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Menos caloca y más barata

Menos caloca y más barata

Las cuadrillas dicen que el precio ha bajado «como un 50%» y lo achacan a la actividad de los barcos y a la importación

Álvaro Machín

Santander

Domingo, 28 de enero 2018, 07:46

El laberinto de estrechas carreteras entre morios y praos que hay a la espalda de La Maruca está estos días lleno de restos. Es fácil de reconocer. Morado profundo y olor a salitre. La caloca que cae de los remolques. De septiembre a marzo –o abril, esto no son matemáticas–, cada vez que el Cantábrico se calma después de días de mar de fondo y mareas correosas, las orillas se llenan de montones y de cuadrillas. Tocó esta semana. Pero dicen que el año es flojo. Que se ha cogido poco y que se paga mal. «Hasta un 50% menos que el año pasado», comenta uno de los que sabe en un corrillo en el que prefieren ser discretos. Ni siquiera quieren decir a cuánto les pagan el kilo después de secar el material (nada que ver con el precio y la cantidad si está mojado). Y menos dar nombres. Que cada uno hable de lo suyo. Pero la cuenta no es difícil. En la última campaña, de media (porque esto fluctúa más que la bolsa), les dieron 1,80 euros por kilo. Echen números.

«Lo que más ganas es agua y frío», dicen para escaquearse si les preguntas por dinero. «Ten en cuenta que esto viene con todo lo malo, como las angulas. Con viento, con olas...». Eso lo cuenta uno que se ha estrenado esta campaña. La chica que va con él refuerza el discurso. «Con la crisis hemos tenido que volver a estos trabajos, porque no tenemos otro modo de vida». Hay un poco de todo. Los que tiran de caloca para sacarse algo que añadir a su sueldo en otra cosa y los que se dedican sólo a esto. También los que llevan toda la vida y los que se han ido sumando. «Aquí –dicen a pocos metros de la playa de La Maruca– nos podemos juntar veinte o treinta personas los días de mucha abundancia. Normalmente, son familias, grupos...». Cuadrillas. Y hay más sitios (aunque hasta en eso también son discretos a la hora de dar detalles). La Virgen del Mar, Portio, LasAntenas, San Juan de la Canal...

Achacan la bajada del precio a un aumento de actividad de la recogida desde barcos con buzos y a que se ha abierto la importación de material de otros países. «De Marruecos, que es peor, pero más barata. Y se dice que los chinos ya venden un genérico como el agar-agar. todo eso fastidia el mercado», se escucha en los corrillos. Ese agar-agar, un espesante, está presente en los productos agroalimentarios que contengan el conservante E-406 (helados, flanes, confituras, jarabes, mayonesas, quesos...) y los alimentos que precisen de cierta consistencia. Y también es apreciado para cosméticos e incluso para la industria textil. Según publicó este periódico hace unos meses, tres firmas –Roko, Hispanagar e Interalgas– son las que habitualmente compran el material. Pero ese es el último paso.

«Empieza como en septiembre y todos los meses, con las mareas vivas, escupe algo...». Viva no tanto porque suba o baje mucho. Lo importante es que sea fuerte, de fondo, para que arranque las algas. Las que, cuando amaina, van llegando. «Vienes justo antes de la pleamar para ir viendo lo que ha traído y coger sitio, pillar los mejores puestos». Eso es clave. Porque cuando la marea empieza a bajar se coge lo que queda en la orilla o se meten al agua hasta el pecho a por ello. Y se va amontonando para cargarlo. Con urgencia porque el mar vuelve por donde se ha ido y si tienes que esperar a que cargue el que va delante, corres el riesgo de perder el día. «El que coge buen puesto tiene margen».

«Cincuenta horas seguidas»

¿Y cuántas horas le puedes echar? Pues eso depende «de la balsada». «Con una balsada buena –si trae mucha caloca–, yo me he tirado casi cincuenta horas seguidas». Lo cuenta alguien que vive de ello, «y ten en cuenta que hay trabajo seis meses al año». O sea, que hay que aprovechar. Él, por ejemplo, invirtió en máquina. Así que, sobre la marcha, negocia con alguno de los que vienen a recoger a mano. Se junta con otro y «de cada tres pinzadas –una pinzada es lo que coge la pala de una vez–, una se la queda él, otra yo y otra es para la máquina (que tiene sus gastos, obviamente)». Y cada uno, a buscarse la vida «porque pagan lo mismo a los ilegales que a los que estamos con todo en regla», comentan a unos metros.

«Entre tres o cuatro máquinas como esas –señalan a lo lejos–, igual quince o veinte toneladas. Sin máquina no sé decir, igual un 10% de lo que coge otro. Con la red, con palaganchos...». Luego al remolque y a secar. A un prao. «Para eso, viento. Sol también, pero sobre todo viento. Y cuando juntas una buena cantidad –se reduce hasta en un 90% lo recogido ya seco–, pues a venderlo».

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