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A las siete y media de la mañana el Britannia penetró en la niebla de la bahía, dibujando un perfil nuevo de la ciudad como un enorme barco fantasma, surcando sigiloso y lento el mar hasta Raos, acompañado por un puñado de lanchas curiosas, siguiendo su estela como pequeñas cáscaras de nuez. A esas horas, solo los ciclistas y corredores que peinan el paseo marítimo han sido testigos de la imponente llegada del crucero más grande que ha atracado jamás en Santander.
En el aire de la ciudad flotaban muchas expectativas para la escala de diez horas -nueve, contando el tiempo previo de embarque- de sus 3.662 pasajeros, en su inmensa mayoría británicos.
El Britannia llegó puntual al muelle 5 de Raos, donde ya le esperaba todo un 'ejército', entre personal del Puerto de Santander, de la Policía Portuaria, de la Guardia Civil Fiscal y de Fronteras, y de varios touroperadores para llevar a término toda la maniobra de atraque, desembarque, control y distribución del pasaje en los 16 autobuses que les llevarían a las excursiones previamente pactadas, que contrataron unos 440 de ellos. Tenían para elegir: Un viaje a Comillas -con visita al Palacio de Sobrellano- y posterior paseo por el casco viejo de San Vicente de la Barquera (opción elegida por 104). Había otro combinado de Comillas y cueva de El Soplao (con 28 personas apuntadas); un tercero de Santillana del Mar y neocueva de Altamira (31 personas); Cabárceno era una cuarta opción (elegida por 26); había también un autobús para ir a Bilbao y entrar en el Guggenheim (con 53 anotados). Y el resto -un total de 230 personas-, contrataron rutas por Santander: o en visita 'panorámica' (recorrido comentado en autobús y pocas bajadas), o paseo en bicicletas eléctricas desde Alfonso XIII hasta el Faro de Cabo Mayor.
El resto optó por salir del barco de manera libre y conocer la ciudad caminando y sin guía, gracias a los autocares lanzadera continuos entre Raos y la Estación Marítima. Como tope tendrían que estar de vuelta a las 17.00 horas, una hora antes de la partida del Britannia rumbo a su siguiente escala: La Rochelle (Francia).
Muchos pasajeros asomados en los balcones de sus camarotes, en pijama, desayunando perezosos, saludaban amables a los que les daban la bienvenida desde el puerto. Fueron saliendo del barco en grupos pequeños, a cuentagotas, perdiendo un tiempo precioso para disfrutar en tierra firme. No tenían ninguna prisa. «Vamos a dar una vuelta por la ciudad, iremos a las tiendas y la parte más turística», dice Carol, «¡no, tiendas no!», replica entre risas su marido, William, antes de subirse a la lanzadera. Maureen y Michael también habían elegido Santander, pero sin largas caminatas, «haremos un tour, pero nada que nos canse porque ya somos mayores. Lo que buscamos es pasar un buen día, con buen tiempo y tomar unas cervezas en algún sitio. ¡Estoy muy feliz!», expresa él.
Bernie optó por la excursión de Comillas y San Vicente, que emprendía con ganas después de pasar «una travesía muy agradable a bordo. Hay muchas cosas que hacer en el barco». Kevita, una joven embarazada, y su marido Anthony, también destacan el placer de viajar en el Britannia, «está siendo un viaje precioso». Ellos fueron directos a Bilbao, «tenemos muchas ganas de conocer el Guggenheim», sin pisar Santander.
Maureen y Michael, rumbo a Santander
Aunque no fue exactamente un 'aluvión' de cruceristas, su presencia sí que se hacía notar en Santander. La niebla se fue disipando dando paso a un día espléndido, en una ciudad que todavía no está en 'modo verano'. Así que los turistas, muy animados y sonrientes, con chanclas, bermudas y camisetas de tirantes, contrastaban con los residentes caminando apurados y tapados hasta el cuello.
La mayoría de los viajeros eran matrimonios de edad avanzada y también había algún grupo de amigos más jóvenes. Nada más salir de la Estación Marítima, ya les estaban esperando cinco azafatas de los autobuses turísticos de dos pisos (City Sightseeing), proponiendo recorridos con audioguía y también un paseo en barco frente a la Duna de Zaera, plan tan apetecible que dejó en la mitad a los que simplemente querían 'patear' la ciudad y gastar dinero. Estos últimos fueron directos a las tiendas -algunas abrieron antes de lo normal para ellos- y bares de Calderón de la Barca, de la calle Lealtad, de Antonio López, a los estancos de Calvo Sotelo, y en su paseo libre se encontraron con la Catedral, con el Centro Botín, con la bahía brillando bajo el sol de la mañana, con las terrazas colocadas y aún vacías, con la ciudad comenzando a bullir…
Ian y Linda, en el Centro Botín
En uno de los miradores del Centro Botín se hacían fotos Ian y Linda. Él, arquitecto de profesión y admirador de Renzo Piano, no cabía en sí: «este edificio es maravilloso, me encanta cómo está construido, esta estructura tan bien hecha…». La pareja llevaba tiempo queriendo conocer Santander, «sabemos que hay un ferry, pero al final mucho mejor venir en crucero», dónde va a parar, y su primera impresión de la ciudad es que «está muy limpia y es preciosa». Para el resto de la escala planeaban «visitar iglesias y la catedral, porque yo trabajo en la construcción de iglesias y me encanta conocer la arquitectura del lugar en cada uno de mis viajes».
Algunos optaron por dirigirse hacia El Sardinero y darse el mejor de los paseos hasta el palacio de La Magdalena, como Rusell y Emma, que, a pesar de su avanzada edad, llegaron a la cima plenos de energía y con el resuello intacto. «Y vamos a volver al barco andando, lo que nos gusta es pasear y ver las ciudades».
Bernie
Otros simplemente querían callejear por el centro, ir de compras -en Zara entraron por decenas- y luego de cañas y tapas hasta la hora de regreso. En esto último se emplearon a fondo cuatro amigos en la terraza de El Machi, brindando con sus pintas de cerveza antes de que las chicas se lanzasen a las tiendas, en busca de «zapatos bonitos y otras muchas compras que queremos hacer». El plan de estas dos parejas es bajar en cada escala, «conocer la arquitectura de la ciudad, el ambiente de los cafés, pasear, ir de tiendas… es lo que estamos haciendo en Santander». Una ciudad que, por cierto, a pocos de los cruceristas sonaba más que por la conexión marítima con su país, «sé que es un puerto con mucho movimiento y que es a donde llega el ferry desde Inglaterra», señaló uno de ellos, «y que el tiempo es maravilloso, mira como brilla el sol», celebra otro.
Y así pasaron en Santander el puñado de horas antes de zarpar, dejando tras de sí muy buenas perspectivas. «Calculo que solo para ellos estamos trabajando 40 personas hoy en Santander», dice Fidel Gómez, propietario de la empresa de rutas en bicicleta Turybike, que estaba preparando las bicis eléctricas para llevar de ruta a quince cruceristas y había contratado a guías bilingües para la ocasión, «les tenemos preparado un recorrido guiado de tres horas, por el centro, el paseo marítimo, El Sardinero, La Magdalena y subiremos al faro… podrán verlo todo». Para una empresa como la suya el turismo de cruceros es «muy importante para mover la economía, contratamos más gente, entra más dinero en las tiendas, es un beneficio que se queda en la ciudad. Queremos más cruceros en Santander».
Fidel Gómez (Turybike)
Nadie hace ascos a este tipo de visitantes. De hecho, en algunos lugares los esperan expectantes, con más personal, ampliando sus horarios, yendo a por ellos a la Estación Marítima. Es el caso de El Oso Goloso, tienda de souvenirs y productos típicos de Calderón de la Barca, donde han entrado la mayoría de los cruceristas. «Este es el crucero que más pasajeros trae, es una entrada constante de gente la que tenemos, y nos viene muy bien para animarnos el día y el mes», cuenta el gerente, Gonzalo Salceda, que indica que los británicos compran de todo: «pequeños regalos, quesos, anchoas, quesada, sobaos, orujos… y chocolates, embutidos…». Aunque cree que «está mejorando el sector», echa en falta aquella temporada de cruceros «de hace tres ó cuatro años, venían con más frecuencia».
A algunos les ha pillado de sorpresa el aluvión de clientes. Como a la tienda Regate Sport, «no sabíamos que venía un crucero, y de repente desde primera hora la gente ha empezado a entrar», indica Ángel Bárcena, que calcula que en un día especial como el de este jueves su facturación puede crecer un 20%. ¿Qué buscan los turistas británicos en una tienda de deportes? «cosas de fútbol, camisetas de los equipos españoles, del Madrid, del Barça… y calzado que necesitan en el momento».
Gonzalo Salceda (El Oso Goloso)
Muchos de los que habían salido en chanclas volvían con playeras. Puede que compradas en Regate Sport o en cualquier otro comercio. La ciudad y sus cuestas les pilló por sorpresa, igual que los largos paseos que tal vez no pensaban regalarse, o el sol inesperado que les animó a seguir andando hasta El Sardinero… A las cinco de la tarde, antes de partir, un grupo folclórico actuó a pie del barco para decirles adiós.
El presidente de la Autoridad Portuaria de Santander, Jaime González, acompañado de la alcaldesa de Santander, Gema Igual, y la directora general de turismo, Eva Bartolomé, entregaron al capitán del Britannia, Wesley Dunlop, una placa conmemorativa y algunos libros para la biblioteca de a bordo como homenaje por ser la primera visita del buque a Cantabria.
Consignado por Pérez y Cía, el Britannia que fue construido en los astilleros italianos de Fincatieri, tuvo un coste de 473 millones de libras y fue bautizado por la reina Isabel II. Procedente de La Coruña, este jueves recaló en Raos con 3.662 pasajeros y una tripulación de 1400 personas. Con sus 330 metros de eslora, un peso de 141.000 toneladas y capacidad para 4.000 pasajeros, se trata del crucero más grande que ha visitado Santander, por delante del Queen Elisabeth que medía 294 metros. El Britannia cuenta con 1.800 camarotes, quince cubiertas distintas, trece restaurantes, nueve zonas de ocio y cinco piscinas.
Por otro lado, está previsto que, en lo que queda de año, visiten las instalaciones portuarias de nuevo el Britannia en el mes de julio; el Sea Cloud II en agosto y el Laperouse en septiembre.
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Abel Verano, Lidia Carvajal y Lidia Carvajal
Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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