

Secciones
Servicios
Destacamos
Si un esquimal viene a España y coge la gripe por primera vez, se asustará y se pondrá en lo peor. Nunca le ha pasado ... y no sabe qué es. Si sólo le dan una pastilla, la próxima vez pensará que, sin ella, puede morir. Esa es la premisa de la que parte el psicólogo cántabro Baltasar Rodero en 'La ansiedad del esquimal' (Arpa, 2025). Lo que le pasa al esquimal es lo que le pasa al cerebro que sufre ansiedad. El 3 de abril presenta su libro en el Ateneo de Santander.
–El primer choque al leer el libro: dice que la ansiedad, a bote pronto, no es algo malo en sí.
–La ansiedad en sí es una emoción, igual que la alegría, el asco, la ira... Como cualquier otra, tiene una respuesta adaptativa. De hecho, la ansiedad nos ayuda. Por ejemplo, ahora mismo, yo seguramente tengo algo de ansiedad porque una entrevista es una situación novedosa y a nuestra mente lo que le gusta es la certeza. Viene a visitarnos cuando, digamos, percibimos una potencial amenaza y tratamos de resolverla con nuestros recursos. Trata de ayudarnos para buscar la mejor salida.
–El problema es pasar ciertos límites. ¿Vivimos en un 'boom' de estos problemas?
–Podríamos decir que sí, que la sociedad de hoy quizás pueda predisponer más a problemas de ansiedad. Para nuestra supervivencia, el cerebro lo que más quiere son situaciones predecibles. En la serie de Cuéntame, en la España de antes, sin entrar en si éramos más o menos felices, todo era más predecible. Nacías en un sitio, te casabas, tenías un trabajo para toda la vida... El ritmo de hoy no tiene nada que ver. Domina, por un lado, la impredecibilidad. Puedes estar aquí, mañana allá, cambiar de trabajo, de pareja... Los hábitos de vida tampoco ayudan. Más sedentarios, con más aislamiento... Y tampoco ayuda el tema tecnológico, estar todo el día sobreestimulado, muy acelerado. O la ansiedad financiera: trabajos precarios, los precios de las casas... Este contexto, como nos genera más impredecibilidad y más inseguridad, nos predispone más.
–Dice, de hecho, que «somos más flojos en lo físico y más miedosos en lo psicológico».
–Lo digo al hilo del ejemplo de la tolerancia al dolor. Antiguamente, sin analgésicos, el dolor no era controlable y, por tanto, era tolerable. No te quedaba otra. Con los analgésicos, yo soy el primero que, cuando noto la molestia, me tomo algo. Nuestra tolerancia es menor, tenemos menos entrenamiento. Y lo que decimos para el dolor, lo podríamos decir para muchas otras incomodidades. El otro día, el gerente de Atención Primaria decía que algunos jóvenes saturaban las consultas, muchas veces con cuestiones un tanto triviales. Inevitablemente, el hedonismo, el bienestar, nos hace más débiles. Precisamente porque nos hace más cómodos. Al estar más cerca de la comodidad nos alejamos de los problemas. ¿Qué ocurre? Pues que en la vida hay problemas y, como estamos menos entrenados, nos desbordamos antes.
–Una frase que se escucha mucho: los jóvenes de ahora no soportan la frustración.
–Es difícil generalizar, claro. Pero el caso de lo que decíamos del dolor sí que es cierto. Y tenemos el tema de la inmediatez. Antiguamente, si tú querías algo, igual mandabas una carta y a saber cuándo llegaba. Ahora es todo dicho y hecho. Esta cultura de la inmediatez fomenta más la intolerancia a la frustración.
–¿Cuánta ansiedad generan esos lemas de postal de felicidad permanente o los que venden que todo sale bien con proponérselo?
–Muchísimo. Eso explica muchísimo malestar. Cuando tú vendes la sociedad de la 'happy-gracia', que tenemos que ser siempre felices, que tengo siempre una solución para ti, el que pica ese anzuelo va a ser siempre un sufridor que está persiguiendo algo que no es posible. Tenemos que ser realistas: en la vida hay imprevistos, problemas, accidentes, muertes... Hay momentos de estar triste, ansioso y alegre. De todos los colores.
–¿Hay mucho vendedor de humo en la psicología?
–Sí, por supuesto. Hay mucho intrusismo, como en casi todas las especialidades. Hay gente desesperada por encontrar una solución y gente dispuesta a aprovecharse de esas personas. Cuando uno sufre está dispuesto a buscar un alivio en cualquier lugar. Y no todos los lugares son recomendables.
–Muchos casos y muchos fármacos. ¿Estamos en el país de 'tómese una pastilla' y para casa?
–Bueno, estamos en el país en el que existe una infraestructura sanitaria pública deficitaria en salud mental. Hablamos de problemas complejos que no pueden tener soluciones sencillas. Requieren de tiempo, acompañamiento, seguimiento... Me pongo en la piel del médico de cabecera que tiene delante a una persona que lo está pasando mal, que no puede hacer vida normal... ¿Qué puede hacer? Está claro que la solución menos mala es pautar un psicofármaco que permita una vida normal para parchear la situación. Pero no es la solución al problema.
–¿Cuánto se reduciría el número de personas medicadas con una buena infraestructura?
–Pensando en esa persona que va a urgencias porque ha tenido un ataque de pánico y, a partir de ahí, va la semana siguiente a su centro de atención primaria, le hacen un tratamiento, se le da información, se le entrena... Posiblemente, el 70% o el 80% de las personas no necesitarían tomar medicación. ¿Debido a qué? A que hemos conseguido una intervención temprana antes de que el cuadro sea crónico. Y conviene dejar claro que el propósito nunca puede ser no tener ataques de pánico. Cualquier persona puede tenerlo. El objetivo es vivirlo como lo que es: algo incómodo, entender lo que pasa. Que estoy hiperventilando, que estoy teniendo sensaciones incómodas, pero que no va a más.
–Y a eso se añade el riesgo de consultar al 'doctor Google'.
–Cuando hemos vivido una experiencia traumática, nuestro cerebro ha cambiado. Una vez que se modifica, porque le has enseñado que ciertas sensaciones son amenazantes, por mucho que trates de racionalizar el cerebro, no va a pasar nada. A pesar de que me digan, 'oye, venga, que no tengas miedo', no responde. Si yo he grabado esa sensación como peligrosa, es peligrosa. Y por mucho que en Google me digan, 'respira suavemente, trata de pensar en las amapolas', al cerebro le va a dar igual. Por eso es tan importante intervenir lo antes posible y entrenarnos en tener esas sensaciones, aunque puede sonar a masoquismo. Enseñar al cerebro con ejercicios que, poco a poco, puede tener estas sensaciones y no pasa nada.
–¿Comprenden al que lo padece los que le rodean?
–Hay de todo. Es importante que la gente trate de entender que el cerebro de esa persona no es el mismo. Supongamos que, tras una experiencia traumática, nos pusieran un casco naranja. Sería más comprensible, igual que si vas con muletas nadie te dice 'que te quedas atrás, corre'. Si tengo algo que no es observable, cuesta más.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Recomendaciones para ti
Favoritos de los suscriptores
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.