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Último día de trabajo de Miguel Otí Pino (Cabárceno, 1952). La luz del atardecer de este 15 de junio se cuela en su despacho. Hora de irse. Todos los objetos que le rodean se quedarán aquí. «Tengo que recoger muy poco, nada en realidad, ... salvo esto», dice mientras desclava una chincheta para descolgar un dibujo infantil. Lo pintó su nieta Sofía cuando tenía cuatro años. Las figuras trazadas por la niña representan a su abuelo Miguel y a su abuela Yolanda, que murió hace ocho meses. La pérdida de su esposa ha pesado en la decisión del director del Parque de la Naturaleza de Cabárceno de dejar su cargo dos años antes de lo previsto. Durante trece ha estado al frente de un lugar que reúne a más de mil animales y a 160 personas y en el que «cada día hay una urgencia diferente. Cabárceno ha sido mi vida, pero ahora debo pasar el testigo».
-No hay mucho objeto personal en su despacho.
-No soy un hombre de despacho, no es mi fuerte. El 80% del tiempo lo he pasado fuera, a pide de obra, recorriendo el parque.
telecabina
lo más duro
Lo más saisfactorio
La anécdota
-¿Por qué se va ahora?
-Porque creo que tiene que venir alguien con muchas ganas, renovar ilusiones. Aquí estoy para ayudar todo lo que pueda. Cuando el PRC volvió a ganar en 2019, pensaba seguir la legislatura entera y jubilarme con 71 años, en el 2023. Ocurrió la muerte de mi mujer, lo cual me marcó muchísimo y me lleva a cierta pérdida de fuerza mental, porque ella me daba muchísima para mi trabajo. Así que decidí terminar en abril, pero la pandemia de covid-19 hizo que lo alargara un poco más.
-El coronavirus lo ha cambiado todo. Ha llenado el parque de señales, carteles, circuitos.
-Es muy difícil convivir con una circunstancia como esta, en la que tienes que bajar los aforos, tener colas para todo, cuando es un parque que por su tamaño y su diseño es para disfrutarlo a tu aire, sin prisa, sin colas. Llevábamos un comienzo de año buenísimo. Esperemos que todo esto pase.
-¿Qué ha representado Cabárceno en su vida?
-Todo. Mi vida ha estado ligada siempre a ese nombre. Nací en el pueblo de Cabárceno. Y, como empresa, la teníamos a 50 metros de casa. Mi padre entró de aprendiz de carpintero a los 14 o 15 años, estuvo en otros trabajos mientras esto fue mina y acabó aquí de vigilante. Yo me decidí por una carrera vocacional. Quería ser veterinario. Elegí la salida de clínica de campo, con el ganado. En 2003 tuve la suerte de que me ofrecieran este cargo. El director de Cantur Diego Higuera se lo propuso a Francisco Javier López Marcano, y el consejero me dijo que lo único que me pedía era trabajo, esfuerzo y honradez. Tuve ayuda de mucha gente que hoy sigue aquí, como Laura García (subdirectora del parque) y Santiago Borragán (jefe de veterinarios). Me ayudaron muchísimo.
-Ha estado al frente del parque en dos fases. La primera vez se fue, tras ocho años, obligado por la llegada del PP al Gobierno. Cuatro años más tarde volvió con el retorno del PRC al Ejecutivo. En esta ocasión su marcha es voluntaria. ¿Con qué sensación se va?
-Tengo una sensación rara. Pero estoy contento de haber tomado esta decisión. Creo que se necesita aquí savia nueva, alguien con muchísimas ganas, una resistencia grande y con una dedicación plena a este parque, porque con lo que se avecina para todo el país va ser necesario luchar mucho. Y yo ya tengo una edad.
-La persona que le suceda lo va a tener, entonces, complicado.
-Espero que se nombre a alguien que tenga cierta experiencia aquí. Dentro de la casa hay gente. Si no son ellos y viene alguien de fuera, le van a ayudar mucho. Lo va a necesitar. Los últimos cuatro años han sido de una evolución espantosa en asuntos de personal, de recursos humanos, de licitaciones... Todo pasa por una serie de reglas que quitan agilidad al sistema en este parque, en el que hay que afrontar cosas urgentes y diferentes casi cada día.
-¿Qué análisis hace de su paso por este parque que cumple 30 años cuando usted se va?
-En lo personal, me siento muy bien porque el 90% de los que trabajan aquí tiene un buen recuerdo mío y yo de ellos. En lo profesional, el parque no tiene nada que ver con lo que encontramos en 2003, desde los accesos, que había dos taquillas en Obregón y una en Cabárceno de madera, hasta los refugios de los animales. Y en lo que se refiere al trato con los animales hay que evolucionar y mejorar todos los días.
-Cuando retomó el cargo en 2015, reconoció que la sección de animales había estado «maltratada» durante su ausencia y que debían mejorarla. ¿Qué han hecho?
-Mucho. Se han renovado y se siguen renovando los refugios. Ya lo hemos hecho con las casetas de asnos somalíes, bisontes, cebras comunes, cobos de agua, jirafas... Se han realizado obras muy importantes. Se han arreglado tejados de diferentes edificios como la casa de los elefantes, el restaurante de los osos y otros. Y las oficinas. Han costado un dineral.
-¿Y para mejorar el manejo de los animales? Aquel episodio en el que se mataron lobos...
-En los cuatro años que yo no estuve, Santiago Borragán fue relegado de su cargo en una decisión poco acertada y eso conllevó que ciertos animales no estaban gestionados por él. Y condujo a un asunto tan desagradable como el de los lobos que es mejor olvidar. Todo eso ha mejorado mucho. Santiago es el profesional más preparado de España, y yo diría que de Europa, en la atención a grandes animales. A nosotros sí nos ocurrió un desgraciado accidente que fue el incendio de las jirafas, por un cortocircuito. En los trece años que he estado, ese fue el hecho que mayor disgusto me dio, porque fue la muerte de tres animales emblemáticos para el parque.
-Acaba de responder, creo, a una de las preguntas que le iba a hacer. El momento más duro que ha vivido en el cargo.
-El de las jirafas, sin duda, fue el más doloroso de todos, con respecto a los animales. Pero uno de los aspectos más dolorosos es cuando alguien tiene que dejar de trabajar aquí. El tema de personal ha sido lo que peor he llevado. Cuando alguien lleva tres, cinco años aquí y por circunstancias de la ley laboral o de las bolsas de trabajo no ha podido optar a quedarse después de tanta dedicación... Es duro.
-Hablemos de todo lo contrario. De esos momentos felices.
-El mayor de todos fue cuando me nombraron, sobre todo la primera vez, en 2003. Aunque la segunda, en 2015, también, porque irte y que, después de cuatro años, piensen en ti otra vez es muy agradable. Algo habría hecho bien. Y después, la construcción del recinto y la llegada de los gorilas. Nos alegró mucho, independientemente de los avatares que conllevó. Para mí es la obra más importante que se ha hecho después de la inauguración del parque, incluido el telecabina.
-¿Ha llegado a hacer las paces con ese teleférico?
-Yo no lo hubiera hecho. Sí hubiera acometido un telecabina distinto al propio parque y que lo hubiera enlazado con Peña Cabarga, que está cerrado después de las inversiones que se hicieron allí y que podría convertirse en un punto turístico importantísimo. Creo que algún día se puede retomar esa instalación.
-¿Qué repercusiones ha tenido la telecabina en la experiencia de la visita y en los ingresos?
-Como experiencia, es otra forma de ver el parque muy bonita, de acuerdo. Es una vista excepcional desde arriba. Y además se gestiona bastante mejor el tráfico rodado. Mientras en las telecabinas hay 1.000 o 1.500 personas, no están circulando. Pero el impacto visual de la instalación es negativo en un parque de la naturaleza de este tipo. En lo económico, no le beneficia. No ha influido en los números de acceso como para compensar lo que Cantur tiene que pagar a la concesionaria
-Uno de sus proyectos era conseguir un grupo reproductor de jirafas. Pero en el incendio murieron los tres ejemplares del parque, todos machos. Ahora Cabárceno tiene un refugio mejor y tres jirafas hembras.
-Sólo necesitamos un macho para que esté con estas hembras cuando alcancen la edad reproductora, que más o menos ya está. El paso siguiente es hacer otra caseta en el otro extremo del terreno, para tener allí un reservorio de varios machos que no puedan juntarse con el grupo reproductor. El nacimiento de jirafas sería un hito. Y es espectacular para el público.
-Una de sus principales preocupaciones era reducir el número de coches que acceden al parque, ya que a partir de 2.600 se satura y hay que cerrar.
-Cuando me despedí en 2011 ya apunté que era algo que se me había quedado en el tintero. Lo he intentado en estos cinco años. Por circunstancias sobre todo económicas, no ha podido ser. El telecabina ha ayudado mucho, pero eso se tiene que complementar con dos aparcamientos disuasorios, uno en la entrada de Cabárceno y otro en la de Obregón. Para eso hay que adquirir los terrenos. Mi idea es no prohibir la entrada de los coches, sino penalizarla. Cobrar un canon por entrar con vehículo nos daría la opción económica de hacer las obras de parking y la contratación de medios de transporte colectivo ecológico para circular dentro del parque.
-Este trabajo expone a situaciones muy intensas en el trato con animales. Nacimientos, muertes, vínculos... Aquí se llora.
-Aquí te emociones tanto por cuestiones positivas como negativas. Lloré de impotencia el día de las jirafas. No me lo podía creer. Fue 6 de enero, día de Reyes. A las tres de la madrugada me llamó Santiago y me dijo lo que había pasado. Era una impotencia y un abatimiento total. Otras veces lloras de alegría, como el día de mi despedida pública. Me emocioné muchísimo porque mucha gente me aprecia como persona y eso es lo más importante en esta vida. Cabárceno ha sido mi vida. Nadie puede imaginar a alguien que le pase esto. Nacer en Cabárceno, vivir en Cabárceno, trabajar alrededor de Cabárceno y, al final, ser director del parque. Ha llenado todas mis expectativas.
-Nos falta esa anécdota con animales que tampoco olvidará.
-Pues, por ejemplo, en 2016, el famoso oso que se había escapado y del que nunca más se supo. Nosotros no somos conscientes de que se escapara, pero no podíamos cruzarnos de brazos y estuvimos buscando mucho tiempo. Años atrás también llamaron para decir que habían visto un león en Pámanes, cerca de Liérganes, pero a los leones los contamos muy fácil y no faltaba ninguno. A los osos es difícil contarlos porque son muchos y viven en un terreno muy grande lleno de cuevas.
-¿Estuvo en el pasado entre los que consideraban el proyecto de este parque un despilfarro y la chifladura de un político con delirios de grandeza?
-Miguel Ángel Revilla ha reconocido públicamente, no una vez, sino varias, que él criticó, más que el proyecto, la barbaridad de gastarse tanto dinero en aquellos momentos en una actuación de este tipo. Ahora parece que el único que criticó esto fue Revilla, pero hubo mucha más gente, incluido igual hasta yo mismo. Decíamos que era un proyecto faraónico y que hipotecaba a Cantabria. Después la idea de Juan Hormaechea ha sido un acierto. Todos lo reconocemos. Cabárceno es una maravilla.
-Otros directores dejaron el cargo y no han vuelto a pisar el parque. Creo que no será su caso.
-No. Es el sitio ideal para venir a pasear y disfrutar. Y lo tengo a dos kilómetros de mi casa.
-¿Cómo será su vida ahora?
-Me gusta andar mucho, me gusta disfrutar de la naturaleza. Hice una vez el Camino de Santiago y tengo intención de volver a hacerlo. Tengo muchos amigos dentro y fuera del parque. Y voy a disfrutar de ellos y de mi familia.
-¿Cómo quiere decir adiós?
-Invito a todos los cántabros a que cuidemos de esta tierra, que fomentemos los espacios como este donde somos la envidia de toda España y de parte de Europa. Y que lo cuidemos, porque es la comida de mucha gente, más de lo que muchos creen, y nos daremos cuenta si algún día falta.
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