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JAVIER GANGOITI
Jueves, 26 de julio 2018, 07:39
Si alguien afirmara que el sector agrícola funciona exactamente igual que la industria de la tornillería muchos se llevarían las manos a la cabeza. Argumentarían ... que son campos incomparables, que están sujetos a variables diferentes y que sus procesos de producción no tienen nada que ver. Al otro lado se encuentran productores como Ignacio Parraza, que desde hace años trabaja la tierra convencido de esa tesis. Todos los días examina sus terrenos como si fueran auténticas cadenas de montaje. Tiene en cuenta todos los detalles, desde la producción de las hortalizas hasta su distribución. Cada engranaje.
«La calidad se produce, no se controla», resume mientras camina a través de sus cultivos en la localidad de Gama, en Bárcena de Cicero. Lo hace todos los días, pero el seguimiento no cambia lo más mínimo. Ya son veinte años tratando de controlar al máximo la calidad de sus hortalizas.
3.185 hectáreas destinadas a la agricultura e inscritas en Cantabria en 2017 (Icane)
Es posible que sea por la volatilidad de este curso, o puede que venga con el oficio, pero Ignacio Parraza levanta la vista y mira al cielo constantemente. «Esto es lo único que no puedo controlar», señala con media sonrisa en el rostro. Si algo saben todos los agricultores es que no se puede lidiar con la meteorología, aliada y rival al mismo tiempo. Sus empleados recogen parte de la cosecha cultivada en tierra firme. Es la más expuesta al «estrés» de los cambios de temperatura y a las lluvias. Una volatilidad que se ha acentuado este año, y que obliga al sector a apostar por métodos menos sujetos a las indómitas condiciones meteorológicas.
Al otro lado de una puerta está la solución. Uno de los invernaderos cobija centenares de tomates. Están cultivados en hidroponía, por grupos y en alargados sacos independientes, alimentándose a través de disoluciones minerales independientes. «Si tuviera un problema sanitario con uno de ellos, podría retirarlo y sustituirlo por otro virgen. Es lo mínimo si quiero controlar todos los procesos productivos», razona. No muy lejos de esta plantación, unas lechugas cultivadas al aire libre se recuperan tras las tormentas. Imposible lidiar con el tiempo. «Hemos pasado del frío a los 30 grados de repente», recuerda a propósito de los últimos meses. No exagera. Este año, muchos cultivos de Cantabria han soportado temperaturas de hasta 18 grados apenas horas después de una nevada. «Lo que más desea un agricultor es que salga el sol y que pueda regar cuando quiera», algo que Ignacio Parraza y su equipo pueden hacer pocas veces.
Precisamente por esta razón no duda de la relevancia de la hidroponía. «Supone estabilidad, todo lo que no ofrece el suelo», revela mientras continúa el chequeo de sus hortalizas. Tradición y tecnología. Todo suma, y hasta multiplica: «Sin ampliar un solo metro cuadrado del terreno hemos duplicado la producción». El gerente de Hortalizas La Colina es un convencido de la introducción tecnológica en la agricultura, lo que no le ha hecho perder de vista los valores tradicionales. «No reñimos con la tecnología ni con la tradición», aclara el productor, que suma veinte años en el negocio y ha experimentado una mejora significativa de los resultados desde que combina ambas perspectivas.
No es el único. Basta con observar los cultivos de toda España para advertir los cambios que ha atravesado el arte de labrar la tierra en los últimos años. Cantabria, donde hay inscritas hasta 3.185 hectáreas destinadas a la agricultura, no podía quedarse fuera. Parraza también defiende sus posibilidades, y por eso demanda mayor implicación pública junto al resto de productores: «Esta tierra tiene un gran potencial agrícola». Esa filosofía transmite a sus empleados cuando se incorporan a sus terrenos. Y la formación es otro de los pilares en los que sostiene su trabajo, pero «siempre desde el aprendizaje, no desde el castigo».
Está claro. Si no fuera por el aroma, el silencio y la tierra en los zapatos, nadie distinguiría una huerta de una fábrica de tornillos. Solo cabría destacar un pequeño detalle en las siete diferencias. Después de la visita, no es lo mismo llevarse una bolsa de tomates que de estas piezas. Pero eso queda ya a gusto del consumidor.
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