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Hay aniversarios puntiagudos, como una chincheta clavada en el calendario con imágenes de lo previo, de lo transformado para siempre. Hoy es ese aniversario, y las imágenes que ondean en la memoria hablan de la última vez que salió a la calle sin mascarilla, o ... la última vez que abrazó a sus amigas, aquel beso en la boca al salir de clase, el café en la misma barra. «No sabíamos que iba a ser la última vez», dice el psicólogo Unai Santamaría, como si la fuerza del bofetón que nos ha pegado la pandemia nos dejara aún más aturdidos por no ser conscientes de lo que perdíamos, tal día como hoy, hace justo un año.
¿Qué tensión soporta este 14 de marzo? Cuando el Gobierno de España decretó el estado de alarma era sábado: esa madrugada, a las 00.00 horas del día 15, el confinamiento entró en vigor. Llevábamos semanas escuchando datos sobre un virus surgido en China, su avance en casos detectados por el mundo, pero el mundo se hacía pequeño al llegar a Europa, más pequeño aún cuando llegó a España. Las bromas de saludarse con el codo se unieron al miedo con el que se pedían mascarillas y las farmacias decían que estaban agotadas, y en los supermercados las colas tenían la dimensión de las catástrofes. El día antes, el viernes 13, el Gobierno de Cantabria anunció que los centros educativos y la universidad cerrarían dos semanas. Y los niños con el material escolar en el colegio porque fue demasiado rápido, pero tarde o temprano iban a volver. Y las empresas, con las cuentas de resultados asomándose al tercer trimestre y a la calidad de sus conexiones a internet. Y la hostelería preparando la Semana Santa. Y los mayores en las residencias recibiendo las visitas diarias, compartiendo juegos en la sala común. Entonces, sucedió. Y el tiempo se quedó clavado.
Se decretó el confinamiento de la población, se prohibieron desplazamientos y actividades laborales no esenciales. Justo hoy, hace un año, la realidad se volvió esta cosa sorprendente y coercitiva que nos envuelve día a día en las familias, los trabajos, los comercios, las administraciones públicas; nos envuelve incluso por dentro, dictaminando la distancia de nuestros afectos: «Esta fecha nos va a revolver y es previsible que genere recuerdos dolorosos», advierte Santamaría, que ese día, cuando todos nos asomábamos a la misma incertidumbre, activó junto con diez compañeros más del Colegio de Psicólogos de Cantabria el Grupo de Intervención Psicológica en Emergencias para prestar asistencia por teléfono. Eran quince días, pero en realidad nadie sabía lo que iba a durar, la profundidad del boquete emocional que se estaba abriendo en la sociedad, las pérdidas de vidas humanas que la pandemia aún nos obliga a contar, así como las económicas y materiales.
¿Cómo se puede volver a pasar un 14 de marzo sin notar el pinchazo? Como sucede con otras pérdidas, la fecha reaviva algo del duelo. Lo advierte Santamaría: «Este día va a revolver», dice el psicólogo desde la experiencia que le da estar en una consulta y ver que «cada vez más pacientes» refieren esa sensación. ¿Cómo nos cambió, qué hizo por dentro a la sociedad, a las personas que estaban detrás de un mostrador, al frente de un municipio, a un deportista de élite, a las familias? Con esa intención de compartir y vincular la experiencia individual que fue la de todos, El Diario reconstruye el relato vital de lo que sucedió esos días con seis voces que narran cómo enfrentó cada uno de ellos el cambio: con miedo, rabia, con apoyo, con resignación, pero todos remangándose para salir adelante, un gesto que también deja a la vista el brazo donde algún día recibirán las vacunas, ese día puntiagudo que está llamado a cambiar de nuevo nuestro tiempo.
Rosa Díaz, alcaldesa de Polanco
La Moncloa está a 420 kilómetros de distancia de Polanco. Cuando el presidente del Gobierno decretaba desde aquel atril de Madrid el estado de alarma y confinaba a la población en sus casas al menos quince días, el Ayuntamiento se asomaba a la gestión de lo cercano con «el apoyo de los funcionarios y la unión de los tres grupos políticos de la corporación». Rosa Díaz, su alcaldesa, recuerda esos momentos y no esconde el escozor: «Claro que me afecta», y aporta el dato que mide el golpe en su municipio, uno de los 102 que hay en Cantabria y que todos, desde sus respectivas administraciones locales, hicieron frente a la gestión de la pandemia prestando servicios y dando apoyo puerta a puerta a los vecinos: «En los primeros meses del confinamiento, la corporación había gastado todo el presupuesto total del año para emergencias en servicios sociales y la tuvimos que cumplimentar».
Díaz recuerda dónde estaba cuando vio la rueda de prensa de Pedro Sánchez: «Nos cambió todo como gestores de la Administración pública y también como persona», dice. Salió de casa de sus amigos donde estaba, se puso en contacto con los funcionarios de oficina y empezaron a organizar la nueva realidad, sin saber qué realidad era esa. «Un ayuntamiento no puede parar». Y con 5.942 vecinos censados según el INE, organizaron los servicios mínimos, el trabajo en la calle, el teletrabajo, «pero el miedo, la inseguridad y las llamadas de los vecinos eran tantas que teníamos que estar en el ayuntamiento, y allí nos encerramos». ¿Sintió miedo? «Miedo es una palabra muy fuerte, pero parecía increíble estar encerrados y no poder salir», dice, «lo que sí tenía era muchísima preocupación por la responsabilidad de ayudar y seguir prestando servicio, el Ayuntamiento es donde primero acuden los vecinos». Y recuerda la toma de decisiones, no desconectar el teléfono nunca para atender tantas dudas que le llegaban: «El comportamiento de los vecinos en general fue muy bueno y fue una suerte tener al personal de Protección Civil, se encargaron de ir a buscar telas para que los voluntarios cosieran mascarillas, atendían a los mayores, cumpleaños». Lo peor del confinamiento fue «las muertes, las situaciones de emergencia y que nunca nos habíamos visto privados de nuestra libertad», pero también trajo «la solidaridad entre los vecinos, la comprensión, su paciencia», dice: «Recibimos cientos de correos de vecinos ofreciéndose para ayudar a Protección Civil para atender a los que vivían solos», dice.
«Y cuando llamábamos a las casas para llevar las mascarillas estaban deseando contarnos, vernos». ¿Qué cambió esos meses en el ayuntamiento? «Creo que somos un ayuntamiento privilegiado y el teletrabajo está aún implantado, pero destacaría la relación del equipo de gobierno con los funcionarios, y también la unidad que se tuvo por parte de los portavoces de los grupos políticos de la oposición, a los que hacía partícipes de todo lo que ocurría. Creo que en ese sentido también nos ha cambiado la forma de trabajar. La política luego continuó, pero los primeros meses el cambio fundamental era la unidad». Y el primer día cuando se reincorporaron, recuerda Díaz, nadie se ponía de acuerdo en quién tenía que irse a casa: «Todos queríamos estar en el ayuntamiento».
David Bolado, atleta campeón de España
No había ido bien la temporada de pista cubierta y a finales de febrero del año pasado, David Bolado empezó a preparar el salto de altura en aire libre «con pocas ganas». Llevaba tiempo «sin disfrutar en las competiciones» y volvió a entrenar buscando recuperar ese tono que en 2014 le había dado su primera medalla de oro. Pero llegó el confinamiento. «Fue muy duro porque no estaba en mi mejor momento deportivo y me pilló de bajón». Un año después de aquello iba a ganar el Campeonato de España Absoluto, pero eso entonces no lo sabía. Entonces sólo tenía al otro lado del teléfono a su entrenador, Ramón Torralbo, una bici estática por casa, y un pequeño jardín donde hacer ejecicios con unas pesas. ¿Qué se le pasa por la cabeza a un deportista de élite que no puede entrenar? ¿El triunfo pasó a un segundo plano cuando, en su caso, su trabajo en un centro de salud de Santander le ponía a diario cara a cara con el covid? «Fue complicado, todos los tratamientos urgentes siguieron, pero se añadió el seguimiento a los pacientes con covid, que entonces había mucho lío con los síntomas y los protocolos».
Pero recuerda entonces las fases, y que en cuanto se lo permitieron cogió la bici y salió a correr, y a finales de mayo volvió a la pista. ¿Cómo se siente el primer salto después de dos meses a ras de suelo?«¡Muy malo! Me costó despegar», y se ríe: «La cuarentena me pasó factura físicamente, y unido a la temporada pasada que no estaba del todo bien, y que a nivel mental no estaba concentrado por el trabajo en el centro de salud, aunar todo se me hizo cuesta arriba». Ante la pregunta de si el confinamiento le hizo mejor deportista, no lo sabe: «Tenía dudas sobre mi capacidad y tenía que cambiar de mentalidad, quería volver a disfrutar del deporte, porque los últimos años no lo estaba haciendo. Pero no conseguía estar centrado en el deporte, tenía el móvil sonando todo el rato con temas de protocolos covid y me costaba estar concentrado». Pero lo logró, a pesar de la pandemia: «Esta temporada he disfrutado cada una de las pruebas», dice. Encontró su mejor versión tras tomarse un par de semanas en octubre. El covid «estaba más interiorizado» y en enero de este año lo notó. «Me dije, me encuentro bien», y los siguientes meses volvió a saltar como siempre, o más bien –matiza–, «como nunca, porque nunca había estado tan bien». ¿Qué 'culpa' tiene el confinamiento? No lo sabe, todo el trabajo que tiene que hacer «estaba en las piernas», así que dejó de lado su mente, atendía a sus pacientes y daba vacunas, y el pasado febrero, cuando su cuerpo consiguió liberarse, voló sobre la barra a 2,15 metros en el Polideportivo Gallur de Madrid para hacerse de oro.
Maite Rodríguez, hostelera en la calle Tetuán
Creía que iban a ser quince días y me parecía una decisión perfecta si iba a venir algo grave», recuerda Maite Rodríguez. De hecho, añade, «teníamos la sensación de ayudar, si podemos ayudar con cerrar, cerramos. Eso fue lo que me vino a la cabeza», dice la dueña del histórico Marucho y la Flor de Tetuán. Aquel sábado en el que todo cambió guardaron el género que tenían fresco, «congelé muchísimo pescado y nos fuimos para casa, pero no les dije nada a los chicos de que estaba preocupada». Cuando dice 'los chicos' se refiere a los 25 trabajadores que entonces estaban a su cargo. «Me sentí que ayudaba, no sentí caos ni que iba a ir a más». ¿Cuándo empezó a preocuparse? «A medida que pasaban los días, hablaba con la gestora desde casa, y me arreglaba con internet. Era optimista, pero otra cosa es ahora», dice un año después.
El 1 de junio abrió El Marucho con su marido y no sacó a nadie del ERTE: entre los dos solos aguantaron para fregar, cocinar, atender las mesas. «Lo que hicimos de caja fue para pagar proveedores atrasados». ¿Tenía miedo al covid? «No me dio tiempo a pasar miedo, a pesar de que había cambiado todo, de no saber qué podía tocar, de que mi trato con los clientes ya no podía ser el mismo. Ahora le tengo ya más miedo al cierre total de la empresa». El 1 de julio abrieron también La Flor y sacaron a 16 trabajadores del ERTE, pero con la restricción del interior y sin permiso de terraza, cerraron en octubre provisionalmente el Marucho: «Lo abriremos en cuanto lo permita el aforo», dice: ¡Este año celebramos el centenario!».
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Doménico Chiappe
álvaro soto | melchor sáiz-pardo
Javier Barbero, periodista de radio
«Tengo recuerdos un poco difusos porque no he pasado ni un solo día confinado», dice Javier Barbero, periodista de Onda Cero Cantabria, uno de los sectores calificados de esenciales durante el estado de alarma. «Desde el primer instante supimos que los medios jugaban un papel esencial, que a la gente había que contarle lo que estaba sucediendo, y que nosotros no podíamos quedarnos en casa, asumiendo todas las precauciones posibles», explica el periodista. Y como él, el resto del equipo de Onda Cero Cantabria: «En la radio todos fuimos a la redacción, a pesar de que desde Madrid, la empresa nos había dado la opción de quedarnos en casa», recuerda ahora, un año después.
Su trabajo esos meses consistió en salir a la calle: «Acompañé a la Policía en un control, salí para ver cómo funcionaba los comercios esenciales», recuerda. ¿Pero a qué sonaba el covid esos días en las crónicas de la radio? «Sonaba a angustia», dice, y recuerda otros reportajes con trabajadores de residencias de mayores: «No sabíamos a qué nos enfrentábamos, cómo era de grande el enemigo y lo duro que nos podría golpear, por eso, esos días el periodismo tenía más sentido que nunca». Con las calles vacías y los contagios en aumento, ¿pasó miedo? «Honestamente no llegué a pasar miedo porque estaba mentalizado de lo que tenía que hacer y siempre tomé las precauciones a rajatabla». ¿El confinamiento reivindicó el periodismo? Sí, dice: «Por la demanda de información de las personas que estaban en su casa sin saber lo que pasaba fuera de sus paredes y porque todos los medios rompimos con la agenda oficial de actos y ruedas de prensa de la Administración para contar nuestras propias historias: esas semanas se hizo muy buen periodismo».
Maribel Rivas, comercio recién abierto
Abrió con su marido en octubre de 2019 la pastelería Delices en Colindres. Apenas tres meses después, cerraron obligados por la pandemia: «Si hubiéramos vendido pan, habríamos podido abrir, pero sólo éramos una pastelería». Con esa inversión inicial, ¿cómo lo hicieron tras el 14 de marzo? «Llamamos a la Policía para saber si podíamos abrir, pero no nos dejaba, hemos pedido ayudas por la bajada de ingresos porque nos vimos obligados a cerrar hasta junio, que nos dio la Mutua los que nos debía», dice llevando todos y cada uno de los recuerdos de aquella fecha hacia la impotencia e indefensión por ver el futuro y la inversión encalladas, sin posibilidad de recibir apoyo económico para solventar esos créditos que habían pedido para montar el negocio de pastelería, pero también la cuota de autónomos o el alquiler del local: «La pandemia nos cogió sin ingresos y teniendo que pagar esos créditos, sobre todo la maquinaria».
Así que buscaron la vía online, «entonces nadie estaba acostumbrado a hacer pedidos en la zona por la internet, además era demasiado pronto y no nos había dado tiempo a hacernos una cartera de clientes». Pero algo fue cayendo, lo suficiente para «poder aguantar», dice. ¿Le duele recordarlo? «Entre la incertidumbre que teníamos todos, estaba la presión por salir adelante y por deber dinero, y con un niño pequeño en casa, pues claro que me duele recordar esos momentos. Había que sacar el pan de donde fuese y nos reinventamos en redes sociales». El 11 de mayo volvieron abrir: «La gente de Colindres se ha volcado con nosotros, estamos muy agradecidos».
Daniel Sáez, familia numerosa con siete hijos
Aquellos primeros días «fueron de expectativa» y no podían hacer más que «vivir el día a día», dice Daniel Sáez, trabajador del Hospital Santa Clotilde, en Santander, donde empezó después de la pandemia. El confinamiento le cogió en el paro, pero con la serenidad de asumir las limitaciones impuestas por el decreto: «No había más», recuerda un año después. ¿Cómo se organiza una casa con siete niños, de entre 14 años la mayor y un bebé? «Organizamos las horas lectivas con las tareas habituales de la casa y nos lo tomamos de manera natural: donde no se llegaba, no se hacía. Los niños entendieron que eran unas circunstancias especiales, les tratamos con la verdad y lo entendieron».
Lo más duro del confinamiento fue «ver la cantidad de vidas sesgadas por el virus», y a título personal, añade, «no poder ver a los familiares más cercanos, es decir, a los abuelos, esa ha sido la parte más dura». En realidad, se corrige, «no estar con ellos, porque verlos, los veíamos por Zoom, o Meet, o alguna de las herramientas que usamos». Si algo se ha evidenciado, dice Daniel Sáez, es que «no dominamos la vida y esto nos ha recordado que es un don y hay que dar gracias por ello. Algo que le hemos trasladado todo este tiempo a los niños es que no hay cuantía monetaria suficiente que compre un segundo de vida». ¿Y cómo fue la vuelta a la calle? «De forma inocente y simpática», y el momento que narra a continuación provoca la sonrisa tras aquellos meses: «Cuando el pequeño de 4 años salió por primera vez a la calle, miró a la izquierda y a la derecha, y dijo: 'Papá, si yo aquí no veo ningún virus'».
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R.C. | Madrid
Isaac Asenjo
Antonio Paniagua
Óscar Chamorro
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