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Con 18 grados, cielos despejados en pleno noviembre, y buena parte de la hostelería cerrada como consecuencia de las últimas restricciones, era de esperar que ... los establecimientos que han podido salvarse de la criba por disponer de terrazas, iban a hacer buena caja. Todos los factores confluyeron ayer en Santander para que hubiera incluso que pedir vez antes de lograr una mesa en la calle para tomar un café.
«Esto está muy bien y estamos muy contentos porque vamos a trabajar; pero no nos hacemos ilusiones porque mañana puede cambiar el tiempo e irse todo al garete». El sentir de Miguel Escudero, gerente del bar La Catedral, en la plaza Atarazanas, es compartido por todo el sector hostelero de la capital cántabra.
Desde que el viernes se publicara en el Boletín Oficial de Cantabria (BOC) la prohibición de servir en el interior de los locales, muchos establecimientos amanecieron ayer con la persiana bajada. Sólo la disponibilidad de terrazas permite trabajar a unos cuantos.
Rafael Ordóñez, la casa del indiano
Miguel Escudero, Cafetería La Catedral
«Hoy estamos muy bien, incluso también pese a que no puede venir gente de otros municipios. Nuestro cliente es eminentemente santanderino y hoy, con este tiempo, da gusto», aseguró Escudero, que no obstante es precavido. «Si el tiempo cambia y empieza a hacer malo, yo me tendré que plantear seriamente cerrar», advierte.
En Calderón de la Barca el panorama es idéntico. La calle está repleta de gente tomando vinos en las mesas desplegadas a lo largo de toda la acera porque todos los bares están abiertos. No hay ni un espacio vacío. «Tengo a clientes esperando para tener un sitio», se justifica Jaime Bárcena, del café Amarella.
Su día dejará una buena recaudación, pero él se pone en la piel de quienes no han podido abrir. «Esta es una medida injusta porque al final hay muchos compañeros que están cerrados por no tener terraza y van a pagar sus impuestos estos días igual que yo», matiza. Su suerte es que salva, según dice, hasta el 40% del negocio con las mesas de fuera.
Entre la clientela hay de todo: parejas jóvenes, matrimonios más mayores, familias con hijos y jubilados. Algunos dicen que aprovechan estos días en que todavía está permitido tomar un vino en la calle, que tal vez más adelante se prohíba. «Si se hacen las cosas bien, no hay por qué tener tanto miedo», explica Ana Diego, que toma una cerveza con su marido en la terraza del hotel Bahía.
Para encontrar a los más damnificados por las nuevas restricciones al sector basta con mirar las puertas cerradas de muchos restaurantes. Al inicio del Río de la Pila, la famosa bodega El Riojano está cerrada, como otro clásico de la plaza de Cañadío, La Conveniente. En la calle Arrabal, la primera cafetería que aparece haciendo esquina, La Ramonoteca, está también clausurada. Jesús Perales, uno de sus trabajadores, recoge la basura y cierra con llave. «Nos vamos al ERTE y ya está. Así no se puede estar porque con el poco espacio que tenemos en la terraza no merece la pena estar abiertos», explica. En esa misma zona permanecen abiertos La Catedra, El Apapacho y La Tuta.
Más crítica es la situación en la calle Hernán Cortés, porque al entrar en el Mercado del Este, llama la atención el silencio. La Casa del Indiano, el bar-restaurante que ocupa buena parte del espacio interior, está cerrado con toldos sobre las barras. «Es una pérdida irreparable, no sólo por el cierre en sí, sino por la cantidad de género fresco que se va a echar a perder», argumenta Rafael Ordóñez, propietario del negocio. «No se puede sumir al sector en esta incertidumbre de hoy estás abierto y mañana te anuncio en 24 horas que te voy a cerrar», explica.
En el Paseo de Pereda la gente en las terrazas parece disfrutar tanto del sol como del vino. Todo la calle está llena de clientes disfrutando de las mesas en la calle. Más triste está el interior, en la plaza de Cañadío, por ejemplo, donde han clausurado el Ventilador y Canela. Permanece abierto, sin embargo, el Cachalote. «Hacemos lo que podemos, también sirviendo comida para llevar», anuncia Juan Ruiz, propietario.
Igual que en La Tasca, ya en Peña Herbosa, donde hace más de tres años que sirven para llevar. «El 50% de nuestro negocio son pizzas a domicilio», aclara el máximo responsable, Adrián Delménico. Toda esa calle -a excepción de dos clásicos como son el restaurante Fuente De, o Las Brasas-, permaneció ayer abierto conservando su ambiente de vinos por la mañana, por la tarde e incluso hasta la noche, apurando hasta la hora de cierre a las once.
Todo el sector cumplió ayer a rajatabla las nuevas limitaciones. Nadie abrió sin permiso y la jornada transcurrió «con total normalidad en la hostelería», aclaró el concejal de Seguridad Ciudadana, Pedro Nalda. «Los empresarios están cumpliendo y están siendo responsables y eso es de agradecer».
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