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Dos bisontes europeos se acercan a escasos centímetros de la valla de protección de su recinto en busca de un trozo de pan. Video: Héctor Díaz / Foto: Roberto Ruiz
Paseos nocturnos por el recinto

Cabárceno, a la luz crepuscular

El parque ofrece a sus visitantes una oportunidad casi irrepetible de ver y oír cosas que, de día, ni se pueden ver ni se pueden oír

NACHO GONZÁLEZ UCELAY

Santander

Sábado, 19 de septiembre 2020, 07:28

El Parque de la Naturaleza de Cabárceno activó ayer su interruptor crepuscular para ofrecer a los visitantes otra manera de contemplar el emblema turístico de Cantabria. De noche y a golpe de linterna. Recién salido del laboratorio, el experimento, sorprendente, permitirá a setenta privilegiados -los más rápidos en las compras online- comprobar por sí mismos qué pasa en el reino animal cuando se apaga la luz del Sol. Es tal la transformación del recinto, de su fauna y de su flora, que hasta a los propios guías, entusiasmados con la propuesta, les cuesta describir las sensaciones que les produjo el ensayo de esta iniciativa.

«Es un paseo impresionante», resume Lidia.

Con ella al volante de un todoterreno empieza una experiencia que venía rondando por la cabeza de los trabajadores del parque desde hacía ya algún tiempo y que ha visto la luz coincidiendo con la llegada de Beatriz Sáinz a la dirección de una instalación que trabaja incesantemente en la búsqueda de nuevos reclamos para sus visitantes.

«La respuesta a esta nueva iniciativa ha sido abrumadora. Estamos muy satisfechos del resultado obtenido»

Beatriz Sáinz - Directora de Cabárceno

«La idea era ofrecerles la posibilidad de disfrutar del parque sin soportar el bullicio habitual, de pasear por las instalaciones en un ambiente más tranquilo y de observar de cerca los comportamientos de nuestra fauna cuando se dan esas condiciones», explica la directora del recinto, que, al poner en marcha el plan, consideró el momento apropiado nada más derribarse la tarde y la época indicada nada más construirse septiembre.

Esto último no es porque sí. «Es el periodo en el que se producen la berrea del ciervo y la ronca del gamo», recalca Sáinz. Un regalo para los ojos y oídos de los amantes de la naturaleza que el parque ha querido incorporar a tan singular experiencia, para la que ya no queda ni una sola plaza disponible.

«La respuesta ha sido abrumadora», asegura satisfecha la directora del parque. Y no miente. Dos horas después de poner a la venta las entradas para asistir a las visitas nocturnas al parque, que concluyen con una degus- tación de productos cántabros, la taquilla de Cabárceno cerraba por agotamiento.

Considerando que la dirección sólo ha programado once visitas, los jueves, viernes y sábados de esta y las tres próximas semanas, y que en cada una puede participar un máximo de seis personas, de esta excepcional aventura van a disfrutar 70 privilegiados a los que su guía esperará impaciente en el estacionamiento de vehículos de la Mina.

En marcha

Allí comenzarán una rápida ascensión hacia el Mirador de Rubí para no perderse cómo el Sol se deja caer tras las montañas atenuando las luces del parque, que durante las dos horas y media siguientes será todo suyo. Suyo y de su guía, que de camino al balcón les contará con detalle cómo de una mina de hierro escarbada a pico y pala surgió el buque insignia del turis-mo de Cantabria obrándose, así, la que dicen es la mayor recuperación medioambiental del planeta de un yacimiento de estas características.

Una vez el Sol cumpla su función y deje Cabárceno a tientas, los exploradores pondrán rumbo a la vasta extensión que comparte la fauna ibérica del recinto para observar desde el vehículo los vaivenes a su alrededor de ciervos, gamos y muflones, sobre los que anidan algunos monos de Gibraltar.

«La berrea está ya muy próxima», recuerda Lidia, que alumbra la zona con una linterna en busca de algún ciervo solitario. Es la señal de que, en efecto, va a empezar el periodo de celo. «Los machos se apartan del grupo para marcar su territorio», explica con pormenores la guía, a la que llama la atención la fijación que tienen estos ejemplares por la cópula.

Aunque no desmerece en absoluto el magnífico espectáculo que ciervos y gamos van a dar, Lidia interpreta la berrea y la ronca como dos simples complementos a una visita que, sin duda, eclipsa el comportamiento de todos los animales del parque (1.100 ejemplares de 110 especies de los cinco continentes) cuando cae la noche en el recinto, un remanso de paz y tranquilidad donde todo se ve y se escucha diferente.

«Es el mejor momento para observarles. Están muy relajados», asegura la guía, que avanza lentamente entre la fauna ibérica y continúa el trayecto previsto «porque en Cabárceno tenemos otros muchos animales de los que podemos presumir».

Por ejemplo, los rinocerontes blancos, muy difíciles de ver en libertad o en semilibertad. Miopes y estrábicos, pero con un gran sentido del oído y el olfato, los cinco ejemplares que conviven en el complejo pastan despreocupados a la luz de la luna, quizá pensando que esas no son horas de incordiar. O los hipopótamos enanos, más fáciles de observar que sus hermanos mayores por paradójico que resulte. O los osos pardos, a los que la visita nocturna no incomoda si se produce manzana en ristre. O los grandes bisontes europeos, que se dejan filmar a centímetros a cambio de un trozo de pan. O las hienas, que sí, que las hay, aunque a veces parezca que no. Si hasta se diría que ríen a la luz de la linterna.

Nunca vistas hasta ahora por el visitante de a pie, es un decir, estas y otras estampas forman un novedoso campo visual que las propias bestias sonorizan con bramidos, rugidos o aullidos inaudibles en el alboroto diurno pero estremecedores en el silencio nocturno, que es, en definitiva, lo que hace de esta iniciativa toda una aventura.

Diferente, en resumen, la experiencia ofrece a los visitantes una oportunidad casi irrepetible -el tiempo dirá si perdura o no- de ver y oír cosas que, de día, ni se ven ni se oyen en Cabárceno, donde, a la vista del resultado, dirección y empleados ya se están planteando la posibilidad no solo de retocar el programa para comenzarlo en primavera sino de perpetuar una experiencia impresionante.

«Ya les dije que lo era», concluye Lidia apagando el motor de su todoterreno.

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