta a lecturas incluso opuestas a la intención del autor. La verdadera ley de desconexión es la de la obra respecto del artista. Como esta composición de Ifema se vendió en casi 100.000 euros, ya sabemos que hay separatistas cuya riqueza no anda a la zaga de su caudaloso mal gusto. Pero igual que un feo partido de fútbol en El Sardinero (¡cuántos sufrí en mi juventud!) sigue siendo fútbol, una fea obra de arte sigue siendo arte. Respetémosla y tratemos de mejorar lo que para nosotros es la media, recordando la sabiduría romana: «De gustibus non est disputandum», sobre gustos no discutamos.
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Ana del Castillo
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